«Lula quiere imponer una agenda de los ’70»: el plan económico que genera críticas en Brasil
En una reunión con los principales líderes empresariales celebrada este mes, Luiz Inácio Lula da Silva se centró firmemente en el futuro. «No he vuelto para hacer lo mismo que ya hice», dijo el mandatario de 77 años, que cumple seis meses en su tercer mandato como presidente de Brasil. «Volvimos para hacer las cosas de otra manera».
Era un mensaje muy necesario. A pesar de las promesas de reformar la mayor economía de América latina -y de las grandes expectativas de un gran paquete de transición ecológica el mes que viene-, el gobierno progresista de Lula ha tenido hasta ahora un aire decididamente retro.
Desde una estrategia industrial centrada en los subsidios y el apoyo a la industria manufacturera hasta una política exterior que ha reafirmado con bombos y platillos las credenciales de Brasil como país no alineado, muchas de las políticas emblemáticas del Gobierno reflejan una época pasada, dicen los críticos, que piden un enfoque más moderno.
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«Nuestro presidente quiere imponer una agenda de izquierda desfasada de los ’70», afirmó Sérgio Werlang, exdirector del banco central y profesor de la Fundación Getulio Vargas. «Hoy en día no tiene sentido».
Lo más destacado son los intentos del Gobierno por apuntalar la industria, que como sector se ha reducido del 48% de la producción económica en 1985 a menos del 24% en la actualidad. Pero en lugar de abordar las causas profundas del declive industrial -bajos niveles educativos, una logística costosa y burocracia onerosa- Brasilia se ha centrado en las dádivas.
Entre junio y julio, el Gobierno gastó 650 millones de reales (u$s 135 millones) en subvencionar la venta de 125.000 de los llamados ‘autos del pueblo’ a los ciudadanos con menos recursos. El paquete fue un esfuerzo para impulsar la producción automotriz, que ha sufrido una sangría de puestos de trabajo en los últimos años. Pero su impacto fue fugaz.
Como para subrayar la inutilidad de la estrategia, el paquete se puso en marcha al mismo tiempo que Volkswagen anunciaba que suspendía la producción en Brasil, alegando el estancamiento del mercado. Esto se suma a los paros de General Motors, Stellantis y Hyundai, entre otros, que ya se han producido este año.
Brasilia anunció su intención de invertir u$s 20.000 millones en los próximos cuatro años para impulsar la industria, con especial atención a la «inclusión socioeconómica [y] la promoción del trabajo decente y la mejora de los salarios». Pero para algunos su enfoque es erróneo.
«Piensan que así se conservarán más puestos de trabajo, y que éstos son importantes para el crecimiento. Pero esta es la mentalidad de los años ’70, cuando la industria era importante para generar empleo. Ahora no. El mundo ha ido cambiando hacia los servicios», dijo Werlang.
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Las convicciones políticas de Lula se remontan a menudo a sus años de formación como activista sindical en las décadas de 1970 y 1980, una época en la que la industria era un baluarte del crecimiento.
Muchos de los que rodearon a Lula durante aquellos años siguen siendo influyentes hoy en día, especialmente Aloízio Mercadante, que fundó el Partido de los Trabajadores (PT) con Lula en 1980. Ahora encabeza la «neoindustrialización» de Brasil como director del Banco Nacional de Desarrollo.
«Veo al Gobierno falto de ideas nuevas. Estamos viendo a un PT
obsoleto [con] ideas de un mundo antiguo, cuando el Estado tenía más poder», afirmó Bruno Carazza, profesor de la Fundación Dom Cabral.
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Carazza dijo que la mentalidad retro del Gobierno era más evidente en su política exterior, en particular su visión de la época de la Guerra Fría sobre la invasión rusa de Ucrania.
Al tiempo que hacía hincapié en la condición de Brasil como no alineado, Lula ha afirmado que Ucrania tiene tanta responsabilidad como Rusia en el conflicto y ha criticado al líder Volodímyr Zelenski por «querer la guerra».
«Esto [es] Lula rindiendo tributo a una visión obsoleta de la Guerra Fría, según la cual Ucrania era un satélite de Rusia, y por tanto los rusos estaban legitimados para invadir», afirmó Carazza.
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Una notable excepción a la tendencia retro de la administración es Fernando Haddad, que ha sorprendido a la comunidad empresarial desde su nombramiento como ministro de Hacienda. A pesar de su larga lealtad a Lula, Haddad ha caminado sobre una fina línea para equilibrar los intereses del PT con las demandas del mercado de reformas y disciplina fiscal.
En particular, ha ayudado a llevar a cabo una reforma fiscal muy esperada y ampliamente demandada, que podría ser aprobada por el Congreso tan pronto como el mes que viene.
La reforma, que se espera impulse el crecimiento a largo plazo hasta un 2,4%, se produce en medio de perspectivas cada vez más optimistas para la economía, con una revisión al alza de las previsiones del PBI para este año hasta el 2,2%.
Gran parte de esto se debe al auge del sector agroalimentario, más que a cualquier tipo de política industrial o gubernamental. Pero si la vida empieza a mejorar para los brasileños, Lula se llevará el mérito, al estilo retro.
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