La clase política en jaque
Qué vertiginosos son los tiempos que vivimos los argentinos. Una economía con variables que fluctúan y provocan cambios estrepitosos; en números y porcentajes, pero también en la vida real de cada ciudadano que soporta los embates.
Las campañas electorales de los distintos estamentos fueron variadas. Algunas transcurrieron con peleas y en el barro, otras con propuestas, algunas con más presencia en redes sociales y otras con fuerte bajada de recursos al territorio.
Los resultados burlaron nuevamente a todos los encuestadores, que creían poder evaluar un electorado uniforme y previsible, pero sucedió lo contrario. Los electores volvieron a desafiar a la clase política, sorprendiendo con sus resultados y ejerciendo algo muy poderoso: el voto.
Un giro drástico
Ya no van más los discursos políticos para que nada cambie, los privilegios arrogados entre algunos, el show de darle migajas al pueblo mientras se siguen enriqueciendo unos pocos.
La política debe dar un giro drástico en su camino y bañarse de humildad, de austeridad; debe volver a hacer foco en las necesidades de la gente y reposar en su vocación de servicio.
Los políticos tenemos la obligación moral de ser empáticos, de ser sensibles, de sentir el dolor ajeno como propio para poder sentirnos interpelados a efectuar los cambios que hacen falta. Sólo eso nos permitirá volver a tener una representación genuina de la ciudadanía.
La anomia que existe entre los argentinos dejó paso a la bronca que representa el malestar, dejó paso a quienes vienen a castigar o a quienes, esperanzados, apuestan a que un Mesías venga a reconstruir un país hoy claramente fracturado.
El desafío del Estado
Muchos coincidimos en la reducción del Estado y su conversión en un ente más austero, pero siempre debe existir un Estado al servicio de la ciudadanía, un Estado que garantice salud y educación pública a quien no puede acceder a lo privado, un Estado que le tienda una mano a quien quedó marginado al borde del camino.
Por ese motivo, necesitamos recomponer y configurar un nuevo mapa político, con un Estado que goce de mayor institucionalidad y de menos manipulación, un Estado con reglas claras y firmes que sean respetadas por todo el arco político. No hay que destruir: hay que ordenar y limitar.
Me pregunto: ¿cómo hacemos ahora los partidos políticos que pretendemos comunicar estas ideas? ¿Cómo ejecutamos tremendo desafío? ¿Cómo interpretamos ese grito ensordecedor que dice basta y que representa el silencio de muchos que ya no tienen voz? ¿Cómo las estructuras políticas podemos representar genuinamente esa demanda?
La situación en Córdoba
En Córdoba el impacto electoral también dejó mucha tela para cortar; sin duda el oficialismo provincial hizo un trabajo territorial que fue ratificado por la ciudadanía en dos elecciones, lo que resultó en la sucesión de un poder que parece inquebrantable luego de 24 años. De hecho, los ciudadanos le concedieron un cheque por cuatro años más, pero no ya en blanco.
Hubo campañas variadas en Córdoba; algunas disruptivas, novedosas. Se invirtió la relación política tradicional, incorporando una dinámica distinta. Se empoderaba al vecino para que fuera él quien tomara el micrófono y elaborara un discurso. Algunos políticos escuchábamos los dolores de los ciudadanos, sus problemas, sus necesidades, sus reclamos. Cuántas frustraciones, cuántos servicios ausentes, cuánto amor demostraban esos vecinos por sus barrios.
Las campañas opositoras en Córdoba aportaron equilibrio, aportaron límites al intento del oficialismo de autoarrogarse la suma del poder público. El Gobierno de Córdoba no será el mismo que en 2019. El poder en esta provincia será controlado. La balanza va encontrando un lugar distinto y más equilibrado. De eso se trata la democracia, y es deber de todos respetarla.
* Legisladora provincial electa de Juntos por el Cambio
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