Una historia de romanos: el espíritu de Herón está presente en nuestra tecnología digital
Se sabe que el antiguo Imperio Romano fue una de las civilizaciones más avanzadas desde el punto de vista técnico. En su seno se desarrollaron materiales y técnicas que revolucionaron la construcción de puentes, de caminos y de acueductos; se perfeccionaron armas antiguas y se inventaron nuevas, junto con máquinas que aprovechaban el poder del agua. Los logros de la ingeniería romana trajeron prosperidad y bienestar, además de generar las bases para extender el dominio de Roma en Europa.
Alejandría, incorporada al imperio hacia el año 30 a.C., se convirtió en la ciudad de los fabricantes e inventores. Allí se construyeron estatuas cantantes y los primeros instrumentos musicales con teclas. El más famoso de sus inventores fue Herón, conocido también como mecanikos, o como el hombre máquina. La mayoría de sus inventos basaban su funcionamiento en cierto principio de autorregulación que siglos después la cibernética llamaría feedback, o retroalimentación.
Había fabricado, por ejemplo, un “cáliz inagotable”, que tenía un sistema autorregulado similar al de los inodoros actuales, donde cada vez que el bebedor consumía el líquido este brotaba mágicamente de las paredes de la copa. Con la misma impronta fabricó desde instrumentos simples, como lámparas de aceite que se ajustaban automáticamente, hasta grandes instalaciones de “teatros mágicos”, con artefactos neumáticos y autómatas que giraban frente a la audiencia con su propia energía.
También inventó la primera máquina de vapor del mundo, la eolípila, pero no se utilizó para fines productivos como en la era industrial que emergió 20 siglos después. En cambio, fue un instrumento de entretenimiento y diversión que buscaba estimular la fantasía.
Una de las preguntas que suelen hacerse los historiadores es por qué con estos saberes técnicos, en lugar de surgir la producción industrial en aquellos momentos, los romanos se volcaron a automatizar los rituales populares de su época y diseñar “tecnologías mágicas”, como señales divinas en los templos, pájaros cantantes, toques de trompetas invisibles y puertas automáticas que se abrían cuando el sacerdote encendía una hoguera.
El investigador Erik Davis, en su libro Tecgnosis, compara esa tendencia de la Antigua Roma con nuestra época: “Podríamos decir –nos dice– que también nosotros vivimos en una época en la que el entorno impersonal y mecanizado y una marea creciente de tecnologías extáticas están contribuyendo a erosionar la autoridad de la razón y alentando un resurgimiento de deseos sobrenaturales y miedos apocalípticos”.
Mundos virtuales utópicos, videojuegos que compiten con la vida, robots que nos hablan en las pantallas de las computadoras, realidades virtuales de todo tipo, duplicación del yo en una contraparte digital. Hemos generado un entorno virtual animista lleno de presencias psíquicas, personajes digitales y automatismos pintorescos junto a los cuales transitamos los días. ¿Qué tanto se parece toda esa infraestructura al “teatro mágico” de los romanos? ¿En qué medida el antiguo espíritu de Herón juguetea aún entre nuestra modernísima tecnología digital?
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