Ganancias, salarios y retenciones: el desafío de tensar la cuerda fiscal con inflación gruesa y una línea social muy delgada
El paro nacional que la CGT realizó apenas 45 días después de la asunción presidencial de Javier Milei, planteó el enorme desafío que representará para el jefe de Estado administrar la crisis contradiciendo parte de su propio discurso. Pero no solo ante un sector que mayoritariamente se ha mostrado contrario a su proyecto y, en la voz del camionero Pablo Moyano, comete la barbaridad de amenazar con tirar al Riachuelo al ministro de Economía, Luis Caputo. Sino, particularmente, ante la base de electores que lo llevaron a la Casa Rosada y para quienes la aceleración de una inflación que ya era asfixiante y la mayor presión fiscal resulta un combo difícil de sobrellevar.
El salario cayó fuerte ante la inflación el año pasado y el arranque del 2024 pone más presión sobre las negociaciones paritarias, en un escenario en el que la caída de la actividad, la devaluación y el aumento de los costos reducirán los ingresos de los empleadores, por lo que subir los precios para compensarlo resulta, en este escenario, contraproducente. Es más, en los últimos seis años, los trabajadores perdieron un año completo de sueldos en materia de poder adquisitivo, según un estudio del IARAF.
Así, el país profundiza una espiral descendente a la espera de que la recesión planche los precios por la caída del consumo, mientras se ajusta el déficit fiscal y se prende una vela al campo para que las exportaciones provenientes de la cosecha gruesa ordene las cuentas. Pero aunque posible, aún este último punto no está asegurado, dada la caída del precio de los commodities y el rezongo de un sector agropecuario que, antes de iniciar el proceso de venta de su producción y contra las promesas de campaña, ve aumentar las retenciones y caer el incentivo expotador ante la ampliación de la brecha cambiaria.
Curiosamente esa misma razón, la de ir contra las promesas de no aumentar impuestos, es parte de los argumentos que esgrimió el sindicalismo para darle contenido al paro, más allá de una explosión inflacionaria que no derivó en ese tipo de medidas durante el gobierno anterior, pese a que el aumento de precios y la pobreza vienen de la mano desde hace varios años.
En los últimos seis años, los trabajadores perdieron un año completo de sueldos en materia de poder adquisitivo
Y es que en medio de la marea inflacionaria, reponer el impuesto a las Ganancias -retitulado a los Ingresos Personales- con un piso bajo y que se actualizará recién cada tres meses, resulta un castigo para la cada vez más menguante clase media, que ya hacía cuentas para afrontar los incrementos tarifarios que vendrán y a la que se le prometió que el ajuste lo pagaría la «casta».
Cualquier negociación paritaria que consiga recuperar el mes próximo en los salarios el 50% de inflación que se habrá acumulado en el último bimestre (25,5% en diciembre y al menos 20% en enero), dejará dentro de la obligación de pagar el impuesto al trabajador que hoy recibe en el bolsillo $ 600.000, es decir que apenas logra que su familia asome la cabeza por encima de la línea de la pobreza ($ 500.000). Una línea demasiado delgada para contener una tensión creciente.
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