Para rescatar a la Argentina de su crisis hace falta más que un 10 en oratoria
La política se pregunta hoy si un gesto adusto, una réplica ingeniosa o una frase entrecortada pueden mover la aguja a la hora de definir preferencias electorales. El debate presidencial realizado en Santiago del Estero mostró por primera vez a los cinco candidatos en igualdad de condiciones, con la idea de que la audiencia los pueda calificar mientras recitaban fragmentos discursivos ensayados una y otra vez. El único momento de cierta espontaneidad se dio con las preguntas cruzadas, pero no hubo temas que sorprendieran. En definitiva, cada uno pudo exponer lo que tenía pensado, y por esa razón los análisis posteriores mostraron que ninguno logró una ventaja significativa sobre los demás.
¿Para qué sirven entonces los debates? Los cruces de opiniones entre candidatos tienen un sentido más constructivo cuando son protagonizados por dos rivales, porque hay un tiempo de exposición que permite desarrollos temáticos, y deja margen para algún intercambio un poco más intenso. Con cinco postulantes, los tiempos se abrevian y los contenidos también. No hay que olvidar que se trata de un producto pensado con lógica televisiva. El punto es que la discusión sobre el futuro de la Argentina es un poco más compleja, y no deja de ser contraproducente que se termine evaluando este tipo de intercambios por la habilidad de hablar en público sin trastabillar. O por cómo una frase ingeniosa consigue desviar la atención de un problema y la lleva a un tema que, para quien la enuncia, es una fortaleza.
En definitiva, en los debates sobresale el mejor vendedor, pero no necesariamente el mejor producto. El factor que ayuda es que los compradores (aunque sea en este caso representados por los demás candidatos) pueden hacer repreguntas. Pero una vez más, el formato no aclara mucho.
Un elemento que sí es positivo de los debates presidenciales (convertidos en obligatorios por la ley 27.337, sancionada en 2016, y puestos bajo supervisión de la Cámara Nacional Electoral) es que abre el interés de cuestiones que muchas veces son subestimadas por las campañas oficiales (como fue el domingo el caso de la educación y la convivencia democrática y los derechos humanos). Pero una vez que consigue atraer el foco de los votantes, las respuestas siguen siendo píldoras televisivas.
El voto, en conclusión, no debería quedar atado a la oratoria de un candidato. Hay que mirar planes, equipos, apoyos políticos, experiencia. Y esos atributos no siempre están a la vista en una pantalla. La Cámara Electoral debería sumar links, durante el debate, a las plataformas reales de los partidos. Amplificar la discusión por todos los medios es sano. Pero la elección presidencial no es un Oscar al mejor TikTok de 2023.
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