Mayoría de jóvenes en el ciclo de películas de Hugo del Carril: usted soy yo
Los jóvenes no leen; los jóvenes no piensan; los jóvenes viven en TikTok o en Instagram. Ese pueblo llegado recientemente en una nave espacial, como alguna vez refirió con desconfianza Federico Fellini, llenó mayoritariamente la sala del Cineclub Hugo del Carril para ver las películas del cineasta Hugo del Carril.
Dados los prejuicios en alza, se podría haber esperado una convocatoria semejante si se hubiera tratado de una semana dedicada al clásico de Tobe Hooper, El loco de la motosierra y sus secuelas.
Pero los jóvenes, que fueron mayoría durante los cuatro días de la retrospectiva integral de Hugo del Carril, estuvieron viendo películas en blanco y negro y en color, todas en fílmico (16 mm y 35 mm), cuyas temáticas podrían parecer lejanas o refractarias a sus intereses: La calesita empieza a fines del siglo XIX, y los personajes cantan payadas y tangos; La Quintrala sitúa su relato dos siglos más atrás y se concentra en observar la impiedad de una mujer de clase alta en un universo cultural signado por un catolicismo ya vetusto.
Quien haya asistido a la función de Buenas noches, Buenos Aires, del domingo 10 de septiembre, recordará los aplausos después de algunos números que segmentan una película esencialmente erigida en tangos que se bailan y cantan. ¿Qué pasó durante aquella semana de septiembre?
Esos mismos jóvenes tal vez entrevieron otro uso del término “justicia social”, un sintagma que alude a una conformación de lo comunitario que no se inscribe en la lógica de la oferta y la demanda y en la mera consecución del interés propio.
En el cine de Del Carril, la lógica comunitaria se impone por sobre la lógica brutal de la supervivencia del más fuerte, más allá de que la desigualdad social exista y forme parte de un orden perfectible que se debe mejorar con gestos concretos y formas de asociación afectiva y política.
La alianza de los desposeídos y la solidaridad de los trabajadores orientada al bien común se esclarece en los relatos de Las aguas bajan turbias, Las tierras blancas o Esta tierra es mía, tres películas ejemplares sobre un modo de ser con otros que conjura el gen egoísta que se promueve hoy como intuición filosófica para explicar la esencia del mundo y que solo denota una cada vez más peligrosa falta de imaginación.
En el poco visto y casi desconocido mediometraje de Del Carril titulado En marcha (1964), donde se cuenta la historia del sindicato Luz y Fuerza, una versión distinta de Argentina se percibe con nitidez y nostalgia. En un pasaje menor, dos afiliados discuten sobre el futuro del sindicato. Cuando uno intenta descalificarlo con el típico: “¿Y usted quién es?”, el otro responde: “Usted soy yo”.
En esa respuesta vibra una memoria, totalmente a contramano del darwinismo ramplón que se ha apoderado del imaginario civil y político del presente. Resplandor de memoria que los jóvenes presentes en la sala recibieron con sorpresa y beneplácito.
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