Todas las guerras se pierden
No puedo olvidarme de las palabras proféticas de John Fitzgerald Kennedy: “La humanidad debe terminar con la guerra o la guerra terminará con la humanidad”. Y a esta afirmación, a la que nos adherimos como creo que lo hace toda persona sensata a la luz del quinto mandamiento de “No matar”, agregaría el corolario de “No defender las guerras perdidas”.
Y decimos “guerras perdidas” porque, sin importar cuál es el bando al que se pertenece, siempre una guerra será una guerra perdida. Nunca hay vencedores; más aún, diríamos que si queremos buscar algún vencedor, sólo se lo podrá encontrar entre aquellos que promueven la paz. Vencen las guerras sólo los pueblos que no las hacen.
Se nos quiere, infantilmente, poner en la disyuntiva de elegir bando o país. Que quede bien claro que nuestra única opción posible es la paz, de frente al terrorismo, del fanatismo y la crueldad de la revancha. Aquí no hay que elegir bando sino apostar de manera empecinada por esa “nueva civilización del amor” donde la persona, cada persona, su felicidad y dignidad, sea el centro de nuestros esfuerzos y desvelos personales y estructurales.
Que quede claro que una sola lágrima de un niño, de la religión o nacionalidad que sea, tiene en la balanza de Dios y de toda persona de buena voluntad más peso que las toneladas de argumentos que se puedan poner en el otro platillo y que pretenden justificar estas atrocidades que nos asombran a diario.
Ha estallado la paz es el título de uno de los libros de José María Gironella durante la guerra civil española. Eso me ayuda a renovar la esperanza, porque es un grito que estamos necesitando de manera urgente y honrada escuchar a través de los medios o leer mañana en los titulares de los diarios.
Necesitamos escuchar con urgencia este grito, porque hay que empezar a secar las lágrimas de tantos niños y ancianos inocentes: los preferidos de Dios, los que puso el Señor “en el medio” y los presentó como ideal y condición a la hora de discutir quién era “el más grande” y cómo entrar en el Reino de los cielos. En quienes el Señor se quiso identificar: “Lo que a ellos les hicieron, a mí me lo hicieron” (Mateo, 25).
* Arzobispo de Córdoba y miembro del Comipaz
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