Violencia, faltas de respeto y mal uso de redes sociales: los temas que desvelan a las escuelas
Las escuelas están inquietas. En los últimos años, los casos de maltrato y de falta de respeto entre jóvenes y entre adultos, la indiferencia y las distintas formas de violencia física y psíquica ejercidas de modo presencial o virtual han enrarecido el clima escolar y jaqueado la convivencia.
Las escuelas de gestión estatal y privada están obligadas a actualizar los acuerdos escolares de convivencia (AEC) que rigen desde 2010, pero seis de cada 10 aún no lo han hecho.
Los datos del equipo ministerial de Acompañamiento Institucional confirman que cerca del 40% de los colegios han avanzado en esta tarea.
Los AEC son una serie de normas que cada institución consensúa con directivos, docentes, no docentes, familias, estudiantes y toda la comunidad educativa.
El Ministerio de Educación los define como una respuesta pedagógica e institucional en el abordaje de los conflictos y como “un dispositivo de construcción de una cultura democrática hacia el interior de las escuelas”.
La revisión debe realizarse al menos cada tres años. La última fue en 2019.
Aunque se supone que todos los colegios tienen sus propios acuerdos, las autoridades de las escuelas reconocen que no siempre los tienen presentes a la hora de intervenir en un conflicto.
Directivos, docentes, estudiantes y madres de alumnos consultados por La Voz coincidieron en que los AEC son una herramienta necesaria porque los problemas de convivencia han crecido dentro y fuera de las escuelas. Y se suma el mal uso de las redes sociales, que complejizan los escenarios de conflictos y de nuevas violencias.
Los alumnos de una escuela secundaria urbano-marginal de la ciudad de Córdoba, que pidieron no ser identificados, explicaron a La Voz que son comunes los casos de discriminación, de maltrato de alumnos a profesores, y a la inversa, como también las situaciones de acoso presencial y virtual. Admitieron también que no se involucran cuando observan peleas o situaciones conflictivas, y sólo lo hacen cuando se ven afectados en forma directa.
Consultados sobre qué se podría hacer para mejorar la convivencia, los chicos y las chicas se mostraron escépticos. Un alumno, delegado de curso, respondió: “Para qué vamos a proponer algo si desde la dirección no se nos escucha”.
Una docente de esa institución, que también solicitó el anonimato, aseguró que nadie tiene presente las normas que regulan las relaciones y las sanciones ante las transgresiones, y que allí “no existe el Consejo Escolar de Convivencia”, un órgano cuyas decisiones deberían ser vinculantes.
Amenazas y peleas
Pamela, docente en dos secundarias estatales –resguardamos su identidad–, asegura que los AEC no se ponen en práctica en las instituciones en las que da clases y que es demasiado complejo involucrar a todos los actores en su revisión. La profesora dice que los colegios están pasando por situaciones críticas.
“Preceptores, directivos y coordinadores de curso no dan abasto. Estamos sobrepasados por distintas situaciones”, indica.
Esto incluye faltas de respeto entre alumnos, insultos, filmación de peleas que se comparten en grupos, robos, amenazas a docentes, agresiones verbales y físicas. “La semana pasada, uno de los alumnos que había consumido alguna sustancia increpó a una docente, la amenazó y le dijo que la iba a prender fuego. Esa misma tarde, otro chico molestó a una compañera y le mostró los genitales. Cosas como esas pasan”, afirma.
Adrián Narváez, director del Ipem 2 República del Uruguay, de barrio ciudad Villa Parque Las Rosas, explica que es muy difícil lograr el tan deseado consenso y la participación de toda la comunidad educativa en la elaboración de acuerdos de convivencia. En definitiva, piensa, es “como si” fuese democrático y compartido, tanto para producirlo como para actualizarlo.
“La pandemia nos dejó, entre otras cosas, nuevas maneras de relacionarnos, sobre todo entre estudiantes, que no podemos abarcar aún”, subraya.
Gran parte de las situaciones problemáticas ocurren afuera de la escuela, pero impactan en ella.
En las redes, por ejemplo, existen grupos interescolares organizados para cometer delitos.
