Siniestros viales: indicadores que suman escepticismo
Los siniestros viales escalan sin pausa, pese a las recomendaciones que se difunden para fomentar un manejo prudente en rutas y en zonas urbanas. Los indicadores muestran que se trata de tragedias evitables, en tanto los conductores de automóviles, de camiones y de motocicletas asuman los recaudos indispensables en defensa de la vida propia y de eventuales terceros involucrados.
Si un automovilistas pone el acelerador a 180 kilómetros por hora en una autopista o autovía, debe ser consciente del peligro, ya sea por un descuido mínimo en el manejo o por alguna falla abrupta del rodado, como puede ser el reventón de un neumático a causa de algún bache, que aparece incluso en caminos tarifados por peaje.
Del mismo modo, quien conduce tanto un vehículo menor como un camión de gran porte debe tomar nota de los riesgos que implica salir cansado a la ruta o, peor aún, mal dormido. “Parece que se durmió”, es una de las tantas conjeturas que se hacen al cabo de un despiste o de un choque fatal.
Ni qué hablar de los irresponsables que conducen por rutas, calles y avenidas luego de una noche de juerga y de generosa ingesta de bebidas alcohólicas. También, de los intrépidos que no respetan las señales elementales de tránsito; entre ellas, pasar a otro vehículo en una zona de doble línea amarrilla.
Son apenas algunas de las precauciones que se omiten a menudo y que llevan a la conclusión de que las miles de muertes que se registran cada año en la Argentina a causa de siniestros viales encuadran en el dictado estadístico de “evitables”.
Pero la costumbre de transgredir las normas establecidas no tiene límites ni fronteras. Como reflejamos en un informe publicado días atrás, la provincia de Córdoba se suma a las estadísticas de espanto. En efecto, durante el primer semestre del año en curso, unas 186 personas fallecieron a causa de choques, de vuelcos y de otras contingencias viales en rutas y en zonas urbanas de la provincia.
Para ahondar en el drama y despertar las preocupaciones individuales y del propio Estado, hay que señalar que junio fue el mes de mayor impacto trágico, con 36 fallecimientos.
Se trata de cifras que surgen del relevamiento propio que La Voz puso en marcha en 2007 y que resultan de suma utilidad para conocer la evolución cotidiana de este flagelo, que, si bien a veces oscila hacia la baja, no deja de provocar estupor.
En estos mapeos, no es factible dejar de remarcar los siniestros de consecuencias fatales que tienen como protagonistas a motociclistas, tanto en la ciudad capital como en el interior de la provincia. El exponencial crecimiento de las motos que se observa en las calles (sumado a la citada imprudencia individual) aumenta los riesgos.
Habrá que evaluar si los controles camineros y urbanos, sumados al esquema sancionatorio de las leyes de tránsito, nos aportan una respuesta coherente en defensa de la vida. No es admisible seguir lamentando dramas como algo naturalizado.
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