El balotaje se juega solo
Mucho se ha escrito y debatido en estos dos días acerca de las razones que llevaron a Javier Milei a ganar la presidencia de la Nación el pasado domingo 19.
Casi todos los argumentos esgrimidos por los analistas son certeros; resumo rápidamente aquí algunos de ellos:
1. Se reconfiguró el sistema de partidos a partir de la aparición de una tercera fuerza que rompió el bicoalicionismo reinante.
2. La ira que predominó en la narrativa de Milei se impuso sobre el miedo que dominó la de Massa.
3. El voto fue contraidentitario (anti-k) y económico.
4. Primaron las dificultades de un candidato-ministro que no tuvo éxitos en la gestión que lo apalancaran en su campaña.
5. Se impuso la situación económica y social actual (pobreza, indigencia, inseguridad).
6. En ese contexto, se destacó el hartazgo de la mayoría de la población frente a hechos de corrupción y la exhibición obscena de privilegios.
7. Primó una mirada sobre el mal funcionamiento general de casi todo lo estatal (que genera opiniones cercanas al antiestatismo).
8. Hubo excesos en el discurso oficial de “causas” que buena parte de la población considera ya ganadas, o bien pone en un segundo o en un tercer orden de importancia frente los temas que más le importan.
Esta configuración de distintos elementos explicativos no aborda quizá el más simple de ellos, subyacente seguramente en los análisis mencionados, que es que toda elección, en definitiva, se trata de continuidad o de cambio.
Y el 22 de octubre lo que vimos fue que la continuidad sacó el 36% de los votos. Ganó esa primera vuelta, lo que le permitió entusiasmarse frente a una dispersión de los dirigentes de Juntos por el Cambio, a la que la derrota expuso rápidamente.
Hay que decir, además, que Unión por la Patria ganó esa primera vuelta apalancada por la elección de algunos gobernadores e intendentes que traccionaron desde sus territorios, principalmente en la provincia de Buenos Aires.
Lo que sucedió ya el 19 de noviembre se explica, desde mi punto de vista, por otros motivos. Por un lado, intendentes y gobernadores ya no traccionaron, no por voluntad de traición, sino por lógico relajamiento, cumplidos (o no) sus objetivos más personales e inmediatos.
Por otro lado, hubo nula eficacia de los pronunciamientos institucionales y dirigenciales a la hora de torcer la intención primigenia de esos casi dos tercios de la ciudadanía que más arriba mencionamos. Quizá un poco por crisis de representación, pero más por la firme voluntad de cambio mencionada.
En este sentido decimos que el balotaje es una carrera casi solitaria entre los candidatos (con sus atributos y defectos), en la cual los posicionamientos iniciales son difíciles de romper.
* Politólogo; magíster en Desarrollo Económico; director de la consultora Metadata
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