Es tiempo de hablar claro sobre economía
En las últimas semanas, el campo económico ha mostrado una gran coincidencia respecto de la crítica situación del país. Lo demuestra una serie de encuentros públicos en los que participaron destacados economistas, historiadores e investigadores, así como exministros y exfuncionarios, y a los que se sumaron los últimos relevamientos de prestigiosas instituciones y algunas opiniones consignadas en diferentes medios de comunicación.
Un punto clave de ese diagnóstico, y de especial interés en estos días, es que una devaluación de la moneda resulta inviable si no se inserta en un plan de estabilización.
Descontextualizada, sin un programa de largo plazo que la contenga, una devaluación agravaría la delicada situación que atravesamos. Apelando a nuestra historia, hay quienes afirmaron que podría disparar otra hiperinflación o un nuevo Rodrigazo.
La hipótesis que se maneja en ámbitos políticos y económicos para explicar por qué se ha demorado la firma de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional sostiene que, entre otras cosas, el organismo estaría exigiendo una fuerte devaluación del peso.
Al Gobierno podrán disgustarle los argumentos que esgrimen los especialistas para justificar su posición, ya que remiten a una administración que ha perdido la confianza y se ha quedado sin tiempo para lanzar un programa semejante. Pero lo cierto es que, como estamos frente a un consenso que incluye por igual a economistas independientes y a quienes colaboran o militan en distintos espacios políticos, el FMI no podría ignorarlo. Al fin y al cabo, entre estos profesionales podrían estar el próximo ministro de Economía y varios de sus colaboradores, más allá del resultado electoral.
Esto nos lleva al contenido implícito del diagnóstico: el próximo gobierno, apenas asuma, deberá lanzar un plan de estabilización macroeconómica; y parece inevitable que ese plan incluya una devaluación.
Ese programa implicaría una devaluación dentro de un conjunto de medidas que propicien la reconfiguración de numerosos precios relativos. En un principio, entonces, la inflación tenderá a subir antes de empezar a bajar, lo que podría generar un escenario de crisis socioeconómica.
Por ese motivo, es necesario un amplio consenso político, económico y social. Aun cuando hoy no sea el momento indicado para iniciar la primera etapa de semejante plan, no significa que no se pueda hacer nada.
En concreto, es tiempo de hablar claro respecto de las medidas económicas necesarias. La sociedad necesita conocerlas, razonarlas y, llegado el caso, al asociarlas con una determinada candidatura, decidir si la apoyará con su voto en las elecciones primarias del 13 de agosto.
En 2019, el resultado de las primarias disparó el precio del dólar. El mercado produjo una importante devaluación, sin que el Gobierno pudiera hacer algo para contenerla. Por el contrario, padeció una nueva crisis y, bajo la coordinación de un nuevo ministro, tuvo que abrirse al diálogo con el equipo de la oposición para consensuar un programa de transición.
Ahora, una colaboración semejante resulta imposible, porque el ministro es el candidato oficialista. Pero esa imposibilidad representa un riesgo sobre el que también habría que debatir.
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