La erupción de Milei, entre el guion y el relato
Horacio Tomás Liendo (h) fue el secretario que le acercó a Domingo Cavallo el diseño jurídico de la Ley de Convertibilidad. Cuando se lo preguntan, suele detallar con paciencia las diferencias más bien notorias entre el escenario que dio origen a las reformas económicas de la década menemista y el que enfrenta hoy Javier Milei.
Aquel proceso se llevó a cabo con el marco de otra Constitución Nacional. Se hizo con el texto previo a la reforma de 1994. Carlos Menem fue elegido presidente por seis años. Recién después de la reforma de 1994 el mandato se redujo a cuatro años. Menem asumió con un proceso hiperinflacionario en curso, pero tenía una expectativa de poder más prolongada que la que tiene Javier Milei.
Ese diferencial de tiempo permitió que el programa de estabilización se pusiera en marcha tras casi dos años de ensayo y error. Tenía, además, un peso mayoritario propio en el Congreso Nacional y en la Corte Suprema de Justicia. Contaba con el respaldo de una masa crítica de sindicatos y gobernadores alineados por afinidad partidaria. Su principal oposición política –que dejó prematuramente el poder– le facilitó facultades extraordinarias para enfrentar la emergencia económica y un esquema normativo incipiente para ejecutar una amplia reforma del Estado. Y el propio gobierno de Menem despejó el camino hacia la convertibilidad con la aplicación previa del ajuste monetario que hizo Antonio Erman González.
Milei no tiene disponible casi ninguno de aquellos factores que convergieron para el funcionamiento del programa económico de Menem. Es probable que esa constatación haya sido la que impulsó a Milei a encarar un camino político y normativo distinto al de entonces. Sus dos principales emprendimientos reformistas fueron el DNU 70 y el proyecto de ley Bases, cuyos principales rasgos distintivos son dos: ambos acumulan en un solo instrumento una gran cantidad de reformas de naturaleza muy diversa y ambos fueron propuestos como condición y no como corolario del programa de estabilización de precios. La inflación normativa y la secuencia inversa son dos diferencias importantes con la reforma menemista.
Al enviar primero y retirar después el paquete fiscal en la “ley ómnibus”, Milei dio cuenta dos veces de esa naturaleza diferente de su intento reformista. Por eso su resultado es incierto no sólo para el programa de estabilización de precios, sino para el capital político resultante. También por eso, en ocasión del paro general dispuesto por la CGT, el asesor en comunicación del actual gobierno, Santiago Caputo, urgía a que se haga en simultáneo la sesión de Diputados sobre la ley ómnibus. Para la narrativa del Gobierno, significaba mucho poder mostrar el contraste entre el avance parlamentario del oficialismo y el discurso retardatario del sindicalismo opositor.
Cambio narrativo
En esa preocupación por el mensaje dominante, hay un rasgo por demás interesante para quienes analizan al gobierno de Milei y tratan de entender su identidad metodológica. Ese rasgo a observar es el salto que está obligado a hacer el Gobierno entre su narrativa de acceso al poder y su narrativa de ejercicio del poder.
Milei no ascendió al poder sólo por sus apariciones como panelista en la televisión. Su predicamento en las franjas más jóvenes y numerosas del electorado provino de su habilidad para usar en su favor la moda del storytelling, el arte de contar historias con efectividad e impacto emocional en las redes sociales. De allí su decisión de mantenerse activo en la conversación digital, opinando y controvirtiendo más allá de los límites de su investidura institucional.
El filósofo coreano Byung-Chul Han escribió un ensayo ácido contra la moda del storytelling. Dice que detrás de esa novedad tan propia del phono sapiens lo que hay en realidad es un enorme vacío narrativo. Para Han, vivimos una era “posnarrativa”. Las narraciones fuertes y conclusivas del pasado (como las religiones en Occidente) que dotaban de sentido a la vida y generaban lazos de comunidad han cedido paso a las historias guionadas para consumidores solitarios que apenas condescienden a la aprobación de un like.
Más allá de ese debate filosófico, lo que interesa detectar es que el relato de acceso al poder de Milei se construyó en buena medida con el magma de las efímeras historias guionadas al estilo Tik Tok. Desde que llegó al poder, el mismo Milei parece percibir la necesidad de construir una narrativa distinta. Ya no se trata de impactar, sino de explicar. El impacto apela al voto. La explicación convoca a la paciencia con el Gobierno.
En ocasiones, Milei toma para su nueva narrativa elementos de las más tradicionales y conclusivas: las narrativas religiosas, al estilo de las fuerzas del cielo. En otras, busca engarzar su iniciativa reformista con elementos históricos que admitan analogía: las Bases de Juan Bautista Alberdi, la Argentina de la Generación de 1880, el recuerdo de la dolarización “uno a uno” del menemismo.
¿Está mal que lo haga? La pregunta es casi inconducente. No tiene posibilidad de negarse a hacerlo. El storytelling, el guion que le sirvió en la campaña, es ante todo un recurso que trocea el tiempo. Gobernar demanda una narración, que es por naturaleza la explicación de continuidades históricas. Tampoco el volcán Milei es ajeno a las leyes de la física y el poder. Aquello que era magma, masa ígnea en el cráter de la campaña, después de asumir el poder es lava: la misma materia incandescente, pero cayendo por la ladera con destino –más cerca o más lejos– de enfriamiento.
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