Javier Milei: los rugidos que no entendimos del “León”
Pasaron las Paso. Lo que no pasó, y tampoco sabemos si lo hará, son los efectos de sus resultados. Ganó un candidato sin estructura partidaria, sin ideas plausibles, sin equipos técnicos. Cada uno de sus alaridos de campaña podrían servir para escribir un manual de falacias. La ciudadanía, pese a todo, lo consagró como el más votado.
Una verdad más fundamental, sin embargo, subyace a este resultado: no ganó Javier Milei; perdió la política. También cedieron el diálogo, la deliberación y el consenso.
Parece una paradoja, pero es así. Producto de un acto democrático, la democracia está amenazada. Nuestros acuerdos más básicos están en peligro, por las ideas infantiles que aquel pregona y por la amenaza que ofrece a nuestras libertades.
Los especialistas, en líneas generales, piensan que este cuadro es producto del “voto bronca”. Habrían triunfado el hastío, el enojo, la ira. Una modalidad renovada del “que se vayan todos”.
Las causas últimas de esas emociones no son difíciles de identificar. El Estado falla en lo que no debería fallar. Para algunos, es una organización elefantiásica que promete la provisión de bienes públicos fundamentales, pero ni siquiera cumple esa promesa. El salario que no alcanza, la inflación imparable y la inseguridad creciente son muestras de ese fracaso.
La indignación y el descontento suelen mostrarse en las elecciones. ¿Para qué? Para evitar, como dice Adam Przeworski, que se perpetúe la clase dirigente –la famosa “casta”– y devolver al pueblo el papel usurpado por las elites.
Pocas manifestaciones pueden considerarse un caso más claro de conducta autofrustrante. Los agentes pretenden denunciar al sistema y manifestar su descontento, pero esa acción atenta contra sus propios intereses y propósitos. En lenguaje más llano: un verdadero tiro en los pies.
Quienes apoyaron a este candidato, sin embargo, no sólo expresan su “bronca” contra el sistema. Esa acción, además, tendrá una eficacia causal sobre nuestras instituciones. Las dañará y erosionará. Las pondrá en crisis, hasta estremecerlas. Así, también, se dañarán ellos mismos.
La situación de quienes no ven satisfechas sus preferencias ni por las elecciones ni por las acciones estatales genera alguna perplejidad. Esa insatisfacción incentiva este tipo de conductas; ya sea porque no “se sienten escuchados”, ya sea porque sus posiciones individuales no tienen ninguna incidencia luego del resultado electoral.
La opción por la “no opción” tiene consecuencias. Si todos actuamos de esta manera, nos veremos perjudicados de manera directa. Seremos más pobres, tendremos menos salud, estaremos peor educados. ¿La seguridad también estará limitada sólo a quienes puedan pagarla? Cuando los cuerpos de los pobres, como dice Debra Satz, ya no sirvan como “repuestos para los ricos”, ¿qué opciones tendremos al alcance de nuestras manos?
Sin Estado que ofrezca bienes públicos, nos espera un futuro sombrío. La vida, como pensaba Hobbes, será “solitaria, pobre, repugnante, brutal y corta”. Una cosa es criticar la situación actual y otra, muy distinta, dinamitar las bases de nuestra convivencia.
Además, si estos guarismos se replican en octubre, el sistema institucional podría paralizarse. La gobernabilidad será una quimera. Esto radicalizará las posiciones del candidato, aunque sea para diferenciarse de aquellos a quienes este sindica como responsables de los males que padecemos.
En este juego, ya sea por convicción o por conveniencia, no tendrá ningún incentivo para buscar consensos con quienes defenestra e insulta. No importa si tienen malos o buenos modales. Para él, en una explicación monocausal y simplista, son los únicos hacedores de este fracaso.
Si esto es así, las leyes que necesita nuestro país para salir de este atolladero serán inalcanzables. Sólo podrá recurrir a una vía de escape: los decretos de necesidad y urgencia.
En cualquier caso, la calidad de nuestra democracia será ostensiblemente baja.
Problemas complejos, respuestas simples
Los discursos antipolítica son tentadores. Son una estrategia simple para enfrentar problemas complejos. Esos discursos nos dicen que la política no es algo bueno, que es una oportunidad para hacer negocios y para obtener beneficios personales.
Las respuestas simples no siempre son las más adecuadas. La política no debería asustarnos. Implica ponerse en el lugar del otro, entender qué quiere y qué es lo que no puede aceptar. Requiere mirar a la cara y comprometerse. Hacer concesiones y exigir compromiso con la palabra empeñada. En pocas palabras: negociar, dialogar y consensuar.
Debemos evitar malentendidos. La política es diálogo y negociación, pero eso no significa que todo debería estar sobre la mesa. Algunos principios no pueden negociarse; son los axiomas de las convicciones. Los que deberían ser inexpugnables.
Para salir de esta situación, como aprendí en las aulas de la universidad pública, necesitamos más y mejor política. Más y mejor democracia; ni menos ni peor.
Los rugidos del León no deberían taparnos los oídos para escuchar los fines que procurará si llega a ser gobierno, ni los medios que empleará para alcanzarlos.
Hay una frase muy conocida de Wittgenstein: “Si un león pudiera hablar, no lo entenderíamos”. Como el del filósofo, “el León” tiene un lenguaje que no comprendemos. Esta situación no se debe a que el suyo sea especialmente complejo o técnico. No lo hacemos porque pertenece a otro registro. Uno que se encuentra en otro lugar: la antipolítica.
En momentos tan acuciantes, necesitamos más política, no menos. Necesitamos más democracia, no amenazarla en forma subrepticia. El costo de no asumir esta necesidad y de no advertir los efectos sistémicos sobre nuestras instituciones es enorme.
Por todo lo que está en juego, deberíamos comprender esas consecuencias. Flaco favor les haremos a esas almas desangeladas por el sistema si no las convencemos de que el tiro en los pies no hará que lleguemos más rápido adonde queramos ir. La política, en fin, es la única salida a todos nuestros males. Aunque no sea simple encontrarla.
* Docente de Derecho Constitucional, UNC y UESiglo21
https://www.lavoz.com.ar/opinion/javier-milei-los-rugidos-que-no-entendimos-del-leon/
Compartilo en Twitter
Compartilo en WhatsApp
Leer en https://www.lavoz.com.ar/opinion/javier-milei-los-rugidos-que-no-entendimos-del-leon/