Gobernabilidad: paciencia, pragmatismo y flexibilidad
«La victoria en la guerra no depende del número de soldados sino de las fuerzas que vienen del cielo» es una de las frases que Javier Milei más ha repetido en sus actos de campaña electoral para arengar a sus militantes. Esa retórica encendida que transmitía autenticidad, junto con su perfil de outsider que lo hizo novedoso frente a la «casta» y su final entronización como agente del cambio ante un oficialismo fracasado colaboraron en otorgarle una victoria sin atenuantes en el balotaje ante Sergio Massa. Al lograr sintonizar con un rechazo hacia un modelo de hacer política y de concebir las políticas públicas, Milei se convirtió en un vehículo exitoso de canalización del hartazgo. Finalizado el periodo de campaña, lo que queda por delante es el tiempo de gobierno, en el que el presidente electo deberá hacer primar una sabiduría y paciencia distintas, además de criterios orientadores renovados.
En un sondeo reciente de D’Alessio IROL/Berensztein se verifica que el sentimiento que primó entre el electorado frente al triunfo de Milei fue el de esperanza, con el 41%. Ese impacto positivo fue aún más importante en los votantes de La Libertad Avanza (LLA), entre quienes el 71% expresó sentirse esperanzado por la llegada del economista a la presidencia. El favor popular corre el riesgo de empezar a erosionarse más temprano que tarde, sobre todo en una administración que exhibe una disposición de emprender un recorte veloz del gasto público.
En consecuencia, más allá de la contingente aprobación ciudadana, la vocación transformacional del presidente electo deberá operar en el marco de la negociación política que asegure la gobernabilidad y del pragmatismo para engrosar la coalición reformista, si es que pretende alcanzar algún grado de éxito. En este contexto, tampoco faltarán conflictos por sucederse ya sea al interior del propio espacio, en la relación con los potenciales aliados o por iniciativas opositoras que se efectivicen institucionalmente o por medidas de acción directa. Todos esos son los factores que Milei tendrá que internalizar en su ecuación de poder una vez que asuma el mando el próximo 10 de diciembre.
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La línea de largada desde la que parte la administración libertaria es la de un peso específico nulo entre gobernadores e intendentes, a la vez que conserva una influencia acotada en el Congreso. Esto implica que en un análisis ex ante de la dimensión institucional, las propuestas del gobierno entrante están más cerca de ser bloqueadas que habilitadas. Sin embargo, si Milei se dispone a ejercitar la prudencia y la negociación, hay una vía de éxito posible.
El libertario deberá mostrar que tiene las prioridades claras y que es capaz de seleccionar con perspicacia la secuencia de reformas comprendidas en su estrategia inicial. Sería deseable que las iniciativas que lleguen al Legislativo en sesiones extraordinarias se encuentren sujetas a una hoja de ruta que habilite una negociación amplia de un paquete de leyes. Así, podría evitarse un desgaste temprano del gobierno ante las tensiones generadas por la necesidad de construir mayorías para iniciativas atomizadas.
Aun con las rispideces de los últimos días por el reparto de cargos en el gabinete y las negociaciones cruzadas del presidente electo con Mauricio Macri y Patricia Bullrich, los ‘halcones’ del PRO mantienen una afinidad indisimulable con la visión general de país que se plantea desde LLA. La cercanía que ha desplegado el grupo de radicales liderados por Alfredo Cornejo y Gustavo Valdés aporta también a la consolidación de un bloque de interlocutores amigables. Incluso con esos sectores subidos al barco, el rompecabezas para alcanzar los números mágicos de 129 adhesiones en Diputados y 37 en el Senado que permitan iniciar una sesión y aprobar una ley sigue luciendo incompleto.
De esta manera, la clave para concretar las ambiciones reformistas dependerá de la posibilidad de construcción de acuerdos más amplios. Aquellos se vincularán directamente con la disposición que exhiban los ‘neutrales’ del PRO y la UCR (articulados con la liga de gobernadores de Juntos por el Cambio), los partidos provinciales (entre los que está el peronismo cordobés) y los legisladores de Unión por la Patria que, impulsados por los intereses de sus jefes provinciales, decidan jugar una partida distinta a la del kirchnerismo.
En este sentido, la designación de Guillermo Francos al frente del Ministerio del Interior y su creciente influencia en el círculo decisorio de Milei son muestras de una voluntad inicial de encarar una dinámica de negociación con los actores del sistema político. Desde el rápido acercamiento logrado con la fórmula Juan Schiaretti-Florencio Randazzo, hasta la concreción de la primera reunión con Axel Kicillof, las gestiones políticas de Francos empiezan a desarrollarse.
La exhibición pública de idas y vueltas en torno a la conformación del gabinete ha puesto de manifiesto las tensiones que generan las disputas internas de poder. El Pacto de Acassuso parece no haber dejado cláusulas del todo claras en la relación del macrismo con una presidencia de Milei y la potencial llegada de Bullrich a Seguridad abre un foco de desacuerdo entre el presidente electo y su vice, Victoria Villarruel. En cualquier caso, el frente interno deberá terminar de consolidarse a la luz de las protestas que podrían empezar a desplegarse en las calles. La ocurrencia de estas en los meses siguientes parece inevitable aunque sí podría apuntarse a evitar que escalen y se reproduzcan.
En un contexto de fragmentación política y con decisiones complejas por tomarse, la consolidación de la gobernabilidad requerirá de altas dosis de pragmatismo. El destino que le depara a Milei no es inexorable sino que dependerá del camino que elija transitar en la búsqueda de maximización de los beneficios de su gobierno.
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