Sobre los hermanitos hallados en la selva de Colombia: no es lo mismo perderse que andar a la deriva
Primero fue la pérdida de altitud, el impacto, el desplome. El destierro, que había tenido inicio con el despegue de la avioneta, fue interrumpido por la abrupta caída para nuevamente confirmarse con la constatación de la orfandad.
Después vino el caminar: para ponerse a salvo, para buscar comida, para engañar al jaguar. La puesta a prueba de lo que se aprendió en el juego de alejarse de la aldea, de esconderse en el monte, de merodear hasta que pase el tiempo justo para emprender la vuelta. Solo que de esta vez el tiempo fue indeterminado. La lluvia incesante que borraba las pisadas, que hacía imposible la realización del fuego y que obligaba al reguardo.
El resto de los días fue observar y otra vez ponerse a prueba: cruje la rama, se quiebra un tronco, salta el mono, cae el carozo. Y echar a andar, porque en la selva no hay que quedarse quieto.
Desde arriba de la maraña, el verde impenetrable, extenso como el cielo. La duda sobre la posibilidad de que cuatro infantes de 13, 9, 4 años y 11 meses no hubieran sido tragados por la manigua.
Abajo, la marcha constante de miembros de la guardia indígena nacional y del ejército colombiano tras las huellas y los escasos indicios de quienes escapaban de la mirada.
Llegó luego la falsa esperanza de haberles encontrado, el anuncio presidencial que tuvo que ser desmentido. Y entonces, la palabra: la exhortación de una voz familiar para que las niñas y los nenes detuvieran su andar. El llanto infantil, el rugido y el grito, pero también el canto, el trinar y el gruñido.
Habitar la selva
Habitar la selva es ubicarse en el centro de un intrincado ecosistema que incluye la relación intensiva con depredadores que pueden hacer de los humanos carne de caza, con formas de vida vegetal que son reservorios de alimentos, de la cura y del veneno, y con pequeños mamíferos e insectos en una mutua composición orgánica.
Sobrevivir fue necesario a la altura y a la velocidad de la caída de la aeronave, el violento aterrizaje solo anticipó el rito de pasaje.
40 días fueron necesarios par que sucediera el encuentro. 2600 kilómetros recorridos en ese lapso de tiempo por diminutos pies envueltos en tela intentando confundir a las serpientes. Los mismos kilómetros que una y otra vez recorrieron quienes anduvieron buscando sus rastros.
Más tarde, llegó el anuncio del milagro, el revuelo en los medios. La valentía y el heroísmo de sus rescatistas. El cuidado para no exhibir sus rostros y, por último, el silencio. Ni una sola palabra salida de las bocas de aquellos que quizás ignoraban la magnitud de su búsqueda. Porque una cosa muy distinta es estar perdido y otra, andar a la deriva.
* Historiadora colombiana
https://www.lavoz.com.ar/numero-cero/sobre-los-hermanitos-hallados-en-la-selva-de-colombia-no-es-lo-mismo-perderse-que-andar-a-la-deriva/
Compartilo en Twitter
Compartilo en WhatsApp
Leer en https://www.lavoz.com.ar/numero-cero/sobre-los-hermanitos-hallados-en-la-selva-de-colombia-no-es-lo-mismo-perderse-que-andar-a-la-deriva/