La Voz del Interior @lavozcomar: El modelo Córdoba expande su influencia

El modelo Córdoba expande su influencia

Así como La Cañada generó un cauce siguiendo el río que atraviesa nuestra ciudad, de la misma manera el “modelo Córdoba” constituye un cauce institucional que recoge los anhelos del pueblo de Córdoba. Es decir, este modelo no brota de la cabeza de un grupo de intelectuales, sino que es la expresión sintética de cuatro siglos de identidad.

Si seguimos los acontecimientos cruciales de nuestra historia, podemos ir descubriendo en ellos la toma de conciencia de nuestra identidad.

Sin dudas, el nacimiento de este “modelo” se remonta al encuentro entre los jesuitas y los pobladores originarios de esta tierra: el respeto a la diversidad unido a la promoción humana sentaron las bases de un modelo de encuentro. La creación de la primera universidad –en 1613, Colegio Mayor– pudo resistir las tensiones de quienes quisieron trasladarla al puerto gracias a la autonomía financiera de los jesuitas. Nacía, así, el “faro educativo” del país.

Luego fue tomando un cauce institucional con la gobernación de Juan Bautista Bustos. En 1820, Bustos encabezó el motín de Arequito, desobedeciendo las órdenes del Directorio de reprimir las montoneras de Estanislao López y Pancho Ramírez, con el argumento del ideal sanmartiniano de unidad nacional. Fue el “primer grito federal” en el que las provincias del interior prevalecieron sobre el gobierno central.

Replegando sus fuerzas en Córdoba y nombrado primer gobernador constitucional, Bustos imprimió un carácter particular sobre la organización del Estado (primera Constitución provincial), la producción, el comercio, la protección de industrias locales y los trabajadores rurales; expandió la educación a zonas rurales, modernizó la imprenta y la libertad de prensa. Instituciones fuertes, educación y más trabajo.

En la segunda mitad del siglo XIX, el cura José Gabriel Brochero nos mostró el mejor rostro de la “Córdoba de las Campanas”. Recorrió el camino de santidad, que va del centro a la periferia. Arremangándose la sotana y golpeando puertas, llevó obras para el desarrollo de Traslasierra, abrió caminos, levantó escuelas, abrazó a los enfermos y surcó un camino de virtudes para que cualquier criollo que se pierda en la vida vuelva a encontrar la huella a través del servicio a los demás. Cordobés y primer santo argentino.

También es parte de este modelo la llamada “Córdoba corporativa”, cuyas semillas se ven en la fundación del Club el Panal, en 1887. Un club de avispados intrigantes que, reunidos para potenciar su influencia, lograron ocupar la máxima autoridad provincial: Marcos Juárez (su fundador), Gregorio Gavier, Eleazar y Félix Garzón, Juan del Campillo, Ramón J. Cárcano, Miguel Juárez Celman y Figueroa Alcorta. Este último es el único argentino que ejerció la presidencia de los tres poderes del Estado nacional.

Al abrirse paso el siglo 20, esta identidad comenzó a tomar formas más participativas y democráticas. Dos ejemplos notables: la Reforma Universitaria de 1918, que luego se expandió por Latinoamérica, y el gobierno radical de Amadeo Sabattini, de 1936 a 1940, que marcó un fuerte contraste de transparencia frente al descalabro nacional que significó la “década infame”. Nacía el concepto de “Córdoba como una isla democrática”

En 1949, la “Córdoba industrial” puso los motores en marcha de la mano del gobernador Juan Ignacio San Martín, en el marco de un gobierno nacional justicialista. Lanzó la Ley de Promoción Industrial, que multiplicó las fábricas y duplicó la capacidad del sistema energético. A fin de atender las nuevas demandas de la ola de trabajadores que se incorporaban al cordón industrial, creó el Ministerio de Educación y el de Salud, el Instituto de Seguridad Social (para viudas y huérfanos) y amplió la cobertura de jubilaciones.

Cuna de la “revolución fusiladora”, del Cordobazo y el Viborazo, Córdoba fue marcando el pulso nacional en los años de fuego.

Con el retorno a la democracia, tanto los gobernadores radicales Eduardo Angeloz y Ramón Bautista Mestre como los justicialistas José Manuel de la Sota y Juan Schiaretti decidieron nadar como el salmón en contra de la corriente nacional (incluso, de sus mismos signos políticos) en nombre del “cordobesismo”.

Córdoba, en la nueva Argentina

A lo largo de estos siglos, son cuatro pilares los que han permitido a Córdoba ir configurando un carácter particular: la elevada cultura cívica de su pueblo; instituciones fuertes; una dirigencia siempre dispuesta a interpretar a su gente, antes que seguir resignadamente consignas que le dictan desde afuera, y la capacidad de generar recursos propios, que le ha dado cierta independencia económica en momentos de tensión política.

La docta. El faro educativo. El corazón productivo. La de la tonada y la peperina. La capital del fernet con coca. La del festival del chori y el cabrito. Esa Córdoba de sierras majestuosas y ríos de aguas cristalinas. Cuna del cuarteto y el buen humor.

Rebelde y orgullosa, Córdoba no se resigna a seguir abnegadamente el camino que le marcan los de afuera. Abierta y clerical, constituye el mayor ecosistema de instituciones del país. Pensamos diferente, pero trabajamos juntos.

Ya en 1845, Sarmiento escribió en el Facundo que había dos ciudades opuestas entre sí, dispuestas a encabezar la organización del país: Córdoba y Buenos Aires. Más de 150 años de un país macrocefálico, que no ha sabido brindar igualdad de oportunidades para desarrollar el proyecto de vida sin importar el lugar de nacimiento, deberían ser suficientes para persuadirnos de que hay que buscar otro camino.

Como todo río continúa su cauce, la historia nos invita a pensar que es tiempo de que la desembocadura del modelo Córdoba expanda su influencia más allá de sus fronteras geográficas en la etapa de la Argentina que vendrá, aportando su riqueza al concierto de provincias hermanas para la reconstrucción de un país federal, armónico y productivo.

* Presidente de la Fundación Proyecto Argentina

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