Los Fundamentalistas en Jesús María: en el nombre del Indio y su devota tribu
Las comparaciones suelen ser odiosas, pero en algunos casos son inevitables. A muchos de los que anoche estuvieron presentes en Jesús María en 2008 les fue imposible medir con la misma vara aquella actuación del Indio Solari en esta misma arena con la de sus músicos enrolados bajo la marca Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado.
Quizás por eso el arranque del show de este sábado pareció tener sentido de tributo a la noche en la que Solari presentó Porco Rex, su segunda placa solista, frente a una verdadera marea humana como pocas veces vio Jesús María.
Y esta vez el Indio fue tan protagonista como sus músicos y sus apariciones como cantante se fueron repitiendo a lo largo de la noche. Desde luego que no estuvo físicamente, pero sí desde las pantallas en las que apareció ocho veces.
Al calor humano que aportó “la tribu” se le contrapuso una temperatura que varió de 14 a 10 grados y un viento leve que obligó a una campera liviana.
El otro dato saliente tiene que ver con el repertorio elegido, nada complaciente, cerca de alguna oscuridad y totalmente renovado respecto del que presentaron a fin del año pasado en Huracán. Si alguno esperaba algo parecido a eso, podría haberse ido decepcionado.
Hubo que esperar cuatro o cinco temas hasta que la banda le hiciera los honores a la tribu ricotera para interpretar Tarea fina que no fue ni el primero ni el segundo corte de La Mosca y la Sopa, la quinta placa de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
Y durante ese primer bloque frenético y de gargantas al límite, Noticias de ayer fue quizás la pieza más conocida de las que interpretaron. Pegadito vendrían Rock Yugular, y Roto y mal parado, uno de Gulp poco transitado.
Para antes del intervalo (sí, hubo dos a lo largo de las dos horas y media de recital), Los Fundamentalistas se fueron con cuatro canciones de Solari Solista con destino de clásicos: Había una vez, La marcha que les debía (tema que presentó formalmente hace dos semanas en las redes), El charro chino, y El que la seca, la llena con un segmento de pulsión disco y bailable.
En clave para fanáticos
Todo aquel que siguió la carrera de Solari sabe que nunca repitió fórmulas y que muchas de sus canciones suenan oscuras y extrañas, además de crípticas.
Por eso, vale insistir en que los Fundamentalistas le dieron a Jesús María un repertorio nada complaciente. Temas que, aunque conocidos, no fueron en su momento ni el primero ni el segundo corte del disco en que aparecieron.
Y cada vez que el “Míster” aparece en pantallas, los presentes no hacen más que soltar una lágrima furtiva, añorando una vez más.
En la continuidad del show, las perlitas del repertorio redondito incluyeron Te voy a atornillar, Ladrón de mi cerebro, y El templo de Mao.
Gaspar Benegas dijo las palabras inaugurales un rato después de las 23: “Buenas noches. Son un pueblo hermoso. Gracias Jesús María por recibir a este pueblo, mamushka de pueblos”. ¿Pabellón séptimo? Pareció preguntar Benegas antes de largar la canción homónima de El tesoro de los inocentes.
A esta altura, la pirotecnia visual que habían mostrado las pantallas puso al show a la altura de cualquier evento internacional. La única crítica que cabía hasta ese momento fue que costó encontrar el punto exacto para las voces en los temas, especialmente en los primeros que cantaron Deborah Dixon y Luciana Palacios.
Otro lindo momento llegó cuando desde las pantallas reapareció Solari para interpretar Pajarita pechiblanca. Nueva Roma marcó una ola de intensidad dentro del setlist que llevaría a las tribunas a corear el primer “olé, olé, olé, olé, Indio, Indio”.
Ni hablar cuando se desplegó una enorme bandera entre los fanáticos que estaban pegados al escenario mientras sonaba la intro de Juguetes perdidos. “Impresionante lo que acaba de pasar ahí”, señaló el tecladista Pablo Sbaraglia ni bien concluyó la emotiva pieza mientras la banda le ofrendaba un generoso aplauso al público.
Un final a la altura
La última media hora le puso el broche a una noche que, seguramente, quedaría en el corazón de los que concurrieron a la “misa”. Queso ruso, por ejemplo, encontró a Baltazar Comotto en estado de epifanía. Su guitarra fue uno de los altos estándares a lo largo de toda la noche.
Déborah Dixon mostró su oficio blusero al servicio de Un tal Briggite Bardot, esa gema inédita de Patricio Rey que solo tiene lugar en los recitales.
Y sorprendió que sobre el final interpretaran Ya nadie va a escuchar tu remera. Oktubre presente también.
Sin bises, la noche terminaría con el casi enganchado de Flight 956 (otra gema de Porco Rex) y con Ji ji ji que arrancó tan rápido que no dio tiempo para armar el pogo más grande del mundo, pero que igual hizo temblar el suelo del José Hernández.
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