Blur y su paso por el Primavera Sound Buenos Aires: felices juntos
Este domingo a la noche y hacia el promedio de su show de cierre del Primavera Sound Buenos Aires, Blur afrontaba su frenético himno Parklife mientras su cantante, Damon Albarn, entró con el estribillo en una parte que correspondía a la estrofa. El líder no recibió ninguna recriminación. Por el contrario, sus compañeros (el guitarrista Graham Coxon, el bajista Alex James y el baterista Dave Rowntree) le devolvieron una sonrisa cómplice ante el pifie.
Inmediatamente, Albarn se sentó al piano y comenzó a improvisar un vals que, una vez que sumó a la base, se transformó en un ska sin ton ni son. Y por último en ese meridiano, invitó a una chica del público para que cante los pocos y repetidos versos en francés de To The End, que también tiene algo de movimiento de baile en un palacete.
Esas situaciones, más recurrentes alabanzas a la luna y al público argentino, sirvieron de base para concluir que la banda británica ha decidido salir de gira para que sus miembros se diviertan y socialicen una química de situación de ensayo.
En otras palabras, Blur se ha reunido impulsado por la felicidad, con el sólo propósito de enrostrarnos su feeling y su inmenso repertorio.
Claro, también debe haber jugado el hecho de que había un (muy buen) disco para presentar, The Ballad of The Darren, cuyos temas mostraron al personal más consustanciado con la posibilidad de darle un barniz más solemne, si cabe la expresión. Tiene lógica que los Blur no se hayan dispersado en ese caso, por cuanto un tema como The Narcisist, que llegó hacia el final como queriendo atenuar el éxtasis de cara una despedida total, reflexiona sobre pérdidas de amigos cercanos en el último tiempo.
Además, la versión de estudio de Barbaric es tan hermosa y consistente que evidentemente obligó a sus creadores a una interpretación acorde a esos valores. La canción tiene un imperativo implícito: no hagan cualquiera conmigo, por favor.
De cualquier modo, la sensación reinante fue que, en la vida profesional de Albarn todo es diametralmente opuesto en relación a comienzos de siglo: si por entonces Gorillaz era un divertimento para experimentar con el hip hop y algunas fantasías animadas, hoy es central y Blur la excusa para juntarse con sus amigos de siempre para rockear sin tantas vueltas.
Si bien Damon ha dado muestras de un olfato y de una inquietud artística que lo han llevado a convertirse en referencia ineludible de la música de este tiempo, este domingo con Blur fue la estrella de rock que pierde aceite o “está en Narnia”, tal como graficó en charla informal el colega y amigo Joaquín Vismara.
Si hasta le devolvió una bandera a unos fans platenses de la primera hora como señal para que las autoridades mejoren las relaciones entre Argentina e Inglaterra.
Y en otro momento, dijo “nada de política”, acaso consciente de que movieron el avispero sus referencias a nuestras recientes elecciones presidenciales.
Cualquiera haya sido la dirección del show en tal o cual momento, Coxon siempre estuvo ahí con su inagotable paleta de recursos: glam ruidoso en St. Charles Square, noise sofisticado en Beetlebum y Trim Trab, reservado y luego explosivo en Coffee and TV (que además canta), punk en Popscene y sentimental en el góspel Tender.
Además de los temas de The Ballad of Darren, los Blur encontraron un nivel de vibración superior en This Is A Low, que sin embargo no dejó en off side a las interpretaciones chispeantes de Girls and Boys y Song 2, que tuvo proyectada en pantallas la alfombra contra la que los Blur chocan en el clip.
En himnos así, Albarn saca a pasear su espíritu hedonista nada distante y hace refulgir su diente de plata a pura sonrisa.
Es un buen plan llegar a los 50 y tantos reunido con tus hermanos de la música para tontear alrededor del mundo, amparado en una música que a lo largo de las últimas tres décadas dio cuenta de observaciones sagaces de lo sociocultural y de viajes a las profundidades más inexploradas del yo.
Pet Shop Boys, retrospectiva y buen gusto
Aunque más elegante y atildado que Albarn, Neil Tennant también se mostró chocho con Argentina durante el show de sus Pet Shop Boys, un espectáculo decididamente retro que contó (otra vez más) con un diseño visual exquisito.
Los “Pechos” comenzaron con Tennant y Chris Lowe (tecladista y mente creativa) en soledad, portando lentes – cascos que parecían inspirados en una versión exagerada de los protectores de acero que Russell Crowe usó en Gladiador.
En ese inicio, una pantalla tiró diseños grisáceos mientras el dúo arremetió con un bloque de beat atenuado aunque con versiones irresistibles de Suburbia, Can You Forgive Her?, Opportunities y otra de Where The Streets Have No Name, de U2. En ese momento, Tennant y Lowe también se cargaron Rent, Don’t Know What You Want y So Hard.
Pero el subidón llegó cuando la pantalla posterior al dúo principal se elevó y dejó ver a los músicos hasta entonces invisibilizados. Ahí se produjo una explosión de ritmo y una palmada a los sentidos de la comunidad queer presente. Los temas de ese tramo: más dramas en miniatura, según supo ilustrar The Guardian al comienzo de esta gira, titulada Dreamworld. Concretamente, a banda completa llegaron en principio Left To My Own Devices, la imperial osadía de Domino Dancing, Paninaro y Always On My Mind.
Y más hacia el final Go West, Heart, el elocuente It’s A Sin y la seguidilla letal de West End Girls y Being Boring, que tuvo a Tennant presentando a sus compañeros de ocasión. Ellos fueron (en sintetizadores, percusión y coros) Afrika Green, Clare Uchima, y Simon Tellier.
Esa seguidilla internacional en los dos escenarios principales la había iniciado a la tarde la canadiense Carly Rae Jepsen con un furibundo pop de inspiración funky y disco y alto contenido erótico en sus letras, y continuado al anochecer el norteamericano Beck, quien con un saco cruzado con botones plateados aireó todas sus encarnaciones.
Pero más que un freak que se le anima a todo, Beck empezó, promedió y finalizó su show como lo que es: un genio. Porque ya no hay margen para apreciar a este artista como un cualunque que no le hace asco a nada y que en los ‘90 patentó un esperanto musical que nadie vio venir y que se nutrió tanto de folk rural como de hip hop y de, sobre todo, un delirio cocoliche. Los puntos altos de su show fueron New Polution, Loser, E Pro y Valley of The Pagans con un Damon Albarn menos limado que el que se vio una hora después.
Más información
Richard Coleman, en la previa de su show en el Primavera Sound Buenos Aires: “Vuelvo al dark”
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