Entrevista al politólogo Alberto Vergara: “En América latina hoy no estamos en la vía hacia el desarrollo”
El peruano Alberto Vergara se pregunta en su último libro, Repúblicas defraudadas (Editorial Planeta), si América latina puede escapar de su atasco. En concreto, analiza el “hartazgo” que viven los millones de ciudadanos de los países del continente, entre los que por supuesto está Argentina.
Profesor en el departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad del Pacífico en su país –ha dado clases también en la Universidad de Montral, en Sciencis Po y en Harvard–, Vergara entiende que los países latinoamericanos hoy no están en vías de desarrollo.
–En Argentina se habla mucho de Julio Velarde, el presidente del Banco Central peruano, quien está allí desde 2006. Aquí se lo pone como un ejemplo de que, a pesar de los problemas institucionales que tiene su país, la economía ha mantenido el equilibrio. ¿Cuál es su visión de Argentina a nivel institucional?
–Uno podría observar la situación de Argentina con cierta admiración: “Mira cómo, a pesar de la crisis económica constante, el consenso democrático no se rompe”. Pero cada uno de nuestros países tiene sus peculiaridades. En el caso peruano, hay una suerte de consenso macroeconómico que ha permitido que, en los últimos años, tanto al Banco Central como el Ministerio de Economía, aunque ahora con menos fuerza, puedan respetar lineamientos básicos. En especial, con Velarde, un hombre muy importante en la administración de las finanzas nacionales. Por ejemplo, Perú es un país con inflación baja para el promedio latinoamericano. Siempre les cuento a mis amigos argentinos que cuando me fui de Perú, hace 20 años, el dólar costaba 3,5 soles; y hoy, 3,69. Dicho eso, también hay que ser consciente de que la precariedad política que vivimos, la ruptura del consenso democrático, que se sucedan presidentes, que haya intentos de golpe de estado de la derecha y de la izquierda, que los militares salgan en las fotos… todo eso comienza a pasarle factura a ese manejo económico. Porque Perú, de manera semejante a la mayoría de los países latinoamericanos, no tiene una burocracia en el Estado que permita aguantar la destrucción de la política. No es que había una serie de políticos abocados a la rapiña y que debajo tienes funcionarios serios, fuertes e institucionales que permiten que el gobierno se mantenga. Eso no ocurre. Velarde, algunos del Banco Central y ciertos sectores de Economía ya no están seguros de que van a mantenerse estables como en los últimos 20. Poco a poco esa política va a afectar lo otro también. Como probablemente se podría decir del caso argentino: la crisis económica poco a poco va afectando las convicciones y las certezas de la institucionalidad democrática. Porque finalmente, y creo que es parte del argumento del libro, los malestares ciudadanos están compuestos de diversos afluentes: el de la democracia, el de la capacidad estatal, el del tipo de capitalismo que tienen los países.
–¿La democracia como sistema de gobierno hoy vuelve a estar en duda? En Argentina, los resultados económicos han sido malos y ahora son muy malos, por lo que la discusión no se plantea tanto sobre una forma de gobierno, sino sobre a resultados. ¿Qué está pasando en Latinoamérica?
–No, la democracia sigue siendo un régimen valorado. Lo que sí ha aumentado muchísimo es la insatisfacción con la democracia, que no es lo mismo. Una cosa es la insatisfacción y otra cosa es desertar de la democracia. Eso no ha ocurrido de manera mayoritaria. Aunque en el último Latinobarómetro, de 2020, el porcentaje de gente dispuesta a tolerar un golpe de Estado, o una salida autoritaria, se ha duplicado. Eso no significa que sea mayoritario, pero sí marca una tendencia. Ahí, un tema fundamental en América latina es el del crimen y la inseguridad ciudadana. Es el típico problema que les abre la puerta a actores que prometen resolverlo con mano dura. Y llegan con todo un paquete político, moral e institucional alrededor de la política de seguridad que usualmente tiene componentes antidemocráticos. El caso de El Salvador es el más paradigmático, aunque Bolsonaro es también un actor “no democrático” que llega después de que Brasil vivió los peores años de incremento de la criminalidad. La inseguridad es uno de los viejos temas de la filosofía política: lo de cuánta seguridad y cuánta libertad. Lo sabemos bien: el que está dispuesto a conseguir seguridad a costa de libertad termina por no tener ninguna.
