Armó un merendero en su casa y asiste a 30 pibes y pibas en Nuestro Hogar 3
Una mesa para cuatro comensales, un mantel colorido, un par de tazas de plástico de distintos tamaños y cinco sillas son suficientes para sacarle el hambre a 30 pibes y pibas del barrio Nuestro Hogar 3, de la ciudad de Córdoba, que sacian su hambre voraz en la casa de “la Yoli”, como la conocen todos en ese vecindario.
Yolanda Caballero tiene 68 años, es la del medio en una familia de nueve hermanos y, tal vez eso, la condujo a aprender a compartir a temprana edad.
Es una “trabajadora social de vocación”. Siempre tendió una mano a quienes más lo necesitaban. En 2018 abrió las puertas de su casa para ayudar a las chicas y los chicos del barrio a que cubran una necesidad que ataca al barrio de zona sur, a la orilla de la autovía número 36 camino a Río Cuarto.
En una tarde fría y gris, “la Yoli” espera parada en la esquina. Agita sus manos y nos invita a sentarnos en su comedor, el mismo que usa para asistir a los chicos. La misma mesa en la que ella cena con su familia y en la que los lunes, miércoles y viernes los pibes de la cuadra toman la leche y comparten una rebanada de pan casero, que ella elabora con sus propias manos.
Es un espacio pequeño, bastante para recibir a 30 personas. “Yo hago que vengan en dos turnos y si hace calor estamos ahí afuera”, cuenta a La Voz la mujer oriunda de Villa María que, por las vueltas de la vida, terminó en Nuestro Hogar 3 luego de haber sido vecina de barrio Empalme.
“La Yoli” tiene los labios fucsia, su pelo blanco perlado y las manos hechas. Es una mujer coqueta que cuando le dicen que debe ser conocida en el barrio, esconde su mentón entre su pañuelo colorido y le brota un rojo en sus mejillas que resaltan el rubor.
Pese a estar jubilada, realiza múltiples actividades. Anda de acá para allá. Va a un taller de Radio, en el espacio Illia, un centro recreativo y cultural, donde se hizo amiga de docentes y de otros asistentes. También vuelve a su vieja actividad en el Parque Las Heras los fines de semana donde alquila tablones; es abuela de una niña de cuatro años y, para no quedarse corta, también es enfermera.
Antes de la pandemia de coronavirus empezó con “Mi refugio de Dios”, un proyecto que llena las panzas vacías tres días a la semana. “A veces les digo que vengan a cenar los sábados. Hago pizzas, panchos, ñoquis”, describe Yolanda.
En la labor social que lleva adelante en Nuestro Hogar 3 no está sola. Cuenta con la ayuda de su vecina Ramona y de su nuera Noemí.
“Yo salí a invitar con Mónica en plena pandemia porque había mucha necesidad. Empezamos un día del niño, salimos con una olla gigante e íbamos casa por casa preguntando cuántos chicos vivían ahí y les dejábamos una porción de arroz con leche para cada uno”, explica la mujer. Y prosigue: “Después los invité a que vengan al merendero”.
Un sueño a corto plazo: ampliar el comedor de Nuestro Hogar 3
En el fondo de su vivienda, Yolanda continúa el sueño: tres paredes arriba y mucha ilusión por ampliar “Mi refugio de Dios”, que comenzó con el apoyo de la Iglesia Evangélica de La Calera en donde participa desde hace más de 20 años desde la Casita de Oración del barrio.
“Quiero cerrar acá y tener mi dormitorio”, cuenta ilusionada la jubilada, mientras señala una pila de ladrillos de hormigón que separan el actual merendero con su habitación.
Ahora necesita 12 bolsas de cemento y una puerta para cerrar el merendero, que lo está levantando con la ayuda de vecinos de la zona, familiares y otros voluntarios.
Además de “Mi refugio de Dios”, la mujer quiere dictar talleres “para la gente grande”. La solidaridad es uno de sus rasgos distintivos y ahora participa de un programa de violencia de género en el barrio.
Los días de calor, “Yoli” se encarga de llevar a los pibes a la pileta municipal del barrio Villa El Libertador. “Pido permiso y vamos”, dice. Y confiesa: “Siempre me gustó ayudar. Incluso llegué a ofrecerme como enfermera voluntaria en Malvinas, pero no me dejaron porque era mamá de dos niños pequeños en esa época”.
Hoy, Yolanda sirve té, leche y mate cocido. “Por ahí voy y le digo a los vecinos que me ayuden con criollos, con galletas, con lo que sea. Ellos siempre colaboran de alguna forma”, agrega. Y completa: “Además de la Iglesia, la Municipalidad me da un dinero mensualmente. Yo me encargo de hacer las compras para el comedor con esa plata”.
Tejer redes con otros comedores del barrio
Además de cocinar, la jubilada se encarga de la organización. Se comunica con los merenderos y comedores de la zona para cubrir todos los días el hambre del barrio. “Ayer pasó una señora y me pidió ayuda, tiene seis chicos. Yo le dije: ‘Si vos querés comida hay dos comedores acá más adelante. Esto es merienda nada más, para la tarde”, relata. Y sostiene: “Los pibes que vienen a ‘Mi refugio de Dios’ lo hacen cuando salen del colegio”.
“Yoli” describe que la acción que lleva adelante es bien recibida por las familias. Incluso, confiesa que las vecinas y los vecinos realizan donaciones para que la propuesta tenga continuidad.
Hoy sólo restan los materiales para concretar el merendero nuevo. Mientras tanto, la mujer no para y ya está pensando en recolectar juguetes para regalarle a los asistentes a “Mi refugio de Dios” en Navidad.
“Las personas que quieran colaborar pueden comunicarse conmigo al 3517 52-8043. O llevar a la sede de la iglesia los días jueves y domingos”, concluye “la Yoli” desde Nuestro Hogar 3.
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*Especial para La Voz.
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