Ecos del 25
Una vez más, la inexorable ferocidad del tiempo hizo de las suyas y apenas quedan los ecos de otra Nochebuena, de otra Navidad.
¿Cuándo empezó esta historia? ¿Dónde se halla aquel primer 25?
Me atrevo a postular que tiene que ver con algo que roza lo judío; caso contrario, no correspondería a un rabino escribir sobre una temática –en principio– claramente cristiana.
Y más allá de que sea evidente que la Navidad festeja el nacimiento de un bebé israelita dado a luz en la provincia romana de Judea hace un poco más de dos milenios, esa pregunta retórica apunta a desentrañar el origen de esa cifra tan contundente: 25.
La fecha en sí no aparece en el Nuevo Testamento, así que corresponde buscar más atrás en la historia, específicamente unos 160 y tantos años antes, cuando los macabeos (un grupo revolucionario hebreo) reconquistan la soberanía política y religiosa de Israel, que había sido avasallada por una alianza sirio-helénica.
Esa historia, relatada en el Libro de los Macabeos (y también sostenida por Flavio Josefo y otros historiadores de la antigüedad), nos cuenta que el 25 del mes de Kislev (coincidente con diciembre) se reinauguró el Templo de Jerusalén, lo que dio origen a la celebración de Janucá, la fiesta de las luminarias.
¿Y por qué ese día y no otro? Porque parece ser que los griegos festejaban en esa fecha la fiesta de Dionisio, luego devenida en la Saturnalia romana, y la idea era darle un contenido nuevo y más pertinente a esa serie de fiestas paganas que sucedían, nada casualmente, alrededor de esa jornada, cuando el solsticio de invierno hacía su aparición en el Hemisferio Norte.
Todo tenía que ver con la luz. En las noches más largas y desoladas, cada cultura marcaba el inicio de una nueva era de luminosidad. Los griegos lo hacían con sus fogatas embebidas en vino junto a algunos otros deslices, los judíos lo asociaban (y seguimos haciéndolo) con la reinauguración de las chispas divinas que todos portamos, y los cristianos, con el nacimiento de Jesús.
Lo curioso es percibir en el mismísimo primer día de la Creación, cuando Dios pronuncia las palabras “que haya luz” y en la Torá aparece el vocablo “or” (luz), que es precisamente esa la 25ª palabra del texto bíblico.
Gracias a sus ecos vivimos.
* Rabino, miembro del Comipaz
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