La Voz del Interior @lavozcomar: Justo Suárez, el Torito de Mataderos que falleció en Córdoba, y el amigo de los campeones

Justo Suárez, el Torito de Mataderos que falleció en Córdoba, y el amigo de los campeones

Justo Suárez llegó a Córdoba en tren el 13 de junio de 1938, aconsejado por sus médicos para un mejor tratamiento de la enfermedad pulmonar que lo aquejaba. Lo hizo acompañado por su hermana Rosalía y su amigo Rodríguez. Tenía la dirección de un médico que le recomendaron. Allí fue y quedaron en reencontrarse los tres en una pensión, pero él nunca llegó. Se dijo entonces que estaba desaparecido.

La realidad fue que se quedó en el hospital Tránsito Cáceres, de Allende, esperando una cama para internarse, con la escasa ayuda de una reposera que le brindaron en el lugar. Pasaron un par de días y, como todavía no había obtenido la cama, optó por retirarse y alojarse en hoteles de los suburbios. Cinco días después de su llegada lo encontraron caminando tranquilamente por la ciudad de Córdoba.

Pepe Lectoure, quien había sido su promotor y amigo, viajó a Córdoba cuando se enteró de las novedades. Llegó el 19 de junio y consiguió internarlo en el hospital nombrado, aunque al día siguiente se lo trasladó a Cosquín, al Sanatorio Mieri, para un mejor tratamiento. Quedó allí internado a cargo del piloto de automovilismo Domingo Marimón, residente de esa ciudad, como encargado de Lectoure.

La revista El Gráfico del 8 de julio publicó una excelente y emotiva nota titulada “El ocaso de un astro”, escrita magistralmente por Félix Daniel Frascara. Apenas una semana después de esa nota, Justo Suárez abandonó el Sanatorio de Cosquín de “motu proprio” junto a su hermana, se dirigió a Córdoba capital y, por segunda vez, no se sabía dónde estaba.

Se supo en ese entonces que, con anterioridad, el ídolo había dejado el sanatorio varias veces en compañía de su hermana y en ocasiones fue encontrado sentado en cualquier sitio de Cosquín, ya cercana la noche.

Justo Suárez, el Torito de Mataderos, uno de los máximos ídolos del boxeo nacional. Sus últimos días de vida los pasó en Córdoba. (Archivo El Gráfico)

La realidad fue que su hermana Rosalía era cantante, conocida como “la Criollita”, y Rodríguez la acompañaba con su guitarra. Ellos llevaban a Justo a recorrer algunos bares. La pareja actuaba y luego pedían algún dinero como colaboración. Por supuesto esta actividad no era lo mejor para el precario estado de salud del enfermo.

El cordobés que acompañó a Justo Suárez hasta el final

Luis Orlando Brizuela nació en la ciudad de Córdoba el 6 de diciembre de 1923, cuatro días antes que el Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires suprimiera la prohibición de espectáculos de boxeo profesional que regía desde 40 años atrás. También el mismo año de la pelea del siglo entre Luis Firpo y Jack Dempsey.

En su infancia hubo poca escuela, mucha calle y muchas inquietudes, sobre todo el deporte, pero también el periodismo, la literatura, el mundo por conocer . . .

Apenas tenía 11 años cuando se escapó de su casa y viajó colado a Buenos Aires para seguir al seleccionado cordobés de fútbol. Terminó convirtiéndose en la mascota del equipo que tan buena tarea realizó en el Campeonato Argentino de 1935.

Luis Brizuela.

En el año siguiente realizó su “Bautismo del Aire” en un aeroplano del Aero Club Córdoba y recibió el diploma correspondiente.

En 1937 repetía la hazaña de viajar otra vez a Buenos Aires, en un largo viaje en camión para estar otra vez junto al seleccionado de fútbol de la Liga Cordobesa e incluso también estaba en Buenos Aires en mayo de 1938 cuando se inauguró el actual estadio de River Plate. Evidentemente no tenía la vida normal de un chico.

Además del fútbol, también le gustaba el ciclismo, pero más que todo le gustaba el boxeo y era común verlo en el Córdoba Sport Club.

Todo acto deportivo de importancia se realizaba en el medio cordobés e incluso como se vio, en Buenos Aires, lo inquietaba y lo movilizaba. Conocía a fondo el desenvolvimiento de las distintas manifestaciones del músculo y ya por entonces poseía su propia personalidad.

Su entusiasmo por el deporte lo había tornado asiduo lector o asistente a las reuniones de mayor importancia. Su información era sólida mientras que en todos los ambientes se lo conocía y siempre era recibido con simpatía.

En el diario “Los Principios” encontró su otra casa. Se sentía a gusto con la bohemia periodística de la época. Pasaba casi a diario por su redacción, donde los periodistas lo recibían con cariño y solían encargarle algunos mandados.

