¿Avanzando hacia un nuevo (des)orden político?
Cuando uno se aleja de la escena y advierte con perspectiva lo que está ocurriendo en la Argentina, es probable que vea con nitidez varios de los factores que suelen ser citados habitualmente como causales a la emergencia de un nuevo orden político: 1) malestar público con el estado general de las cosas; 2) crisis económica con problemas que afectan la calidad de vida de la población (inflación) y deterioran las condiciones de seguridad de la población (saqueos); 3) la presencia de un líder carismático con habilidades de comunicación excepcionales que puede influir en la opinión pública para invitarla a transitar hacia un cambio político; 4) impulsos generacionales (jóvenes) constituyéndose como sujeto emergente con nuevos valores y perspectivas políticas; 5) la tecnología y los medios de comunicación favoreciendo tendencias contrarias al orden establecido; 6) una crisis de legitimidad del gobierno y/o de la dirigencia política; y 7) cambios en los valores y las actitudes culturales de la sociedad que impulsan demandas de políticas y enfoques contrarias a las establecidas.
Muchos de esos aspectos pueden llevarnos a interpretar que el resultado de la PASO representa el inicio de una transición hacia un nuevo orden político en Argentina. Y si bien es cierto que hay que esperar la ratificación de estas tendencias en la elección general (donde cuentan los porotos), hay elementos que nos invitan a pensar que hay serias chances de que ello ocurra. Pero se vuelve intrigante indagar si se trata en realidad de un nuevo orden o de un nuevo desorden.
Todo este proceso se da en el marco de una economía que reclama soluciones a sus desequilibrios (fiscal, cambiario y monetario), y que necesita que la política se ordene para producir voluntad política (decisión y capacidad de acción) para corregir esos desequilibrios. En 2019 la política parecía haberse ordenado, una voluntad popular mayoritaria se había traducido en una coalición política mayoritaria. Al inicio del ciclo había condiciones para pensar que podía emerger una voluntad política para resolver los problemas. Pero rápidamente nos dimos cuenta que se había depositado la expectativa en una coalición disfuncional, que mostró más vocación de procrastinar la solución a los problemas que otra cosa.
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Ahora pensábamos que este proceso electoral de 2023 podía producir ese orden político anhelado, pero la primera evidencia que tuvimos pareciera advertirnos que ello podría no ocurrir. ¿Por qué? Porque la agregación de apoyos que podría producir el resultado en octubre, no se traduciría en una mayoría política que pueda construir la voluntad política necesaria para avanzar en un programa económico que corrija los desequilibrios y nos devuelva una economía sana.
Para plantearlo en términos gráficos, el 90% de los votos se repartieron casi equilibradamente entre tres espacios que prometen: uno un Banco Central dependiente, otra uno independiente y otro lo quiere cerrar. Al margen de lo ilustrativo del ejemplo para entender que en Argentina hay que reconstruir consensos mínimos sobre los aspectos básicos de un orden económico, ese rasgo nos muestra la fragmentación entre los actores que protagonizarán el proceso político y la dispersión entre sus ideas de orden económico, que dificultarán la construcción de voluntad política.
Que el desenlace del proceso electoral no nos sirva para enfrentar los desafíos económicos, podría ser explicado en que la demanda electoral (los votantes) decidieron no agruparse convenientemente para constituir esa voluntad política necesaria para avanzar con el programa económico que necesita la economía. Pero la culpa debe recaer más en quienes tuvieron más responsabilidad en ordenar esa demanda. Aquí cabe señalar el error de la dirigencia política en no saber interpretar el riesgo que representaba que la demanda electoral se fragmentara inconvenientemente, propiciando una dispersión de los apoyos que no contribuye a construir el orden político necesario para generar el orden económico deseado.
Muchas veces esas irresponsabilidades colectivas son consecuencia de las ambiciones individuales y de la falta de capacidad o predisposición de los individuos para asumir una respuesta colectiva responsable. Si las elites políticas no se ponen de acuerdo en lo esencial para pensar un orden económico, no le podemos pedir a la gente que ordene lo que la política no contribuye a ordenar. Por ejemplo, el sometimiento del ordenamiento opositor a los intereses individuales de los aspirantes a liderar la oposición, fue letal para los intereses del principal espacio opositor. Y la ausencia de un liderazgo político que se ubique por encima de la disputa para ordenarla, también.
Lo cierto es que la escena electoral presenta la probabilidad cierta de que el que junte más votos sea el que pueda juntar menos escaños en el Congreso, dejando en un dramático contraste a la voluntad popular de la capacidad de construir voluntad política. Un contraste que expone la curiosa paradoja de que quien ofrece los cambios más profundos, y quien mejor conectó con la demanda ciudadana, es quien está en peores condiciones para producir cambios en la escena.
Esta contradicción resulta una salida irracional a la necesidad de producir cambios, pero que puede ser interpretada como una respuesta absolutamente racional a la situación, si se observa el nivel de enojo provocado por la dirigencia política en la gente, como consecuencia de la exasperante falta de respuestas a las demandas esenciales de la ciudadanía.
Si desde la política no se conduce la construcción de la voluntad popular, y allí radica en buena medida la naturaleza de la representación política, la voluntad popular puede traducirse en (in)voluntad política. Es decir, en la incapacidad de decidir y actuar políticamente, que no es otra cosa que hacer funcionar al sistema político para tomar decisiones colectivas. Algo que hace rato la Argentina está necesitando que ocurra con urgencia.
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