De la globalización a la geoestrategia: reinventando las relaciones económicas internacionales
Desde la crisis de 2008, se ha anunciado a menudo la muerte de la globalización. Aunque siempre es difícil confirmarlo, parece que esta vez estamos asistiendo realmente al final de una era. Y es probable que la globalización se vea ahora obligada a una convalecencia al menos prolongada.
La globalización está enferma porque los males del mundo han llegado para quedarse. La crisis financiera, los años de Donald Trump, la pandemia, la guerra de Ucrania, los ataques a Israel… Todos estos acontecimientos han contribuido a que la globalización se detenga.
Entre 1995 y 2010, el mundo atravesó unos bellos años de globalización, de los cuales Argentina, desde 2000, mayoritariamente no participó.
Durante este período, el comercio internacional creció al doble del ritmo del PIB mundial. Esta dinámica no sólo permitió explotar las ventajas comparativas, como preconizaba David Ricardo, sino que también abrió las puertas a un mercado mundial, diversificando así los riesgos y atenuando los shocks económicos.
Esta expansión contribuyó a crear mejores empleos en todo el mundo y a reducir la pobreza. Una red mundial de cadenas de producción se desarrolló siguiendo la lógica de la eficacia.
Límites a la globalización
Desgraciadamente, hoy asistimos poco a poco al desmantelamiento de esta realidad. Las palabras de moda ya no son offshoring, sino reshoring y friendshoring.
Más allá de las políticas diseñadas para promover la integración y el comercio, la globalización fue el resultado de las decisiones de actores privados, es decir, los consumidores y los productores, quienes, a través de sus acciones individuales, determinaron lo que consumirían, dónde pasarían sus vacaciones o dónde invertirían.
Durante estos años, en Europa, la introducción del euro y otras medidas de integración casi nos hicieron olvidar las fronteras. Hoy es difícil no darse cuenta del refuerzo de las fronteras, no sólo en las exteriores de la Unión Europea, con muros de hormigón armado, alambradas, cámaras, drones de vigilancia y todo un arsenal tecnológico, sino también controles temporales en varias fronteras interiores.
Al mismo tiempo, Europa se esfuerza por integrar a nuevos miembros que están a sus puertas, pero todo ello parece estar más motivado por el deseo de mejor cerrarlas luego de su paso y defender su soberanía. De la Declaración de Granada (reunión de jefes de Estado o de Gobierno de los 27 estados miembros) se desprende claramente que, pese a hacer un llamamiento a la revitalización del comercio mundial, los líderes europeos no siguen una visión puramente económica del progreso social. Están promoviendo una posición geoestratégica en la que la seguridad, la inversión en sectores clave y la “soberanía europea reforzada” ocupan un lugar central.
La globalización condujo a la integración económica mundial, creando interdependencias. Estas interdependencias dieron lugar a externalidades positivas, como el crecimiento económico y los avances tecnológicos, que se extendieron por todos los países. Sin embargo, también allanaron el camino para la propagación de externalidades negativas, como las consecuencias de las políticas proteccionistas o la guerra, donde las acciones unilaterales de un país pueden repercutir en los demás.
Parece que la respuesta a estos retos está en la búsqueda de una mayor soberanía e independencia, con el fin de reducir las interdependencias creadas por la globalización. La literatura actual habla de decoupling y de-risking. En este sentido, los responsables europeos parecen haber optado por poner fin a la globalización y a la integración económica mundial, a favor de una visión explícitamente geoestratégica para los próximos años.
La política en primer plano
El miedo a la globalización es un sentimiento que persiste desde hace varios años y se remonta al menos a 2002, cuando Joseph Stiglitz acusó a la globalización de desencadenar una “carrera hacia el abismo”.
La izquierda empezó a explotar este discurso para denunciar la explotación de los trabajadores, la desigualdad y otros males asociados a la globalización. Sin embargo, a pesar de las críticas, es innegable que la globalización ha contribuido a mejorar los salarios, las condiciones de trabajo y el nivel de vida de millones de personas en todo el mundo. Por supuesto, hubo y sigue habiendo abusos, pero la globalización también los ha sacado a la luz, como ocurrió en Bangladesh, y ha creado una presión internacional para corregirlos.
Por otra parte, los ecologistas y los economistas del decrecimiento pretenden retrotraernos a una época anterior, cuestionando la capacidad del progreso tecnológico y del conocimiento para resolver nuestros problemas económicos y medioambientales.
Estas teorías influyeron en las opiniones de sus partidarios y los llevaron a preferir los productos de su propio huerto local a las rosas africanas y las fresas españolas o peruanas. Por último, la derecha también expresa su preocupación por la inmigración, la inseguridad y la globalización. La guerra de Ucrania desplazó estas preocupaciones de la derecha al centro, ya que puso en relieve una pérdida de seguridad debido a un conflicto que tiene lugar a nuestras puertas.
La izquierda se centró en la desigualdad, los ecologistas hicieron hincapié en los beneficios de la producción local y la derecha centró su atención en la seguridad internacional. Cada uno, en su ámbito, ha contribuido a organizar el funeral de la globalización.
Hoy parece que las decisiones ya no se basan esencialmente en mecanismos privados, dictados por los mercados, es decir, por las elecciones de los consumidores y las empresas. A este respecto, basta mencionar las normas de control de las inversiones y de las exportaciones por motivos de seguridad que la Unión Europea pusieron en marcha en los últimos años.
Asistimos así a una transición hacia decisiones geoestratégicas dirigidas por los estados a escala mundial. Esta transición pone fin a la globalización y a la interdependencia económica.
Por desgracia, la economía de mercado está dejando paso a la política y a la geoestrategia como principales motores de las interacciones entre estados y de la dinámica social en los próximos años. El resultado final es incierto, pero es probable que la globalización siga enferma durante mucho tiempo.
* Profesor de la Ecole Royale Militaire (Bélgica)
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