La doble moral del salvataje al capital financiero
El mes pasado, un importante actor prestamista del sector tecnológico sucumbió a una corrida bancaria clásica: los clientes de Silicon Valley Bank (SVB) retiraban frenéticamente su dinero antes de que los reguladores estadounidenses intervinieran para tomar el control. Una semana después, se cerró un segundo banco regional de EE.UU., el Signature Bank, y se reforzó un tercero, el First Republic Bank. Y aquí no solo jugó fuerte el Banco Central de los Estados Unidos (la FED propició fondos por 318 mil millones de dólares); también se involucraron los jugadores más fuertes del sector (JPMorgan Chase, Bank of America y Citigroup intervinieron con una infusión de efectivo de 30 mil millones de dólares). No sea que el efecto contagio les propine coletazos de difícil reversión.

Evidentemente las crisis, por los propios mecanismos implementados por la logia liberal, no vienen cumpliendo su función principal: la limpieza de capitales (¿y la destrucción creativa de Schumpeter?). Ello se ha visto reflejado con claridad para con la salida de la crisis del año 2008/2009, donde el fenomenal apoyo prolongado por parte de los Bancos Centrales y los gobiernos de Estados Unidos, Europa y Japón, evitaron una destrucción significativa de capital en los sectores industriales, financieros y comerciales, pero sin producirse una destrucción significativa del capital ficticio; solo se murmuró un tibio pedido de mayor regulación del sistema financiero global.
¿Por qué entonces vuelven a salvar a los bancos? ¿Para no perjudicar al resto del sistema financiero y productivo? ¿La teoría neoliberal no aplica a sus privilegios y sí para el almacenero que quiebra por X motivo (puede ser un escenario macroeconómico o microeconómico adverso), y no tiene forma de salvar su comercio? ¿Por qué mejor no ayudan a los pobres y desahuciados de una vida miserable, en lugar de rescatar a aquellas Start-Ups millonarias? ¿Cuál es el pacto moral que hay que firmar?
Uno entiende que los aumentos de las tasas de intereses, y la guerra, y bla bla. ¿Y la irresponsabilidad propia? Esa mejor tirarla debajo de la alfombra. El SVB es un ejemplo de ello. Las empresas tecnológicas jóvenes – la mayoría de estrechos vínculos con el mercado de criptomonedas – acudieron a sus distintas sucursales en todo el país para tomar crédito de forma masiva, con una escalada vertiginosa: a finales del año 2019, el banco tuvo depósitos calculados en más de 71 mil millones de dólares y, para marzo de 2022, estos alcanzaron los 220 mil millones de dólares. ¿Alguien evaluó racionalmente la sostenibilidad de estas empresas en el mediano y largo plazo? Mmmm.
Ahora bien, ¿quién escucha a los trabajadores golpeados por el desempleo, la inflación, o la imposibilidad de acceso a la vivienda? Nada de eso se discute. Aquí había que salvar al capital financiero. A como sea. Vamos a Europa ¿Cómo iba a sucumbir el Credit Suisee (CS)? La historia viva de la solvencia helvética, de la seriedad, de la honestidad. El CS no solo es un banco, es Suiza como un todo. En la geoeconomía actual, los actores económicos no estatales globales son emblemas de sus respectivos países; y es que, aunque últimamente los accionistas puedan haber variado su procedencia, la historia y la cultura continúan viva en el imaginario social. ¿Urgían los 54.000 millones de dólares que el Banco Nacional Suizo le ofreció a CS en forma de préstamo de emergencia? Seguramente para el gobierno suizo, sí. ¿Y alguien piensa en los contribuyentes suizos de a pie, que con sus impuestos rescataron – al menos indirectamente – al banco? ¿Los rescatarán a ellos si lo necesitan?

Todo esto además haciendo la vista gorda de la doble moral. Porque en los discursos del Banco Mundial, la Comisión Económica Europea (CEE), y las Naciones Unidas, el mundo se encuentra lleno de dictadores sin escrúpulos, narcotraficantes, mafiosos. ¿Y las cuentas bancarias secretas en Suiza de todos los sangrientos gobernantes (incluido Ferdinand Marcos de Filipinas, el congoleño Mobutu Sese Seko y unos cuantos más)? ¿y las cuentas provenientes del lavado de dinero de los capos de la droga? ¿y los millonarios evasores de impuestos que se esconden detrás de un número de cuenta impoluto?
Y todavía no mencionamos nada de la corrupción intra-sistémica. En este sentido, el Deutsche Bank (DB), el banco más importante de Alemania y uno de los más relevantes de Europa, se ha visto salpicado por escándalos relacionados con la falsificación contable, la violación de sanciones internacionales, y la manipulación de las tasas de interés. Y esto no es nuevo: a finales de 2022, la CEE concluyó de forma «preliminar» (no sea que la sentencia sea demasiado firme) que entre 2005 y 2016 el DB, junto al holandés Rabobank, manipuló los mercados de deuda, infringiendo las normas antimonopolio de la Unión Europea para falsear la competencia en la negociación de valores denominados en euros.
Y ello no termina acá. Société Générale, BNP Paribas y su filial Exane, Natixis y HSBC han sido objeto de registros judiciales dentro de una investigación por fraude fiscal agravado que alcanzaría varios miles de millones de euros al año. La estafa provenía de accionistas de empresas cotizada en Francia, pero con residencia fiscal en el extranjero, que prestaban temporalmente, en torno a la fecha del pago de dividendos, los títulos que poseen a un banco francés. Eso les permitía eludir el pago de la retención que aplica el fisco francés a personas con residencia fiscal en otro país por esos dividendos. Cabe recordar que los dividendos de los títulos que poseen los bancos franceses se encuentran casi exentos de impuestos. Una vez eludida la retención, el préstamo de las acciones concluye y los títulos vuelven formalmente a manos de sus propietarios.
Qué triste todo. Especialmente para aquellos alejados del mundo de la ‘timba financiera,’ que solo esperan proveerse de capital financiero para producir, invertir, poder comprarse su hogar o algún bien soñado. Pero para no sentirse tan huérfano en términos morales, hay que volver a los académicos Mario Rapoport y Noemí Brenta, quienes explicaron claramente ya hace unos cuantos años el comportamiento económico y financiero altamente inestable del sistema mundo – inherente al esquema neoliberal -, y su cuestionamiento pertinente sobre la discusión inerte si ‘habría o no una nueva crisis’, en lugar de predecir en qué lugar y cuándo se iniciaría.
Pero sobre todo, señalaron que el mundo actual vivía bajo el «reinado de las finanzas sobre la economía real», en torno a un proceso globalizador que se continúa caracterizando por la aplicación a escala mundial de políticas orientadas al predominio de la economía de mercado, la desregulación de la actividad económica y de los flujos internacionales de capital productivo, comercial y financiero, la disciplina de la fuerza laboral, el desmantelamiento del Estado de bienestar y el sobredimensionamiento de la esfera financiera; y, especialmente en este último punto, en gran parte de carácter especulativo. ¿La explicación de ello?: «Es que hace décadas la economía basada en la producción no brindaba las ganancias que requería el capital; por ende, este se volcó aún más a la especulación». ¿Y para el resto de la ciudadanía, apátrida de los manjares de la fiesta financiera? La respuesta la podrían brindar las elites globales, las que perfectamente podrían parafrasear al general: «Al amigo, todo; al enemigo, ni justicia».
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