Entrevista al escritor Alejandro Zambra: la crianza y la creación literaria se parecen bastante
Habiéndole dado voz a una literatura de hijos en novelas de escrutinio generacional como Formas de volver a casa, Alejandro Zambra (Chile, 1975) pasa a reflexionar sobre su reciente rol de padre en Literatura infantil, conjunto misceláneo que tiene como eje el nacimiento de su hijo Silvestre. La inversión, que depara entradas de una honestidad tiernamente rebelde en torno a infancias y paternidades superpuestas, incluye asimismo el título del libro, una pícara vuelta de tuerca al comentario de una editora italiana de que la escritura de Zambra es infantil.
El autor convierte así en valor una vulnerabilidad que no desmerece la literatura infantil propiamente dicha, y que el narrador redescubre gracias a la biblioteca que arma para el niño. De manera paradójica, Zambra traza su singularidad al fijar la atadura al clan y a la humanidad toda, gesto opuesto al de Formas de volver a casa donde el narrador interpelaba a la clase media a través de la historia de sus padres.
“No compararía mucho ambos libros, porque Formas de volver a casa es más colectivo. En ese momento lo que me abrigó fue la sensación de encontrar coincidencias en la forma de experimentar el pasado y el presente entre gente distinta, es decir darme cuenta de un plural que siempre me había parecido tan discutible como la primera persona –dice Zambra por Zoom desde su hogar en México–. Pertenezco a una generación que también desconfió bastante de la primera persona antes de usarla. A los 18, 20 años yo todavía por definición escribía en tercera persona y tenía algo que con el tiempo he llegado a pensar como pudor, pero que en ese momento no lo hubiera formulado así. En Literatura infantil más bien lo colectivo ha aparecido hurgando en lo particular. No me gusta hablar de ficción y de no ficción, pero en rigor el padre de Formas de volver a casa era un padre más colectivo que el mío, y en Literatura infantil es mi papá y por eso tiene su nombre y lo dejo intervenir en el relato. Es un padre que ha aceptado ser ficcionalizado, ser colectivizado, en una dimensión confusa donde es y no es un personaje”.
Y amplía: “La generalización o el espacio común de tener un hijo podía también para mí resultar confusa. El otro día leía el libro inédito de una amiga, Margarita García Robayo, donde dice que le resulta difícil identificarse como madre, pero fácil identificarse como madre de sus hijos. Me parece una distinción brillante. Para mí también ha sido más fácil ser padre de mi hijo, pero eso no significa que la paternidad me sea fácil. Para personas con mi trayecto, padre tardío que habita este pequeño sector del mundo que existe en todos los pueblos y en todas las ciudades, la paternidad es una opción consciente incluso con su relativa extravagancia. Para personas con esta biografía existe la tentación de construirse como alguien nuevo, entonces todo lo que recibí no me sirve, o me sirve de contraejemplo”.
Y sigue: “Hay un punto en que mi padre es una trampa en el sentido de que si es un contraejemplo entonces es un ejemplo, incluso el ejemplo más claro, porque es más fácil seguir un contraejemplo que un ejemplo. En ese sentido, me interesaba la situación de formar parte de pequeños sectores en los que cometemos el error de suponer que todos los debates ya sucedieron. Decimos ya se habló de aborto, de maternidad, de paternidad, y vamos hacia delante y salen Bolsonaro, Trump, la extrema derecha. Ahí te das cuenta de que hay algo en nuestra forma de discutir que hace que nuestras discusiones sean intrascendentes para el entramado social, o bien que esas discusiones tienen que reelaborarse o repetirse”.
–¿Cómo nace “Literatura infantil”? ¿Qué involucró el hecho de ser padre?
–La escritura del libro no tiene ningún misterio, yo sabía que iba a escribir sobre este nacimiento. Tenía muchas ganas de poner a mi hijo en relación con la escritura y que desde chiquito él la entendiera como una artesanía en la que podía intervenir. Mi hijo vive en una casa donde se escribe y para él eso es una aventura. También el libro era importante en un plano estrictamente personal. Yo podría suponer que no tengo nada que ver con mi padre, pero justo esa sospecha de ser diferente hacía interesante interrogar el tema. Podría decir por ejemplo que veo el fútbol de otra manera, pero me siento muy pendiente del fútbol. Hay un espacio de la experiencia clásica de lo masculino que me resulta misterioso, superextraño, y quería indagar ahí sabiendo que no iba a solucionar nada y con la alegría de no hacerlo, porque estos no son procesos que cierren. Estamos demasiado acostumbrados al cierre hollywoodense, por eso hablamos de reconciliación o de ruptura, pero los vínculos de parentesco son sobre todo aquellos en los que no hay un final salvo el que todos conocemos y tememos, que es la muerte. Y ni siquiera ese es el final.
Un mundo feliz
–¿Es cierta la difundida comparación entre tener un hijo y escribir un libro?
–El tiempo de la crianza y el tiempo de la creación literaria se parecen bastante. Hay un momento en que criar no es simplemente poner reglas. Se supone que el adulto es quien tiene que explicarle el mundo al niño, y muchas veces lo que tiene que explicarle es que las cosas no tienen explicación. Muchas veces quien cría al niño es el emisario del misterio, de la persistencia al misterio. Hay adultos que dirían “deja de hacer preguntas tontas”, pero lo natural sería más bien decir “mira, no sabemos por qué esto es así, tal vez lo vamos a descubrir algún día entre todos, o tú mismo vas a descubrirlo”. En el fondo hay algo ahí en común porque el que escribe también está buscando respuestas. Y luego también se enfrenta al tiempo de alguna manera. Por ejemplo, cuando nos vemos en la posición de apurar a los niños porque hay que ir al colegio. Cada vez que apuro a mi hijo pienso que estoy haciendo algo que a mí no me gusta que hagan conmigo. Ni cuando niño ni cuando crecí ni ahora ni mañana, nunca me va a gustar que me digan “apúrate”, y mi manera de evitar que me lo digan es apurarme (risas). Al final hasta puedo decir “mira, no conseguiste apurarme porque me apuré”. Toda esa trama si uno empieza a descomponerla parece tortuosa, pero en realidad es muy divertida.
–Mencionás la felicidad al último. ¿Es “Literatura infantil” un libro feliz?
–Sí, pero es que la imagen del padre feliz es perfecta porque en cada imagen de un padre feliz hay un padre que está preocupado porque su niño no se le caiga de los brazos. Entonces es una felicidad ensombrecida, porque tiene que ver con la fragilidad, con la conciencia de tu propia torpeza, con tus límites, incluso con tu idea de la fatalidad. Entonces claro, eres feliz a condición de que te atrevas a ingresar en esa palabra. No es que la palabra sea boba, es que nosotros de pronto no sabemos entrar ahí.
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