Crimen de Morena: llamado de atención a la política
La descomposición social y psíquica de alguien que no trepida en matar a su víctima para robarle un teléfono celular roza los límites de lo irrecuperable. Nada lejano a concluir que todo está perdido. Aun cuando un optimista dijera alguna vez que la esperanza es lo último que se pierde.
A menudo se escucha de boca de líderes políticos la teoría de que la delincuencia es hija de la pobreza. Es un razonamiento probable, aunque de temer, pues en la Argentina hay cada vez más pobres y excluidos hundidos en la indigencia.
Es la primera reflexión que asoma por el asesinato de Morena Domínguez, la nena de 11 años que el pasado miércoles fue asaltada por dos motochoros cuando ingresaba a la escuela en barrio Villa Diamante, en el partido bonaerense de Lanús.
La conmoción pública por el aberrante crimen fue inmediata. Y dejó tela para otra consideración: los candidatos que se presentan en las elecciones primarias de este domingo suspendieron de inmediato los cierres de campaña.
Si bien los postulantes de las principales fuerzas políticas se mostraron el mismo miércoles en horas de la noche en programas de televisión, el freno a la actividad proselitista, sobre todo de los actos públicos masivos, fue acertado, de respeto. Estuvieron a la altura de las circunstancias y de la consternación generalizada.
Sin embargo, en los cruces televisivos y radiales se escucharon opiniones diametralmente antagónicas acerca de la problemática de la inseguridad, un flagelo que durante décadas ningún gobernante de orden nacional o provincial ha logrado resolver.
Es factible que en el estrépito del calendario nacional de este año, rumbo a las elecciones generales de octubre, se profundicen las disidencias sobre un asunto de enorme relevancia humanitaria, que va sumando víctimas inocentes por el accionar de bandas motorizadas dispuestas a matar sin compasión para huir con un celular ajeno.
Tomando como referencia el gesto de cancelar toda actividad de campaña por respeto a la muerte de Morena (y en solidaridad con su familia), sería auspicioso que, pasado el fervor electoral y una vez elegidas las autoridades que asumirán en diciembre próximo, la clase política se pusiera de acuerdo para consensuar políticas comunes que pongan fin al delito urbano.
También, abordar en conjunto y ensayar soluciones a las paupérrimas condiciones económicas, sociales y educativas en las que han caído millones de argentinos, contexto que, como se ha divulgado, en muchos casos propicia el accionar de bandas criminales.
En vísperas de cumplirse 40 años de la recuperación de la democracia, es un signo de inmadurez que el poder político con representación legislativa no haya avanzado lo necesario como para acordar medidas de apoyo a quienes sufren las consecuencias de administraciones fallidas. Es hora de consensuar, aun en el marco de las lógicas disidencias que enriquecen los debates en un sistema democrático.
Otra cosa es oponerse sólo por razones de rivalidades políticas o ideológicas. ¿Cuántas víctimas más como Morena tendrán que caer para que, de una vez, aprendamos la lección?
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