Supersticiones para curar la tos: fe con forma de cebolla
Cuando todas las prevenciones llegaron tarde, los medicamentos no funcionaron y las noches en vela se hicieron incontables, padres y madres apelan a la fe.
Enfrente está esa tos seca, irritativa y particularmente nocturna que lastima a los chicos y angustia a los adultos; aquí, familias acorraladas por la molestia más frecuente en épocas invernales.
Es que cuando ya se probó todo, la magia desplaza a la razón. Se confía en prácticas que, aun sin fundamento ni comprobación científica, alivien.
Uno de los recursos más usados es una cebolla cortada al medio y colocada en la habitación del o de los tosedores.
Según testimonios (domésticos, barriales y sólo registrados en redes), funciona en primos, en hijos de vecinos, en compañeros de trabajo y en un sinfín de desconocidos.
Como la sugerencia parece inocua, se intenta.
Padres y madres eligen una cebolla mediana –algunos prefieren la morada–, la cortan en dos, en cuatro o en varias rebanadas, deliberan sobre el mejor sitio para ubicarla y esperan.
Lo sorprendente es que, en no pocos casos, la tos acaba desapareciendo en un tiempo relativamente corto; de allí el lugar de privilegio que ocupan las cebollas trozadas entre las leyendas urbanas pediátricas, superando incluso al uso de collares de ámbar.
Eso sí: nadie podría demostrar que el mejoramiento se debe a la allium cepa (nombre científico de la lacrimógena planta en cuestión), al simple paso del tiempo, al efecto placebo o a una simple coincidencia cósmica.
Por fortuna, la fuerte conciencia social sobre el cuidado infantil –en particular, de los más pequeños– no permite que una cebolla bajo la cama reemplace consultas médicas oportunas (incluyendo radiografía de tórax y el control bioquímico) para descartar el origen de la tos.
La historia
La fe en los efectos mágicos de las cebollas se remonta a finales de la Edad Media, época en que se recomendaba colocarlas alrededor de las casas a fin de disipar “miasmas” o “nubes de enfermedades” que saturaban el ambiente en tiempos de la peste bubónica.
Luego, y hasta el siglo XVII, cuando el origen de las enfermedades transmisibles seguía siendo incierto, prevalecía la teoría del aire “envenenado” por influjos malignos, por lo que entonces se apelaba a diversas maneras de purificarlo.
Era costumbre colocar rodajas de cebolla en las medias (contra las plantas de los pies) y dormir con ellas puestas; a la noche siguiente, se debía renovar la dosis con rodajas frescas.
Durante la pandemia de “gripe española” de 1918 (originada, en realidad, en Estados Unidos), los protomédicos sugerían colocar cebollas en los dormitorios como barrera natural para evitar el contagio, prescripción que se respetó ciegamente a pesar de que, en apenas un año, murieron 40 millones de personas por aquella causa.
En la actualidad, muchos entusiastas siguen defendiendo la teoría de que la cebolla es rica en polifenoles, por lo que respirar el aroma que desprende recién trozada (en el que predomina el ácido tiopropiónico) podría descongestionar la nariz, evitar que la boca se reseque y, por lo tanto, mermar la tos.
Lo cierto es que la discusión no debería girar en torno del cándido y no probado uso de cebollas, sino de las costumbres populares que pululan en un escenario social en el que la accesibilidad al sistema sanitario y los costos de los medicamentos postergan el diagnóstico de enfermedades infantiles severas. Que, claro, se manifiestan con tos.
La fe debería orientarse a otros objetivos.
* Médico
https://www.lavoz.com.ar/opinion/fe-con-forma-de-cebolla/
Compartilo en Twitter
Compartilo en WhatsApp
Leer en https://www.lavoz.com.ar/opinion/fe-con-forma-de-cebolla/