El camello, el león y el niño
Cuando era estudiante de Ingeniería en la Universidad Católica Argentina (UCA), una de las materias que cursábamos en segundo año era Filosofía, dictada por un profesor tan vehemente que hizo que siempre recordáramos sus enseñanzas.
Uno de los capítulos de ese programa de estudios estaba dedicado a Friedrich Nietzsche (1844-1900) y este profesor nos hablaba poniéndose en el lugar del filósofo alemán.
Durante esas charlas aprendimos que, para Nietzsche, existen tres formas muy diferentes de relacionarnos en la sociedad: camello, león y niño.
Sostenía que la mayoría de las sociedades atravesamos un primer estadio evolutivo conocido con el nombre de “camello”. En este estadio, nos comportamos como rebaño, sin hacernos demasiadas preguntas. No tenemos identidad propia. Vivimos tiranizados por el miedo y la inseguridad.
Anclados en la resignación, nos dedicamos a trabajar, a consumir y en cierta medida a procurar divertirnos. Y terminamos por acostumbrarnos a un estilo de vida que está lejos de nuestras creencias y aspiraciones, pero nos resignamos a lo inevitable, al statu quo. Nos infravaloramos y, como el camello, permitimos que quienes nos gobiernan nos domestiquen y nos arrodillen para poner cargas entre nuestras gibas.
Al siguiente estadio evolutivo, este pensador lo define con el nombre de “león”. De pronto, la sociedad comienza a sentir frustración. Y esta sensación nos conecta con la necesidad de investigar nuestros orígenes, lo que nos pasó para llegar adonde estamos, y nos preguntamos cuál es nuestro lugar en este mundo. Y para lograr ese lugar, nos decidimos a romper las cadenas que nos atan al colectivo social y cultural en el que hemos crecido.
De manera lenta pero progresiva, vamos ganando confianza en nosotros mismos. Pero, como el solitario león, nos mostramos arrogantes, reaccionando contra quienes piensan de manera diferente a nosotros, y entramos en conflicto con los demás y con el mundo. Servimos para destruir el statu quo, pero no estamos capacitados para crear algo nuevo y sustentable.
Nietzsche consideraba que, de la misma forma en que un péndulo se mece de un extremo a otro hasta quedar estático en un punto de equilibrio, los seres humanos también encontramos nuestro centro al alcanzar el estadio evolutivo conocido con el nombre de “niño”.
Al ser verdaderamente libres, ya no seguimos las pautas marcadas por quienes nos gobernaron hasta ahora, pero tampoco actuamos como rebeldes, petulantes y destructores. De ahí que en este estadio no seamos ni pro ni antisistema.
En este estadio vivimos de forma consciente, responsable y constructiva. Y nos mostramos humildes, pacíficos y asertivos al interactuar con los demás, respetando todos los puntos de vista y aprendiendo de cada persona y de cada circunstancia con la que nos encontramos. Como un niño, confiamos plenamente en la vida y en dar lo mejor de nosotros en cada momento, con la confianza de que seremos el factor de cambio y de que, al cambiar nosotros, empezará a cambiar el país.
El 22 de octubre próximo, cuando estemos en la soledad del cuarto oscuro, nos tocará decidir –y, lo más interesante, hacerlo plenamente por nosotros mismos– si como sociedad elegimos ser camello, león o niño.
* Empresario
https://www.lavoz.com.ar/opinion/el-camello-el-leon-y-el-nino/
Compartilo en Twitter
Compartilo en WhatsApp
Leer en https://www.lavoz.com.ar/opinion/el-camello-el-leon-y-el-nino/