Narváez valora los acuerdos escolares de convivencia, aunque tengan sus vacíos, porque considera que contienen, resguardan y dan seguridad, en especial, a los equipos directivos. Muchos docentes, piensa, creen que es como la “ley Zaffaroni: siempre más y más oportunidades para los y las estudiantes, y nunca hay un límite”.
El director agrega que las realidades entre escuelas de gestión estatal y privadas son muy diferentes. “Si nosotros, luego del proceso establecido, le pedimos a un estudiante que se vaya de la escuela, lo condenamos al abandono y sus consecuencias –la droga y el delito–; pero si lo hace una de gestión privada, seguramente vendrán a algunas de nuestras escuelas estatales y urbano-marginales, y así se fortalece la brecha cada vez más marcada de desigualdad en las oportunidades”, refiere.
De acuerdo con la experiencia de Narváez, la mayoría de las familias y gran parte del alumnado bregan por una escuela ordenada y disciplinada, mientras que muchos docentes apuestan por una con más libertades y flexibilidades.
“Siempre es una grata sorpresa escuchar a los y las estudiantes cuando se refieren a estos acuerdos. Pareciera que ellos sí están pensando en una nueva escuela, y en serio, con mayor rigurosidad que lo que ofrecemos hoy”, piensa.
Por otra parte, considera que, en general, el Consejo de Convivencia “se ha convertido prácticamente en un espacio de juicio frente a un hecho grave, siempre producido por los o las estudiantes, y nunca por otros actores”, como docentes directivos y preceptores, cuando, por caso, le faltan el respeto al alumnado.
Celulares y redes sociales
Daniel Castrillo, profesor de Lengua y Literatura en la Escuela Superior de Comercio y Bachillerato Anexo de la ciudad de Leones, considera que los acuerdos de convivencia deben incluir pautas sobre el uso de los celulares y las computadoras, hoy esenciales en el proceso de enseñanza y aprendizaje. “No son elementos que deben ser eliminados del aula, sino que deben ser potenciados para un uso correcto”, opina. “Es importante actualizar estos acuerdos sobre algunos desafíos que se presentan en cuanto a la violencia, el respeto por el otro, la aceptación cabal de los integrantes del curso, docentes y alumnos, ya que es esencial conocer al otro, aceptarlo siempre con un respeto mutuo y significativo”, opina Castrillo. Y agrega: “En muchos casos, estas normas de convivencia no son consensuadas por todo el ámbito escolar, docentes, alumnos, directivos, padres. Es fundamental que se acuerde y se conozca”.
Renata Arias Luque, alumna de quinto año de Economía de la ESCBA de Leones cree necesaria la incorporación de más tecnología en el aula para “dejar de lado las hojas y las carpetas”. También dice que sería necesario modificar en los acuerdos de convivencia el código de vestimenta para que habilite el uso de bermudas durante los meses de calor.
Acuerdos y sanciones
Hay tantos AEC como escuelas. Cada uno con su impronta. En algunos casos se detalla cómo debe ser el comportamiento en clase y las consecuencias que conlleva molestar o interrumpir a los docentes, o bien detallan las reglas de uso de los celulares.
En todos incluyen detalles sobre las sanciones, que se pretenden reparadoras y proporcionales a la transgresión cometida.
En un balance realizado por el Ministerio de Educación, a 10 años de la resolución 149/10 que estableció la creación de los AEC en las secundarias, se reconoce que, si bien había instituciones que hasta esa fecha los habían incorporado como parte de su vida escolar, otras se debatían aún entre el antiguo reglamento y la convivencia “como una construcción diaria y de todos”.
Las peleas afuera de la escuela impactan adentro
En el Ipem 8 Manuel Reyes Reyna, de la ciudad de Córdoba, los acuerdos escolares de convivencia están en revisión. Darío Benítez, director desde hace 14 años, afirma que desde que gestiona la escuela no se han registrado problemas serios de convivencia dentro de la institución, aunque sí impactan los hechos de violencia ocurridos afuera, en fiestas, bailes, boliches, como también en las redes sociales.
