El Cronista @cronistacom: Por qué los clavos era tan valorados en el Imperio Romano y qué dice sobre el precio de las cosas hoy

Por qué los clavos era tan valorados en el Imperio Romano y qué dice sobre el precio de las cosas hoy

Cincuenta millas al norte de lo que hoy es Edimburgo y hace casi 2000 años, la Vigésima Legión del imperio romano construyó un fuerte cerca del río Tay. En aquella época, no era nada especial, a pesar de las 20 hectáreas de extensión. Contaba con una forja, un hospital y graneros, pero carecía de baños y acueductos, quizá porque fue abandonado pocos años después de su construcción, cuando los romanos empezaron a retirarse de Escocia.

Dejaron tras de sí un curioso tesoro: 10 toneladas de clavos, casi un millón. El tesoro de clavos se descubrió en 1960 en una fosa de cuatro metros de profundidad cubierta por dos metros de grava. Los clavos exteriores se habían oxidado formando una coraza protectora, dejando los interiores en buen estado.

Había tantos, que los arqueólogos no sabían qué hacer con ellos. Muchos de los clavos se vendieron como recuerdo para ayudar a financiar la excavación, algunos como juegos de cinco en cajas de regalo. Aunque hoy en día parece una aberración, como explicó el director de la excavación, Sir Ian Richmond, «aunque se enviara un juego a todos los museos del planeta, aún sobrarían muchas toneladas».

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¿Por qué habían enterrado los romanos un millón de clavos? La explicación más probable es que tuvieron que retirarse de forma precipitada y no querían que los locales se hicieran con 10 toneladas de hierro apto para armas. Los romanos enterraron los clavos a tanta profundidad que no serían descubiertos hasta casi dos milenios después.

Las civilizaciones posteriores valorarían aún más el trabajo del herrero en un clavo que la materia prima. Como explica Roma Agrawal en su libro Nuts and Bolts [Tornillos y tuercas], los virginianos de principios del siglo XVII quemaban a veces sus casas si tenían previsto mudarse. Con ello intentaban recuperar los valiosos clavos, que podían reutilizarse tras tamizar las cenizas. La idea de quemar una casa entera sólo para recuperar los clavos subraya lo escasa, costosa y valiosa que era esta tecnología aparentemente sencilla.

El elevado precio de los clavos en aquella época se debía en parte a que Gran Bretaña había prohibido la exportación de los preciados clavos a sus colonias. Las discusiones sobre la política industrial y la seguridad nacional que hoy se libran en torno a la tecnología de fabricación de chips de silicio eran pertinentes para el comercio de clavos hace cuatro siglos.

Todo esto parece extraño hoy en día, cuando los clavos son tan baratos. El economista Daniel Sichel se lo pregunta en un trabajo de investigación publicado hace un par de años, basado en datos que van desde las cuentas del Hospital de Greenwich del Siglo XVIII hasta los precios al por mayor de los clavos en la Filadelfia del Siglo XIX. Su principal conclusión es que el precio de los clavos se mantuvo prácticamente invariable durante el Siglo XVIII, cayó un 90% entre finales del Siglo XVIII y mediados del XIX, y ha ido aumentando desde entonces, en parte debido al costo de las materias primas, y probablemente porque los clavos modernos son más complejos y personalizados que antes. Y como señala Sichel, el precio de los clavos instalados sigue siendo muy barato, gracias a la invención de la pistola de clavos.

¿Por qué bajaron tanto los precios después de finales del Siglo XVIII? Una explicación procede del texto ‘La riqueza de las naciones’ de Adam Smith, que describe la enorme productividad de una fábrica de clavos de la época, gracias a la especialización del proceso de fabricación. «Un hombre saca el alambre, otro lo endereza, un tercero lo corta, un cuarto lo puntea, un quinto lo afila en la parte superior para recibir la cabeza». Este proceso de producción era cientos de veces más eficaz que el de una sola persona trabajando sola.

Si el propio Smith había visto realmente una fábrica así es ahora una cuestión controvertida, pero no lo es la cuestión de fondo. La división del trabajo y la creciente automatización del proceso abarataron los alfileres y, sin duda, también los clavos. Sichel está de acuerdo: aunque la caída del precio de los clavos se debió en parte al abaratamiento del hierro y de la energía, la mayor parte del mérito corresponde a los fabricantes de clavos, que simplemente encontraron formas más eficientes de convertir el acero en clavos.

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Los clavos en sí han cambiado a lo largo de los años, pero Sichel los ha estudiado porque no han cambiado mucho. Las lámparas y los carros romanos son muy diferentes de las tiras LED y los autos deportivos, pero los clavos romanos siguen siendo claramente clavos. Sería absurdo intentar seguir la evolución del precio de los autos deportivos desde 1695, pero hacer la misma pregunta a los clavos tiene todo el sentido.

No me disculpo por estar obsesionado por una característica concreta de estos objetos: su precio. Al fin y al cabo, soy economista. Después de escribir dos libros sobre la historia de los inventos, he aprendido que, aunque las tecnologías más sofisticadas son las que más publicidad reciben, son las tecnologías baratas las que cambian el mundo.

La imprenta de Gutenberg transformó la civilización no porque cambiara la naturaleza de la escritura, sino porque cambió su costo, y no habría conseguido gran cosa sin una caída del precio de las superficies para escribir, gracias a una tecnología a menudo olvidada llamada papel. Los paneles solares tenían algunos nichos de uso hasta que se abarataron; ahora están transformando el sistema energético mundial.

Un clavo romano y un clavo moderno tienen una forma similar, pero un precio totalmente distinto. Sólo por eso uno era un tesoro celosamente guardado y el otro es un peligro de pinchazo desechable.

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