Elegir… en el día después
“Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos…”. Así comienza esta oración que en 2001 difundió la Conferencia Episcopal Argentina y que nos ha acompañado a lo largo de estos años. Su texto es tan actual como en aquel entonces y nos sigue desafiando a todos, porque, como bien dice el dicho criollo: “A Dios rogando y con el mazo dando”.
Lo más importante es que tanto al inicio como al final de aquella plegaria se pone el acento en el señorío de Jesucristo por encima de todo. Vale la pena recordarlo tras el balotaje presidencial. Más allá de que estemos o no de acuerdo con el presidente electo, Dios sigue siendo Dios, y solo en Él ponemos nuestra absoluta confianza.
Pero nuestra “capacidad de elegir” no puede quedar relegada y abandonada solo a una jornada electoral; el día después necesita de nuestra responsabilidad y protagonismo, porque la vida continúa.
Así lo considera el escritor Fyodor Dostoevsky: “Todos nosotros somos responsables de todo y de todos ante todos, y yo más que todos los demás”. También el cantante chileno Alberto Plaza, hace ya varios años, al dedicarle una canción a su bebé recién nacido decía: “Voy a cambiar el mundo y voy a empezar por mí; lo voy a hacer por ti”.
La experiencia de la Iglesia Católica, en su Compendio de Doctrina Social, nos enseña: “Los auténticos cambios sociales son efectivos y duraderos sólo si están fundados sobre un cambio decidido de la conducta personal. No será posible jamás una auténtica moralización de la vida social si no es a partir de las personas y en referencia a ellas…” (134).
Sin desestimar la necesaria responsabilidad del Estado, más adelante reafirma: “A las personas compete, evidentemente, el desarrollo de las actitudes morales, fundamentales en toda convivencia verdaderamente humana (justicia, honradez, veracidad, etc.), que de ninguna manera se puede esperar de otros o delegar en las instituciones” (250).
La dignidad humana nos demanda que cada uno actúe según su conciencia y libre elección, movido por la convicción interna personal y no bajo presión o coacción externa. La plenitud de la libertad consiste en la capacidad de disponer de sí mismo con vistas al auténtico bien común.
De este modo, nadie está exento de colaborar, según las propias capacidades, en la construcción y el desarrollo de nuestra querida Patria. Ahora, el verdadero desafío que se nos presenta es: ¡elegir… en el día después!
* Sacerdote católico; miembro del Comité Interreligioso por la Paz (Comipaz)
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