Desdolarizar funciona si las fórmulas son consistentes a largo plazo
Desdolarizar el comercio exterior nunca fue un objetivo prioritario de la política económica. Después de la crisis de la convertibilidad , la Argentina se sacó el corset monetario y en ese mismo acto archivó por años los debates sobre su moneda. La supersoja de u$s 600, madre de los superávits gemelos, había vuelto innecesaria esa discusión. Pero como nada es para siempre, los ciclos pendulares hoy ponen a la sociedad y a la dirigencia frente a la necesidad de recuperar las reservas perdidas en los últimos quince años.
El contexto global también ayudó a actualizar esta discusión. Desde la debacle financiera del 2008 a esta parte, el rol del dólar como moneda dominante del comercio internacional se debilitó, en paralelo a la creciente fortaleza de China como potencia estratégica. Los efectos del Covid sobre todas las economías debilitaron ese movimiento, pero no alteraron la dirección. El gobierno de Beijing hizo foco en Latinoamérica, eterna demandante de capitales y financiamiento, y aprovechó todo este período para mejorar su posición relativa en la región. Por eso ante la escasez de dólares que hoy padece la Argentina (potenciada por la sequía, pero originada en realidad en la desconfianza que genera el peso) China está sentada en la primera fila de ese debate.
Cambio en la Argentina: entra China, ¿sale el FMI?
Conseguir que los principales socios comerciales acepten pesos no es una misión fácil. No lo hacen por conveniencia, sino para sostener una relación que genera beneficios. Para China, el peso de la Argentina como proveedor de materias primas excede a la soja, y se extendió a otros rubros como la minería y los alimentos. Por eso no solo facilitó fondos para armar un swap de monedas entre bancos centrales, sino que habilitó el intercambio en monedas locales.
La Argentina aspira ahora a conseguir un tratamiento similar con Brasil, país con el que está conectado por innumerables vías, más allá del intercambio visible de bienes industriales y energía. Y si bien hoy el principal socio del Mercosur tiene un gobierno ideológicamente afín, los intereses que lo cruzan hacen más difícil el proceso de toma de decisiones. Luiz Inacio Lula Da Silva siente que tiene una deuda con sus vecinos (en especial con Cristina Kirchner, más aún que con Alberto Fernández), pero los brasileños no. Sembrar rivalidades no es gratis.
Los presidentes de ambos países buscarán hoy puntos de apoyo para fortalecer la relación. La Argentina quiere poner en el horizonte mecanismos que descompriman la demanda de dólares. Tienen que servir para la coyuntura, pero también ser consistentes con el largo plazo.
https://www.cronista.com/columnistas/823577/
Compartilo en Twitter
Compartilo en WhatsApp
Leer en https://www.cronista.com/columnistas/823577/