“Después de la pandemia, a los chicos les cuesta mucho interactuar en el cara a cara, todo está mediado por el celular”, explica. En ocasiones, sostiene, una simple mirada provoca problemas. Y han crecido los casos de ciberbullying.
“Hay que revalorizar las nuevas tecnologías, pero no hay que olvidarse de que están deshumanizando la comunicación, sobre todo entre los adolescentes”, opina.
Desde hace varios años, las sanciones son tareas reparadoras o comunitarias. “Funciona siempre muy bien. Al principio les costó, pero después lo vieron como una oportunidad para reflexionar sobre lo que habían hecho”, dice Benitez. Una de las acciones es la limpieza de bancos en contraturno.
Los adolescentes están de acuerdo. “En vez de sacar de la escuela al que cometió una falta, hay que tratar de integrarlo más. En vez de retarlo o castigarlo, educarlo sobre eso”, piensa Malen Caparrós, alumna de cuarto año.
Ella, al igual que Jean Pierre Maldonado, de sexto año, y Ariadna Viale y Clara Mancini, de cuarto, creen que los acuerdos de convivencia son necesarios para establecer pautas como el respeto, la puntualidad o la vestimenta.
Para Jean Pierre, lo primordial es que los AEC garanticen la igualdad, y cita como ejemplo la necesidad de garantizar que los varones puedan asistir con aritos, como lo hacen las chicas.
Ariadna, además, cree que se debería incorporar una cláusula que permita utilizar vestimenta de verano, por ejemplo, calzas hasta la rodilla.
Conversar más
Clara sostiene que el principal problema de convivencia deriva de la falta de respeto, no solo hacia los profesores, sino entre compañeros, y también de los docentes con los alumnos.
Jean Pierre agrega que son recurrentes las situaciones de discriminación y de bullying.
Los estudiantes confirman que muchas situaciones que comienzan en las redes terminan en peleas fuera de la escuela y consideran que sería necesario conversar más sobre el tema.
“Hay una página de ‘confesiones’ donde se dicen cosas anónimas y a veces no. Y se empiezan a pelear después en persona, cuando salen del colegio”, cuenta Ariadna.
Jean Pierre asegura que los problemas de afuera se sienten en el ambiente más tenso del día siguiente.
Malen piensa que debería haber acciones preventivas y propone la posibilidad de conversaciones con psicopedagogos o de incorporar la figura del mediador.
Clara remarca que los problemas que manifiestan chicos y chicas a veces tienen que ver con la crianza y con la falta de la presencia de la familia. “Muchas veces no les prestan atención a sus hijos”, dice, y eso repercute en la escuela.
En este sentido, Malen opina que los alumnos del primer ciclo deberían tener información que complemente la que reciben en los hogares.
El consumo de marihuana y de otras sustancias, piensan, también afecta las relaciones. Y coinciden en la necesidad de incorporar la ciudadanía digital como una temática escolar para evitar conflictos.
“Muchos lo hacen por diversión, por armar bardo. Deberían hablar de eso para tratar de que no haya violencia en las redes entre nosotros”, dice Ariadna.
Qué opinan las madres
Natacha Maldonado es mamá de un alumno de primer año y empleada de la limpieza en el Ipem 8; y Silvana Rodríguez es madre de una alumna de segundo año y agente del Paicor en la escuela. Ambas coinciden en que hay problemas de convivencia y que muchas peleas o malos tratos surgen en las redes sociales.
“Acá, en la escuela, está bastante controlado, pero en la casa empiezan a pelear por la foto que subió tal o el comentario que hizo el otro”, dice Silvana.
Las madres proponen actividades de convivencia, salidas o reuniones, y que los grupos se mezclen para que se conozcan entre todos. “Yo creo que debería hablarse más de este tema. Todos los días un poquito. No les gusta a los chicos cuando les hablás de las redes sociales, pero hay que hacer hincapié en eso todo el tiempo”, opina Rodríguez.
Natacha agrega que los padres deben estar más presentes. “Acá hay muchos chicos que están solos. Las familias no vienen ni cuando los cita el director. A esos chicos los compañeros los van dejando de lado porque no quieren juntarse con los que molestan o los que pegan”, remarca Rodríguez.
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