Termina Succession: el triunfo de las series que eligen el espacio antes que el maratoneo
Esta noche, y tras dos meses y algo más de domingos de alta tensión, Succession liquida su cuarta y última temporada, y le pondrá fin al ritual de millones de espectadores que, semana tras semana, acompañaron el desenlace de una de las grandes series de la última década.
Para muchos de ellos, ha sido un suplicio no poder devorar toda la temporada de manera frenética, imparable. Hubieran preferido lo que pasó con El amor después del amor, cuyos ocho episodios se pueden ver de un solo tirón y en lo que dura una tarde (comprobado). Otros, incluso, eligieron esperar el desenlace y atacarla toda junta, una vez que el tema deje de ser trending topic. De una u otra forma, buscan el frenesí y el atracón para calmar con efectividad suprema la ansiedad de no saber qué pasó.
Algunos más, en cambio (y me permito sumarme a la primera persona del plural), cultivamos otro tipo de disfrute vinculado al visionado de una serie como la que sigue a la familia del magnate mediático Logan Roy. Uno en el que las pausas, el correrse del tema y seguir viviendo o la charla compartida sobre cada nuevo capítulo elevan el nivel de “manija” aún más, pero a otro ritmo.
Cuando un producto televisivo tiene una densidad de información y detalles como los que se ven en Succession, la reflexión es amiga del disfrute. Por eso funcionan tan bien los pódcast sobre la serie (HBO tiene uno oficial en inglés, pero en Spotify se pueden encontrar varios más) y por eso, también, el aspecto social que promueve la producción creada por Jesse Armstrong encuentra temáticas varias para desmenuzar: desde la excentricidad de una esfera social propia de las elites más exclusivas hasta la miserabilidad que exhiben los hermanos Roy en distintas formas y situaciones.
El punto medio entre el “streaming” y la TV
Por supuesto, Succession no es el único ejemplo de este modo de consumo más cercano a los tiempos de la televisión que a los de las redes sociales y las plataformas de streaming. The Last of Us, House of the Dragon o Better Call Saul son sólo algunos de los títulos más populares que también han optado por la modalidad de estrenar sus episodios semana tras semana y no como un bloque conjunto.
De alguna manera, es un retorno a los tiempos en los que la grilla televisiva se entremezclaba con la agenda personal y a veces la complicaba. Lo que varía es que, en este caso, si nos perdemos el estreno, podremos acceder igualmente al episodio en cualquier otro momento posterior. Si se quiere, es la síntesis del tironeo entre las costumbres de consumo propias del on demand –donde y cuando cada uno lo desee– y aquella época en la que había que adaptarse a los horarios preestablecidos de la programación.
Aunque esta lógica es propia de una cadena con origen en el viejo cable como HBO, lo cierto es que ha demostrado vigencia. Todavía están frescos los recuerdos de las juntadas de domingo de muchos fans de Game of Thrones que convirtieron a la serie en un plan colectivo para cerrar el fin de semana. Y si bien este tipo de entusiasmo o identificación no es habitual, el formato de ver-procesar-compartir-y-repensar el episodio junto con otros (en las redes, en el trabajo, entre amigos) aporta un condimento extra que de otro modo no puede prolongarse demasiado.
El ejemplo de El amor después del amor vuelve a ser pertinente. ¿Cuánto más se hubiera hablado de la serie si las apariciones de Charly García o de Luis Alberto Spinetta, o el asesinato de las abuelas de Fito Páez, hubieran sido vistos en un mismo día y horario (o al menos en una franja de tiempo similar a la de muchos otros espectadores)? ¿Acaso, con sus capítulos estrenados semanalmente, no se hubiera extendido y amplificado el chispazo de amor y devoción que generó la serie en los días posteriores a su estreno?
Más tiempo, más discusión
Más allá de las preferencias personales entre maratoneo y episodios de a uno a la vez, hay algo claro: en tiempos de fugacidad y de volatilidad, poder instalarse en el tiempo (al menos algunas semanas) como tema de conversación social es lo mejor que le puede pasar a cualquier producto cultural. Eso es precisamente lo que ha hecho Succession de la mano de una temporada final elogiada en forma unánime y que todavía mantiene en vilo a millones de fans horas antes de su “último baile”.
Cuando, luego de esta medianoche, los destinos de la familia Roy queden sentenciados, se habrá acabado una de esas series que serán comentadas en décadas por venir. Como Los Soprano, Lost o Mad Men, Succession, ya es un clásico de la televisión contemporánea (y siempre valdrá la pena rever su primero capítulo, uno de los mejores arranques de la historia del formato).
Aunque esa consideración cada vez más amplia es mérito de su trama, de su guion, de sus actuaciones y de una producción fastuosa, la decisión de presentar cada episodio con una distancia prudente respecto de su antecesor terminó siendo clave para que la serie se consagrara como un acontecimiento para abordar desde varios frentes. Solo con ese aire y ese espacio mental se puede potenciar esa instancia en la que lo que hablamos, y lo que pensamos, es tanto o más importante que lo que vemos.
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