La Voz del Interior @lavozcomar: Las terceras partes nunca fueron buenas

Las terceras partes nunca fueron buenas

Finalmente, el socialista Pedro Sánchez obtuvo, en primera votación, la confianza del Congreso de los Diputados para ejercer por tercera vez de presidente del gobierno de España y prometió el cargo ante el semblante serio del rey Felipe VI.

De 350 votos del hemiciclo, consiguió la aprobación de 179: los de su partido, los de sus aliados de izquierda –Sumar– y los de un nutrido grupo de los llamados en Madrid “partidos periféricos”, entre ellos los siete de Junts per Catalunya, el partido de Carles Puigdemont.

El logro de Sánchez por cierto es mayúsculo, y se añade a otras sonadas victorias políticas de este personaje al que, demasiado a menudo y demasiado pronto, se le ha dado políticamente por muerto.

Sánchez llega de nuevo al poder pisando fuerte. En su investidura en el Congreso, no sólo humilló dialécticamente a un débil líder de la oposición, el popular Alberto Núñez Feijóo. También se cebó con algunos de aquellos que prestaron sus votos –a destacar, en este sentido, las caras agrias de los diputados de Puigdemont, molestos porque Sánchez se refirió a la amnistía como un “perdón” español hacia los catalanes.

Estas palabras expresadas en el Congreso español no fueron de recibo para los líderes de la demos independentista, políticos que ahora tienen a un electorado perplejo tras la apuesta pactista de Puigdemont. Luego, Sánchez tuvo a bien replicar con delicadeza las severas advertencias de la portavoz de Junts en el Congreso.

Sánchez no tuvo mayores problemas con el Partido Nacionalista Vasco, el PNV. Con ellos cerró un pacto que no por ser el más tardío dejó de ser el más provechoso. En el acuerdo con los vascos, constituido por 10 largas hojas, Sánchez se comprometió “en los dos primeros años de legislatura” a la “negociación y a efectuar los traspasos correspondientes de las materias pendientes de transferencia según el listado acordado por los Gobierno español y vasco”.

Entre estos traspasos, se supone la gestión de la Seguridad Social, pero por prudencia nadie lo confirma para no alterar más este ambiente político crispado. Si los catalanes tienen desde 2017 un gobierno y un parlamento vaciado de poder, los vascos caminan con paso firme hacia la independencia técnica de su país, un proceso que se inició mucho antes de la disolución de ETA y que ahora se verá acelerado.

Federalismo y asimetría son términos que molestan a la cultura política española, pero el hecho es que un cierto tipo de “federalismo asimétrico” sólo puede imponerse ante las numerosas hipotecas de Sánchez. De ahí el semblante serio del rey, las manifestaciones de jueces contra la amnistía y el trumpismo callejero.

En la calle no todos están tan moderadamente contentos como los conservadores vascos. En las puertas del Congreso, una multitud coreaba: “Sánchez no es presidente, es un delincuente”. Incluso un grupo de diputados socialistas fue increpado de muy malos modos en un bar cercano al Congreso.

La desmesura en la victoria del presidente Sánchez –lo que los griegos de Pericles llamaban hybris– puede pasarle factura muy pronto, puesto que le tocará gobernar temperando los anhelos y las decepciones de prácticamente todos: los de sus socios de gobierno –de Sumar– y los de sus aliados circunstanciales, los vascos y catalanes.

Enfrente, y sin puentes de diálogo –todos están destruidos– estarán los enemigos confesos de Sánchez, los de siempre, una derecha rampante que intentará reorganizarse, virar al centro para agarrar músculo político y frenar las fuertes pulsiones de sus bases hacia una trumperización.

Sánchez es de nuevo presidente de gobierno y celebra haberse conocido, pero sirva de ejemplo una sola imagen para esfumar todo exceso de optimismo: el nuevo presidente español tuvo que entrar por la puerta trasera del Congreso para acceder a su propia investidura. Una realidad, pero también una metáfora.

* Docente e historiador

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