¿Cuánto tiempo debe tocar una banda central en un festival? El cansancio y el disfrute, en tensión
Los artistas centrales de la reciente edición del Primavera Sound Buenos Aires fueron los grupos británicos The Cure y Blur.
Más allá de cuestiones generacionales y estilísticas (el primero marcó los ‘80; el segundo, los ‘90), ambos se mostraron contrastantes por el tiempo que insumieron sus respectivos shows.
Robert Smith y los suyos permanecieron en escena dos horas y 33 minutos; los de Damon Albarn, en tanto, una hora y 44 minutos. Mucha diferencia en favor de los primeros.
De todos modos, en redes se discutió mucho acerca de si es efectivo extenderse en el tiempo en el marco de un festival que comienza temprano y que obliga al espectador a una entrega física y sensorial extrema, cuando no al destrato de los organizadores. Tanto es así que no se percibieron recriminaciones a los Blur por pijoteros.
El cansancio acumulado es un tópico que se privilegia en los análisis posteriores a un festival, e incluso puede priorizarse por sobre el capricho artístico de una banda como The Cure de relevar las facetas que mostró a lo largo de más de 40 años de historia.
Es así, en la lógica festivalera hay señalamientos para los números centrales que trascienden ciertos estándares temporales y ningún reproche para quienes se manifiesten pragmáticos.
Lo del pragmatismo cambia cuando se trata de un show único, claro, porque en este mismo fin de semana pasado Red Hot Chili Peppers recibió quejas por haber tocado menos de dos horas en River.
A algunos usuarios de redes, a su vez asistentes a los shows de los californianos, esos minutos les supieron a poco, no se correspondieron con la expectativa despertada cuando se confirmaron y la acrecentada cuando se abrieron boleterías.
Un sold out de varios meses debía tener un show más largo, se razonó en varias publicaciones.
Entonces, ante la eventual pregunta: “¿Cuánto tiempo debería tocar una banda de cierre en un festival?”, la respuesta más certera sería “lo que se le antoje”, con la idea de demostrar que hay artistas que están más allá de todo tipo de corsé.
Pero para que la experiencia sea disfrutable para el espectador, este debe tener información sobre los modos del artista que lo desvela para no llegar a la cita fisurado o con posibilidad de dar cabeceos de sueño.
Porque en este formato del entretenimiento se puede llegar a sufrir la música más que disfrutarla, tal como señala el periodista español Nando Cruz en su libro Macrofestivales. Este es un ensayo sobre este modelo de música al que el autor considera un “agujero negro” establecido como una forma de “hiperconsumo ultracapitalista”.
“En el libro recuerdo una cosa que me pasó hace muchos años y a la que no le di ninguna importancia en el momento, que es quedarme dormido en un festival justo cuando tocó uno de mis grupos favoritos”, recordó el autor en entrevista con Europa Press.
“En ese momento, simplemente piensas que eres tú, que estás demasiado flojo de fuerzas, y no que quizás hay cosas que están fallando en la manera que nos proponen consumir la música”, resaltó luego.
Esta anécdota de Cruz describe de manera inmejorable lo que les pasó a algunos durante el show de The Cure del reciente sábado 25 de noviembre.
Si fuiste al show de The Cure en 1987 y no reincidiste en 2013, llevabas 36 años sin ver a la banda; si reincidiste o debutaste en 2013, eran 10 los años de veda; y si nunca habías podida verla por la circunstancia que fuera, esperabas la porción de vida que corresponda por experimentar la conmoción que supone tenerla ahí.
Lo cierto es que no podés llegar averiado cuando la de hace unos días fue la primera vez de The Cure en el país en el marco de una entrega como las cuestionadas por Nando Cruz, de varios escenarios y un programa de carácter lista sábana.
Si la tele se te está por apagar, se te hará difícil el bloque en el que Smith y sus compañeros encadenan A Forest, Shake Dog Shake, From the Edge of the Deep Green Sea, Endsong, It Can Never Be the Same, Want, Plainsong y Disintegration.
Ese tramo es oscuro, sublow y totalmente desentendido de un impacto pop (de hecho, Endsong es un estreno sin sobresaltos de 10 minutos), por lo que si no estás entero probablemente dilapides la gloriosa sensación de subsumirte en esa bruma de desasosiego para recostarte en un rincón de un inmenso parque.
La experiencia festival multitudinario de música, o macrofestival en la nomenclatura de Nando Cruz, obliga a imaginar qué consecuencia tiene cada acción que se toma como espectador. ¿Espero una hamburguesa una hora y me pierdo un artista importante? ¿Hago una buena base antes de comer allá? ¿Confío en el transporte público para ir y volver? ¿Privilegio los headliners sobre el resto?
Cada uno conoce sus límites y sus preferencias; entonces, la clave es llegar con estas cuestiones lo más resueltas posible.
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Comentario de “The Ballad of Darren”, el nuevo disco de Blur: Todo lo que dejaron atrás
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