Comportamientos infantiles: hay más de una versión
Niños, niñas –y en especial adolescentes– suelen mostrar distintas formas de vincularse con las personas según el ámbito y la circunstancia.
Cambian su humor, sus gestos y hasta los modos de expresión, hasta configurar diferentes versiones de sí mismos.
Por lo general, esto ocurre cuando están lejos de sus padres: en el colegio, en casa de amigos o en el club.
“Comió tarta de atún y manzana de postre; para tomar, sólo pidió agua”, escucha la madre de Julián. Su hijo pasó el día en casa de su mejor amigo, y a ella le cuesta relacionar ese informe con su hijo de 6 años, demonio que nunca probó verduras o pescado en su casa y que arma escándalos cuando no hay gaseosa.
“Los felicito por su hija. Ayuda a los demás, siempre pide todo ‘por favor’, dice ‘gracias’ y jamás grita”, informa la maestra a los azorados padres de Amparo, alumna ejemplar de sala de 4 e indómita demandante, impaciente y llorona en su hogar.
“Es un sol; siempre sonriente y con ganas de conversar. Cuando se queda a dormir, es el primero en ayudar a levantar los platos de la mesa y a acomodar la habitación. Todo un caballero”, comentan los padres del amigo de Juan, adolescente célebre en su hogar por el constante mal humor, la nula colaboración en las tareas de la casa y el caos de ropa y restos de comida en su dormitorio.
Los ejemplos son numerosos; todos verdaderos, todos creíbles y también complementarios.
Tal variedad no es privativa de niños o de adolescentes.
Los adultos también exhiben modos de relacionarse distintos si es en familia o con amigos; en pareja o en la oficina, e incluso con hijos propios o con ajenos.
Prueba de eso son los reclamos porque el otro/a es tan amable “afuera” y tan gruñón/a “adentro”.
La vida en el trabajo presenta retos y expectativas ligados a la productividad y al reconocimiento, mientras que de entrecasa la natural relajación en ciertos comportamientos genera fisuras por donde se filtran costumbres, manías, debilidades o dobleces que sólo aparecen en la intimidad; códigos familiares acotados al núcleo.
Es sabido que los más pequeños se comportan mejor, comen mejor y duermen mejor con otros que no son sus padres y madres; es el clásico juego de poder que se desarrolla durante la primera infancia.
Y como crecer es diferenciarse, después vienen las sorpresas. Los más díscolos en familia se comportan como cordiales damas y gentiles caballeros en otro sitio; los huraños con sus mayores son simpáticos y radiantes entre amigos, y aquellos hermanos que pelean cotidianamente son samaritanos con compañeros de aula o de deporte.
Padres y madres deberían reconocer esas versiones; no sólo para valorarlos mejor, sino para acomodar expectativas.
En ese sentido, la versión con los padres no suele ser la que ellos esperan: la búsqueda de identidad y los roces naturales de la convivencia tienen ese efecto.
A no decaer, adultos. En su enorme mayoría, hijos e hijas son buena gente que los adora, pero que reserva las mayores expresiones de amor para ocasiones puntuales como cumpleaños, egresos o al retornar de un viaje.
Para todos los días, iguales y parejos, suelen usar la versión de fajina.
Nadie debería apenarse. La gratitud no caracteriza a estas generaciones de chicos a las que se les ha prometido felicidad eterna.
Basta entender que esas “bellas personas con otros” son siempre sus frutos, su continuidad.
* Médico
https://www.lavoz.com.ar/opinion/comportamientos-infantiles-hay-mas-de-una-version/
Compartilo en Twitter
Compartilo en WhatsApp
Leer en https://www.lavoz.com.ar/opinion/comportamientos-infantiles-hay-mas-de-una-version/