La transparencia de los comicios
Las instituciones en la Argentina ya han perdido buena parte de su credibilidad debido a su propia ineficiencia, como para que los argentinos nos demos el lujo de cuestionar a aquellas que funcionan bien. Es el caso de la institución de los comicios y del escrutinio posterior, del que en algunas ocasiones se ha podido criticar la demora en la difusión de los datos, pero no la transparencia.
Menos sentido tienen esos cuestionamientos –salvo el oportunismo– cuando estamos frente a una instancia tan importante como el balotaje presidencial que se desarrollará este domingo 19 de noviembre.
En la escenografía por momentos desesperante de una Argentina empeñada en superar su cotidiana decadencia, es preocupante que desde sectores de una de las fuerzas que pugnan por imponerse en las elecciones que definirán los próximos cuatro años de gestión nacional se haya impulsado la idea de un eventual fraude electoral, tras haber sugerido que en la primera vuelta lo hubo, algo que los datos objetivos no corroboran en absoluto.
Para ahondar en el meollo de la cuestión, debería recordarse que, en un país de deficientísimo funcionamiento institucional, una de las pocas cosas que no se cuestionan es el sistema electoral: y no se trata de que lo digan la Cámara Electoral Nacional, la jueza María Romilda Servini o Transparencia Internacional, que algo entienden de la cuestión, sino los resultados de 40 años de ensayo y error, desde el retorno de la democracia.
Por cierto, no hay ingenuidad ni desconocimiento por parte de quienes deciden competir dentro del sistema anticipando que descreen de sus reglas, lo que equivale a decir que aceptarán un resultado favorable pero habrán de desconocer una derrota porque ello no entra en el orden de las posibilidades. El método tiene un nombre, acuñado hace unos pocos años: se llama trumpismo.
Lo puso en práctica Donald Trump cuando, por anticipado, desconoció una eventual victoria de Joe Biden tras poner en duda la eficiencia del voto por correo. Lo mismo hizo en Brasil su émulo Jair Bolsonaro ante Luiz Inácio Lula da Silva. El recurso anticipa lo evidente: que las reglas sólo aplican para los demás, una trampa retórica evidente, que es importante señalar para no caer en ella de forma inadvertida.
Por si hiciera falta recordarlo, en el imperfecto sistema electoral argentino, donde aun abundan las kilométricas listas sábana y la boleta única tarda en imponerse, las ínfimas posibilidades de fraude no garantizan a sus autores más de 1% de los resultados totales, un número que casi no justifica el gasto. Aun cuando nos sorprenda, nuestro sistema funciona, quizá pese a nosotros.
Por ello todo ataque a la legitimidad de los resultados sólo puede entenderse de una manera: como un recurso espurio, profundamente antidemocrático e institucionalmente lesivo, tanto como para que se puedan poner en duda las razones de quienes lo promueven. Nada más alejado de una sana práctica democrática.
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