Una residencia divina
“Señor, ¿dónde te encontraré si te hallas en lo más elevado y oculto? ¿Y dónde no te encontraré si tu gloria llena todo el universo?”.
Estos paradójicos versos del poeta Iehuda Halevi, escritos en la España del siglo XI, ponen a las claras uno de los aspectos más difíciles de toda teología, a saber, el cómo hallar la presencia divina.
Aun cuando la empresa en sí sea imposible de justificar a un ciento por ciento, me animo a hacer un pequeño esbozo de la cuestión tomando como base un pasaje de la Torá que leímos en todas las sinagogas del planeta hace tan solo una semana.
El texto bíblico dice en el Libro del Éxodo (25:8): “Me harán un santuario para que resida dentro de ellos”.
La consigna es por lo menos curiosa, ya que esperaríamos que dijera “para que resida dentro de él”; y sin embargo –nada casualmente–, el acento está puesto en la gente.
Maravilloso por donde se lo mire. El Creador le pide al pueblo judío recién salido de la esclavitud, y a la vera del monte Sinaí después de haber escuchado los 10 mandamientos, que se embarque en una construcción colectiva. Nada más opuesto, en forma y en fondo, a la construcción de las pirámides.
Una simple tienda móvil para portar el arca con las tablas de la ley, un candelabro, una mesa con panes, un altar de incienso, un lavatorio y un altar para las ofrendas constituían este templo primigenio, garantizando en su sencillez y en su fragilidad la fortaleza de un mensaje eterno.
Nada de piedras y alturas que endiosaban a una sola persona a costa de la sangre de miles. La obra debía ser llana y colaborativa, contando precisamente con lo que cada uno podía aportar de sí para el resto, haciendo de la presencia divina (Shejiná en hebreo) una residencia comunitaria (Shejuná), un barrio, preservando en la ley la convivencia entre los vecinos (Shejenim).
Pareciera ser que en aquel ancestral susurro del desierto se disimula un eco misterioso de Aquel (con mayúscula) que busca ser encontrado, y que en lugar de estar tan lejos se pasea muy cerca nuestro. Es claro, todavía no nos dimos cuenta de que su presencia vecina se asoma fresca cada vez que edificamos entre todos una sociedad que se asemeje a un santuario.
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