Las distintas miradas sobre las salidas de los DT
Si hace un año a cualquier hincha de Belgrano le decían que, después de retornar a primera división, el equipo iba a galopar lejos de cualquier abismo y que encima obtendría un lugar en la Copa Sudamericana, hubiera buscado rápido una lapicera para asentar esos logros.
Es sabido que todo puede teñirse de opaco cuando el desafío es grande. Es comprensible que las dudas proliferen cuando subir a la superficie trae aparejado un posible regreso a las profundidades de la competencia.
El año pasado, en Alberdi se pensaba así, como sucede siempre con cada equipo que juega en la elite del fútbol argentino. ¿Cuáles eran las prioridades? Mantener la categoría. Y, después… Después sólo había que soñar y esperar a que ese sueño se hiciera realidad.
En buena medida, todo eso fue posible con Guillermo Farré como entrenador. Como lo había hecho en el torneo de ascenso, siguió fusionando pibes con veteranos, viejos conocidos con nuevos por conocer y en ambos casos la alquimia tuvo buena respuesta. De su austero laboratorio surgieron resultados sabrosos para dientes blancos en bocas festivas. Con poca plata produjo mucho; sin exageraciones, por supuesto.
En ese entonces (no hace mucho, sólo algunos meses), el equipo era bravo en la pelea del balón y no muy destacado en su creatividad. Su fuerza mayor era su ánimo cooperativo, su actitud solidaria, y sus pilares el arquero Nahuel Losada, una defensa regular (sin muchos claroscuros), un Ulises Sánchez en su esplendor, un Santiago Longo incansable y un Lucas Passerini tan amigo de la red como buen compañero en la generación de juego.
Ya con la participación en el segundo torneo sudamericano en importancia en el bolsillo, le jugó el 3 de diciembre pasado un partidazo a River Plate, con el que perdió 2 a 1. Fue en los cuartos de final de la Copa de la Liga. Perdió con lo justo. Estuvo “ahí” de dar el batacazo.
Este año la respuesta no fue igual. Los refuerzos no se han afianzado; Matías Suárez casi no ha participado y la falta de productividad, en general, se ha visto expuesta en flojas actuaciones, malos resultados, con la consiguiente preocupación por la evidente caída en la zona de los promedios.
Ahora bien: este bajo rendimiento, ahora más evidente por el paso de los partidos, ¿exigía una salida de Farré, cuestionado inclusive cuando recién se vislumbraba un declive del equipo? ¿Por qué no haberle dado más tiempo a quien junto a su cuerpo técnico había mostrado idoneidad y profesionalismo en épocas de alegrías, siempre con un plantel corto? ¿Los dirigentes habrán notado un deterioro en la relación entre el director técnico y los jugadores o directamente escucharon que el mensaje desde el costado del campo de juego ya no se llevaba a la práctica?
Martín Demichelis iba a ser desmenuzado a la parrilla si River Plate no le ganaba a Estudiantes de La Plata por la Supercopa Argentina. Diego Martínez rinde examen todos los fines de semana ante la hinchada de Boca Juniors. En 10 fechas tuvieron que renunciar siete entrenadores.
Farré no podía ser la excepción. Quien en el último mes del año pasado recibía loas por la campaña de su equipo, pasó a ser puesto en duda en sólo 10 fechas. El hincha, o tiene poca memoria, o su afán de victorias le pone frente a una realidad demasiado negativa cuando los procesos todavía dan margen a la esperanza.
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