La segunda vuelta y el futuro de la gobernabilidad
La cadena de cataclismos internos que sacude hoy por hoy a las fuerzas de oposición pone una vez más de manifiesto la incidencia negativa de los marcos institucionales en que se ha venido desenvolviendo la política argentina en los últimos años.
Si bien el sistema político parecería en general sobreponerse a las dificultades que enfrenta, todo indica que algunos de sus problemas de fondo están todavía lejos de resolverse mediante el mero desenlace natural del proceso electoral a punto de culminar.
Muy por el contrario, los niveles de incertidumbre creciente sugieren que la agenda de la gobernabilidad ha vuelto una vez más al centro de las preocupaciones de la sociedad.
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Los efectos posibles del sistema de doble vuelta electoral parecerían sumarse a las consecuencias igualmente negativos del sistema de primarias. El ‘invento argentino’ de las PASO sumió en efecto al país en un largo proceso de campaña electoral permanente, que ha terminado dividiendo y fragmentando a los partidos políticos.
A lo largo y ancho de todo el país, la lógica de las PASO puso fuera de juego a candidatos de todos los signos políticos. Muchos de ellos sólo dilapidaron energías y recursos públicos, en un extenso calendario de elecciones locales y nacionales al cabo del cual sólo parece haber consolidado el poder de las oligarquías dominantes.
El acuerdo reciente entre las dos candidaturas de la oposición –Javier Milei y Patricia Bullrich– selló un proceso de centrifugación de apoyos sociales y políticos, que parece haber situado a las fuerzas de oposición ante una nueva crisis de representación de consecuencias todavía imprevisibles.
La doble vuelta electoral abre así interrogantes de fondo en torno al futuro de los equilibrios básicos del sistema institucional, en un país con sus estructuras de gobierno semiparalizadas, acosado por una crisis económica sin precedentes.
El parlamento que viene a partir del próximo 10 de diciembre refleja ya la fragmentación y el potencial de conflicto de las fuerzas en competencia. Todo indica que desde un principio estará dividido al menos en cinco fracciones enfrentadas, entre sí y sometidos a fuertes tensiones internas.
El Poder Ejecutivo sigue a su vez paralizado desde hace varios meses y las elecciones implicaran seguramente un plebiscito acerca de su gestión, en la medida en que sus dos figuras clave -el súper ministro de Economía y el Jefe del Gabinete de Ministros- encabezan la oferta electoral del gobierno. Si bien Sergio Masa ha logrado convencer a sectores importantes de la sociedad de las posibilidades de un gobierno propio, liberado de los compromisos de la coalición actual, los resultados sólo podrán evaluarse a la luz del balance electoral final.
Bajo estas condiciones contextuales, el sistema político afronta la experiencia crucial de la doble vuelta electoral y sus efectos de sobra conocidos en el resto de los países que lo han venido implementando desde mediados de los años ’70.
En América latina hay 14 países que han adoptado el sistema de balotaje. A saber, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Nicaragua, Perú, República Dominicana, Uruguay. El sistema se importó de la experiencia semiparlamentaria de Weimar y la V República francesa y del intento de garantizar la formación de gabinetes gubernamentales ante las presiones centrifugas de oposiciones divididas y poco dispuestas a acompañar a presidentes con poder político menguado por las divisiones propias y ajenas.
La pretensión inicial del sistema es la de fortalecer la legitimidad del presidente a través del plus de legitimidad que puede llegar a conferirle la segunda elección. En su diseño originario, el sistema busca moderar a las fuerzas políticas mayoritarias, preparándolas ante la eventualidad de tener que salir a recolectar el voto de sus adversarios al día siguiente de la primera vuelta. Procura además estimular la articulación de coaliciones de gobierno y desarrollar una cultura de la cooperación, previniendo la influencia disruptiva de los candidatos extremos. En el plano igualmente ideal, el sistema busca asimismo la estructuración de un sistema multipartidista bipolar, como el que imaginaron los ingenieros electorales de la reforma constitucional de 1994.
Las realidades efectivas han marchado, sin embargo, en un sentido más bien contrario al de las expectativas iniciales. En toda América Latina, el sistema ha estimulado más bien fuerzas contrarias. Es decir, ha agravado la polarización electoral, ha favorecido la constitución de mayorías artificiales y sobre todo ha incentivado el desencadenamiento de consensos negativos. Mientas que en la primera vuelta se vota en función de preferencias -por candidatos, por espacios o por sentimientos y preferencias positivas-, en la segunda vuelta se vota contra alguien y contra lo que representa.
Es así frecuente que uno de los candidatos termine representando forzadamente el statu quo y el otro su cuestionamiento radical. A todo o nada y frente a una amplia minoría, no menos forzada y obligada a integrar un nuevo polo de oposición al nuevo esquema polarizador.
Massa y Milei encarnan ejemplos de manual de situaciones de este tipo, que se han venido reproduciendo puntualmente en la mayoría de los países del continente. Con el agravante de que, en el caso argentino, ambos son candidatos sin partidos propios, nacidos de reacciones aluvionales e inorgánicas de reacción y descontento publica frente a la partidocracia tradicional y su incapacidad para administrar la crisis económica y social. Ambos carecen, sobre todo, de una implantación territorial que les permita resolver los problemas de infraestructura y logística electoral indispensables en democracias de masas.
De allí su esfuerzo por articular apoyos suplementarios de urgencia y poco meditados, cuya eficacia parece lejos de estar garantizados. Massa vuelve a depender de la fuerza de gobernadores e intendentes, ya no sólo propios sino también ajenos. De allí su cuidada relación con sectores tradicionales del radicalismo y los partidos provinciales. Milei intenta a su vez abrochar una relación igualmente compleja con sus mayores adversarios, recién derrotados en las primarias y en la primera vuelta y severamente cuestionados por una opinión pública que ha quedado esperando algún tipo de reflejo autocrítico.
Las consecuencias previsibles de la situación planteada sugieren una escalada en la personalización y espectacularización creciente de la competencia política, con las consiguientes dificultades para la formación de futuras coaliciones parlamentarias que les serán indispensables para gobernar.
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