La Voz del Interior @lavozcomar: Las metamorfosis del peronismo

Las metamorfosis del peronismo

La realidad, si se analiza a partir de los hechos del pasado, se convierte en inteligible. En momentos en que estamos por festejar 40 años de democracia ininterrumpida, no es poca cosa que una propuesta política –nacida a partir del reciclado y la metamorfosis de viejos y perimidos apotegmas justicialistas– llegue a su fin de la mano de semejante descrédito.

Porque no es la situación económica lo que ha originado la debacle kirchnerista; es todo, es el relato hegemonizante, pero incongruente, inconcluso, engañoso, lo que ha ocasionado este final lamentable.

La propuesta setentista del kirchnerismo –su pseudonacionalismo económico, su reivindicación de la lucha armada de Montoneros, su simulada defensa inclaudicable de las minorías despojadas de protagonismo político, y su adhesión incondicional a cuanta ideología antinorteamericana exista (preferentemente, filo marxista)– no logró sobrevivir a sí misma porque no pudo ocultar su verdadera esencia: el apoderamiento de los recursos del Estado.

Y es ahí donde acudimos a la historia reciente de nuestro país, cuando se dieron cita tres grandes propuestas políticas: el alfonsinismo, el menemismo y el kirchnerismo, el cual ahora se debate en la contorneada silueta de su propia agonía.

El alfonsinismo tuvo un cometido histórico, que logró con éxito: la ruptura con el pasado reciente, haciendo de todos el Nunca Más y llevarnos en pleno a la convicción de la necesidad de volver a la civilidad y no dar lugar a las propuestas militares mesiánicas.

Tras el fracaso económico del alfonsinismo (lo que no obstante no opacó su éxito político, que aseguró para la posteridad la continuidad de la partidocracia en Argentina), llegó el menemismo, con su triunfo económico antiinflacionario, pero que nos llevó a la convicción de que había llegado la hora de la corrupción.

Nuevas transformaciones

Pero así como Juan Domingo Perón –en los años 1950 y luego en la década de 1970– supo interpretar las necesidades del tercer mundo, al que nos incorporábamos con su propuesta de tercera posición y un alineamiento que nos sentaba en la mesa de los países emergentes, Carlos Menem en los años 1990 nos metió de golpe (sin anestesia) en la esfera de influencia de los países occidentales vencedores de la Guerra Fría.

Duró lo que tenía que durar, hasta que llegó el kirchnerismo, lo que puso en evidencia que el partido del general seguía teniendo esa capacidad que ni el radicalismo ni la izquierda tienen: se dobla, pero no se rompe; en síntesis, se matamorfosea cuantas veces sea necesario.

Resultaba increíble que Perón se carteara asiduamente con el peronista-marxista John William Cooke, admirador y defensor de la Revolución Cubana, y al mismo tiempo expresaba su admiración por las más feroces dictaduras antimarxistas, como la de Francisco Franco, por sólo mencionar una de ellas. De hecho, vivió muchos años en España.

Esa ductilidad, esa maleabilidad, le dio al peronismo la capacidad de protagonizar verdaderas metamorfosis. Ante el ocaso irremediable del kirchnerismo, llegará seguramente una propuesta de otro peronismo, sin sacar los pies del plato.

Si el peronismo nos debe explicaciones sobre el accionar de la Triple A, sobre la Masacre de Ezeiza, sobre los muertos de Montoneros, etcétera, aún nos debe una explicación mayor: ¿por qué le temen a la ruptura? La izquierda, el socialismo en particular, y el radicalismo se han escindido varias veces y originado varios partidos a partir del tronco original, pero el peronismo no. ¿Cuál es la razón?

La razón es que el peronismo no es un partido político, es un movimiento y está en fluctuación constante; con una característica: cuando gobierna, no administra el Estado para el bien común: se adueña de él. Y como dueño, hace lo que quiere.

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