–Hoy hay países donde está en jaque hasta el valor del Congreso. Países donde los partidos están fragmentados y la oferta electoral termina con muchos candidatos con poco apoyo. Incluso en Argentina se habla de tres tercios. ¿Va a ser una tendencia a nivel latinoamericano?
–Pero, por ejemplo, los tres tercios argentinos deben ser vistos con envidia por los guatemaltecos que tienen 25 candidatos presidenciales; o por los chilenos, que tienen 22 bancadas en la Cámara de Diputados; o los peruanos, que tienen 13 bancadas en un Congreso de 130 congresistas. En algunos sitios el problema efectivamente es la fragmentación, cómo poner de acuerdo a muchísima gente; pero no solo a muchísima gente, sino que dentro de esa muchísima gente, por ejemplo, esta lo que en Brasil llaman el “centrado”. Gente que llega al Congreso simplemente a defender agendas particulares, a alquilar sus votos para el gobierno de turno que necesita construir mayorías. Es difícil. Nuestros congresos, más allá de la fragmentación, terminan poblados por gente que está completamente desinteresada respecto del interés general del país. Curiosamente en otros países, y creo que tal vez Argentina podría acercarse a eso, más que la fragmentación, ha sido la polarización la que impide coaliciones que permitan sostener en el tiempo políticas públicas, en un sentido u otro.
–Una polarización que traba cualquier tipo de avance porque estamos simétricamente divididos.
–Paradójicamente, en algunos países de América latina estamos atascados por la ultrafragmentación; y en otros, por la polarización. Pero el resultado termina siendo semejante: no podemos sostener coaliciones que empujen de manera sostenida en el tiempo políticas que lleven al bienestar y a la prosperidad.
–Habla de América latina “estancada”. ¿Podría desarrollar ese concepto?
–Lo que el libro trata de mostrar es que durante mucho tiempo hemos creído que somos “países en vías de desarrollo”, “atrasados” y que estamos detrás de los del Primer Mundo, que estamos yendo hacia allá. Bueno, hoy, en la mayoría de América latina los ciudadanos reconocen que eso no es correcto, que no estamos en la vía hacia el desarrollo. Estamos en una vía en la cual distintas dimensiones, políticas, sociales, económicas, impiden el desarrollo, entendido como una distribución igualitaria de las libertades. Hoy se entiende que estamos en un sistema en el que las dosis de libertad están distribuidas de manera muy poco semejante. En eso, hay una serie de dimensiones que desde la ciencia política muchas veces no miramos. Por ejemplo, tenemos lo que llamo un “capitalismo incompetente”; un capitalismo que compite poco, que se arregla, que se colude y que no es capaz de brindar un buen trabajo con salarios dignos. Hay un sistema económico que forma parte del malestar latinoamericano. Y también están las dimensiones estatales. Varios autores señalan a la seguridad. Muchas veces creemos que el Estado no tiene capacidad para lidiar con el narco, la violencia o cualquier tipo de economía criminal. Y no es que no tenga la capacidad, sino que está altamente relacionado con esas economías criminales. Y al mismo tiempo, en algunos países como Perú, hay combinación de esta dimensión institucional con los sistemas económicos. Hace poco veía una encuesta en la que el 87% de los peruanos que no viven en Lima decían que el crecimiento económico de su región tenía como componente fundamental alguna economía criminal. Es decir que si el Estado lograse, con una varita mágica, combatir con efectividad esas economías criminales, condenaría a la pobreza a mucha gente. El libro trata de asumir la complejidad de las distintas dimensiones que están dando lugar a este hartazgo latinoamericano y, además, plantea que hay que tratar de integrar conocimiento. De hecho, en la academia muchas veces está muy fragmentado lo que hacen los sociólogos, los economistas, los politólogos, los que trabajan sobre el crimen, los que trabajan sobre cosas urbanas… Busco intentar integrar ese conocimiento para tener una postal, un diagnóstico de dónde estamos parados.
- Repúblicas defraudadas. De Alberto Vergara. Editorial Crítica. 280 páginas.
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