Cómo se maneja el ‘turbio’ mundo del comercio mundial de granos
«Tal vez fuera la antigua pesadilla del intermediario-comerciante lo que les hacía ser tan distantes y reservados», escribió Dan Morgan en su libro de 1979, ‘Los traficantes de granos’. «El viejo temor de que en momentos de escasez o hambruna, el pueblo los culpara de todas las desgracias, marchara sobre sus graneros… y confiscaran sus stocks».
Esta vez no es el hambre lo que pone en el punto de mira a las empresas que controlan los flujos mundiales de cereales, sino los negocios. La combinación de Bunge, que cotiza en la Bolsa estadounidense, con Viterra, competidor respaldado por Glencore, en una operación de u$s 8200 millones, reúne a dos de los mayores comerciantes de cereales, semillas oleaginosas y otras materias primas agrícolas, aumentando aún más el control de un grupo de empresas de bajo perfil sobre el mercado mundial.
Se trata de la mayor reestructuración en la cima de la pirámide de las materias primas agrícolas desde que Cargill, durante mucho tiempo la mayor del grupo, compró los activos de cereales de Continental en 1999. La operación catapultará a Bunge al segundo puesto entre los cuatro operadores mundiales, que se conocen por la abreviatura ABCD, e incluyen a Archer-Daniels-Midland y Louis Dreyfus. Y aunque la etiqueta alfabética está anticuada y el mercado ha cambiado drásticamente desde los años ’70, la preocupación en torno a un sistema concentrado de producción mundial de alimentos persiste.
Nuevo gigante de los agronegocios: Bunge se fusiona con Viterra
A pesar de cierta exposición en los mercados públicos y las redes sociales, sigue siendo difícil obtener buenas cifras sobre empresas que, tanto si se dedican a la agricultura como a la alimentación, son imposibles de evitar. Una estadística muy utilizada es que el cuarteto controla entre el 70% y el 90% del comercio mundial de cereales, una cifra probablemente demasiado alta.
Tras la escasez de alimentos y las subas de precios de 2008 a 2012, China entró con fuerza en el comercio agrícola a través de la empresa estatal Cofco, que se ha metido entre las cuatro grandes. Jonathan Kingsman, cuyo libro de 2019 actualiza el clásico de Morgan, calcula que las cinco, más Viterra y la singapurense Wilmar, manejan la mitad del comercio internacional de cereales y oleaginosas.
Tal dominio es preocupante. El modelo clásico de «reloj de arena» del poder de mercado en la alimentación implica un gran número de productores que abastecen a un número igualmente enorme de consumidores, a través de un pequeño grupo de procesadores y comerciantes. Las empresas destacan sus fortalezas complementarias, pero los reguladores, con razón, les prestarán mucha atención. Argentina y Canadá ya se han comprometido a revisar los solapamientos. Es probable que Brasil, Australia, Estados Unidos y China sigan su ejemplo, con algunas ventas de activos casi inevitables.
El término «comerciantes» es un tanto inapropiado: este grupo no gana dinero simplemente trasladando mercancías de un punto a otro. En los últimos años, se han expandido en las fases iniciales de la cadena de producción agrícola, el almacenamiento, transporte y puertos, y en las fases finales de la transformación, los ingredientes y los productos finales, al tiempo que se han introducido en una gama más amplia de productos alimenticios.
«El gran problema aquí es que cuando se tiene esta integración vertical se crea un enorme poder de intermediación desde los agricultores hasta los consumidores», afirma Jennifer Clapp, profesora de seguridad alimentaria. Un negocio con más activos implica mayores barreras de entrada, y puede ayudar a transferir el dominio de una parte de la cadena a otra. Los puntos fuertes de Bunge en transformación y distribución, sumados a los de Viterra en comercialización y manipulación, crean una empresa global más integrada.
Aun así, los intermediarios no se equivocan cuando afirman que esta combinación parece una buena opción. Los reguladores y gobiernos deberían preguntarse quién supervisa el sistema alimentario mundial, más allá del estrecho marco de la defensa de la competencia. «Nadie» es la contundente opinión de Abdolreza Abbassian, execonomista jefe de la FAO.
Argentina se compromete a ayudar para aliviar la escasez mundial de alimentos y energía
Las disrupciones, gracias a un clima cambiante, se están convirtiendo en la norma más que en una excepción. Los comerciantes mantienen los alimentos en movimiento durante las crisis y los periodos de volatilidad de precios, como la pandemia y la invasión rusa de Ucrania. Pero estos acontecimientos también son buenos para el negocio, con un aumento de las ventas y beneficios récord el año pasado.
El mercado ya está en plena transformación. La aparición de Cofco supone un cambio en la cúpula de ABCC, que sustituye a un operador con motivaciones comerciales por otro centrado en la geopolítica. Los países preocupados por la seguridad alimentaria están adquiriendo participaciones: El fondo soberano de los Emiratos Árabes Unidos compró Louis Dreyfus en 2020; la sociedad de inversión en materias primas de Arabia Saudita adquirió una tercera parte de Olam Agri el año pasado.
Mientras tanto, los esfuerzos posteriores a 2008 para establecer una mejor supervisión, liderados por Francia en el G20, fracasaron en gran medida. «No fue suficiente», dice Abbassian, refiriéndose a la unidad de información de mercado creada entonces. «Y las necesidades actuales son mucho, mucho mayores. Se necesita transparencia en todos los niveles, desde las materias primas hasta los productos finales, y una estructura más influyente para observar el mercado».
El gran acuerdo de Bunge hará que los organismos de control de la competencia vuelvan a examinar el mundo del comercio agrícola. Todos los demás deberían hacerlo también.
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