Preocupantes delitos contra mujeres
Sería una tarea ímproba aun para avezados estadígrafos determinar si se están produciendo más femicidios o si se trata de una consecuencia de la mayor inmediatez y repercusión que las redes sociales dan a estos hechos motivados por relaciones frustradas o simple extravío de sus autores. Lo cierto es que la sucesión de episodios de esta naturaleza, en los que no pocas veces se añaden menores victimizados, habla de una forma de violencia que supera las medidas de prevención dispuestas por la Justicia y pone de manifiesto, a la vez, el escaso conocimiento que sobre estos temas tienen las fuerzas del orden.
Junto con ello, la crónica diaria muestra un registro preocupante de otra clase de violencia cotidiana contra las mujeres, que excede las condiciones antes descriptas y se enmarca en la creciente violencia urbana que es empujada por la miseria, por la crispación de una sociedad tensionada en demasía y por la ruptura de los diques de contención propios de una comunidad organizada.
A diario, mujeres de todos los estamentos sociales son atacadas, heridas y asesinadas en asaltos que visibilizan la crueldad de sus autores, al elegir a sus víctimas como lo hacen los depredadores: la víctima es siempre el candidato más débil y lento.
El resultado de esta forma creciente de delito es una psicosis generalizada que lleva a las eventuales víctimas a reducir al máximo su exposición, sabedoras de que más temprano que tarde habrán de ingresar a la estadística, con los cambios y condicionamientos que ello implica: limitación de movimientos, miedo creciente y sensación de desamparo ante la capacidad de respuesta de un sistema que se ha quedado literalmente sin agenda a la hora de mensurar respuestas válidas para los desafíos que se suceden en la sociedad argentina actual.
No es para nada casual que el retroceso que venimos experimentando vaya mostrando casi semanalmente nuevas modalidades, fenómeno exacerbado por la incapacidad para atacar en profundidad los males que nos aquejan: quienes deben formular las políticas y hacerlas cumplir han reducido su papel al de meros comentaristas que no pocas veces se lucen en programas televisivos mientras puertas afuera la realidad los desborda.
Pero el ataque a las personas adultas mayores y a las mujeres –que va de la mano de los robos de ocasión que ocurren en las puertas de las escuelas– es un llamado de atención que impacta en lo que bien podría ser una última línea de defensa de la cohesión social.
No sólo es injusto, sino que es inconcebible que las mujeres salgan de sus casas pensando que quizá ese sea el día en que les toque ser noticia, mientras acarician en la cartera el aerosol de gas pimienta o cualquier otro instrumento de disuasión. Nadie, para ser precisos, debería vivir como en el marco de una guerra civil, resignado a casi todo, aun a perder la vida. Asumirlo implica, además, la certeza de que ya nada podremos remediar. Y eso es lo peor que podría pasarnos.
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