En su segunda llegada a Córdoba, como en el mes anterior, Justo Suárez volvía a “desaparecer”. En realidad sucedió que en ambas ocasiones estuvo haciendo cosas personales. Fue tal la conmoción de su “desaparición” en Córdoba que toda la ciudad se movilizó. En el diario “Los Principios” dijeron “hay que salir a buscarlo y encontrarlo”. Entonces vio el novel colaborador la posibilidad de convertirse realmente en periodista. Salió de inmediato a hablar con sus amigos, a investigar y a recorrer su querida Córdoba que tan bien conocía.

Los últimos días de Justo Suárez.

No tardó mucho en encontrarlo. Justo estaba en el Parque Sarmiento, en la casita del matrimonio Otero, donde Rogelio era el encargado del mantenimiento del lugar. Se dijo que Otero era un pariente lejano, del mismo barrio de Mataderos que le dio el apodo. Más allá de si lo era o no, el matrimonio Otero lo cuidó como un hijo hasta su último aliento.

Y allí se quedó el chico de los mandados de “Los principios” con su ídolo, a quien nunca vio pelear, pero sí había leído sobre sus épicas peleas en Buenos Aires y en la lejana New York. Lo acompañó a diario, con sus jóvenes 14 años, junto a los Otero y a los muchos médicos que lo visitaban para asistirlo en su enfermedad, entre otros, los doctores Scarpiello, Sosa, Pieri, José Antonio Pérez y finalmente Genio Pessina.

Dijo Brizuela: “Yo estaba allí, en la casita de los Otero, cuando salió aquel artículo de El Gráfico, ‘El ocaso de un astro’. El doctore Pessina se lo leyó y a Justo le gustó. Lo dejó más animado. En algunos pasajes cerraba los ojos”.

Las últimas palabras del Torito, dirigiéndose a quienes lo rodeaban y aludiendo a los rumores que venían desde la calle, preguntó:

“¿Quiénes hay afuera? ¿Qué quieren? . . .”

Afuera había un numeroso grupo de admiradores, periodistas, fotógrafos. Era casi medianoche. Con los primeros minutos del 10 de agosto de 1938 se apagaba una vida joven, la vida del muchacho de pueblo que iría a reunirse con otros tantos púgiles queridos . . .

Pero el acompañamiento al ídolo de Brizuela no terminó con su muerte. Después de la capilla ardiente en el Córdoba Sport Club, el joven solicitó acompañarlo hasta su última morada en Buenos Aires, que sería en el cementerio de la Chacarita. Nadie puso reparo a la solicitud y se dispuso lo necesario para cumplir con su propósito. Viajó junto a los restos, en el mismo furgón que el 11 de agosto llegó a la cochería de la calle Monroe.

Vivió entonces también esos locos acontecimientos que produjo la multitud que acompañaba al féretro rumbo a la Chacarita y que obligó a cambiar el recorrido hacia el Luna Park. Pepe Lectoure y Pace entonces abrieron el estadio para la despedida del ídolo, donde se lo veló toda la noche. Al día siguiente sí fue llevado al cementerio custodiado por un cortejo de unas siete mil personas . . .

La nota de El Gráfico y los últimos días de Justo Suárez.

Al volver a Córdoba Brizuela hablaba del Luna Park como su propia casa y el relato a la ansiedad porteña sobre los últimos instantes de Justo Suárez le significó labrar amistad con figuras de la popularidad de un Riganti, Francisco Canaro, Tito Lusiardo y otros.

Por eso, al año siguiente estaba otra vez en Buenos Aires en la carrera internacional de los seis días en bicicleta, para ser acomodador y vestir un lindo uniforme con birrete y muchos botones que le daba el Luna.

Siguió prendado de ese ambiente pugilístico. Se hizo amigo de otro joven como él, Miguel “la Chancha” Domínguez, quien sería luego maestro de maestros de boxeo. También fue muy amigo de Víctor Castillo, algunos años mayor, futuro campeón argentino liviano, quien estuvo en su rincón junto con Aberboch en 1940, cuando realizó la primera pelea de su promisoria carrera de boxeador amateur. Se enfrentó con rivales de fuste como Mario Santillán, Luis Pérez, Juan Ozán, Galdeano, Tomás González, Pedro Geric, Britos, Bustamente, Roque Ortiz, Víctor Moyano. Ganó, perdió y empató usando su buena técnica y siempre se lo consideró como una figura promisoria. En esa época fue habitual verlo en visitas a las redacciones de los diarios acompañando a profesionales como Gregorio Graziani, el urugurayo Manuel Irureta, Luis Juárez, Raúl Luengo, José Leven.

Abandonó la carrera boxística antes de ingresar al profesionalismo que tenía previsto para 1946. No quería que los golpes terminen afectando su salud . . .

Esta nota fue escrita por el hijo del mencionado Luis Orlando Brizuela.

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