Bonos argentinos colapsan y Wall Street anticipa: default inminente
Se habla de un dólar en 800 a un año y a nadie se le mueve un pelo. Pensar que cuando estaba en 42 teníamos un ejército de «periodistas» llorando por la TV, y me pregunto entonces, ¿se habrán deshidratado por la sequía que ahora no lloran? Y en esta locura donde cotidianamente cualquier cosa es debatible, se observa a todo un país hablando de dolarizar pero nadie le pone precio a dicho proceso, lo cual resulta difícil de comprender.
Siendo muy gentil en el cálculo, dolarizar «sin dólares» ocasionaría un tipo de cambio que fácilmente superaría los 4.000 pesos por dólar como reacción inicial. Tenemos entonces a toda una nación debatiendo «sin precio», el cual es primordial porque, de acuerdo con los distintos niveles que eventualmente resultasen, tendríamos equilibrios totalmente diferentes.
Un año atrás decía: «En Argentina naturalizamos todo, hasta somos capaces de acostumbrarnos a vivir con inflación del 100%». Me decían por entonces que era imposible y que todo «iba a explotar» y aquí estamos, adaptándonos a lo inverosímil con una inflación que, de acuerdo con predicciones de analistas, supera fácilmente el 100% esperado a un año vista.
Con una inflación esperada de 100% y un contado con liquidación que ronda los 400, tiene sentido en este contexto imaginarlo en más o en menos cerca de 800 para abril de 2024 en tanto y en cuanto no nos despertemos un día con un «sorpresivo shock» que frene esta dinámica implacable o que la incremente.
Como se observa, la Argentina de hoy está para cualquier escenario al que nos quiera llevar nuestra peligrosa imaginación. Con un plan antiinflacionario coherente, Argentina podría bajar su inflación rápidamente al 50%, eso es relativamente fácil. El problema es llevarla a un dígito desde «ese 50%»: eso requeriría cinco años al menos y supondría obviamente que el peronismo no regrese en 2027.
Y, en esta coyuntura tan compleja, pedirle magia al próximo presidente sería un despropósito, la situación económica que hereda es probablemente la más grave de nuestra historia. Dada la formidable dificultad actual, escucho a cada candidato a presidente y no puedo dejar de hacerme la misma pregunta una y otra vez: ¿Por dónde nos vas a embocar en diciembre 2023? El ajuste que se nos viene encima es tan argentino como obvio e inevitable.
Argentina no tiene un problema de déficit fiscal. Argentina tiene un drama de gasto público desorbitado que asfixia al sector privado. Aún con déficit cero, nuestro país seguiría sin oxígeno para crecer. El primordial objetivo debe ser la reducción del gasto en magnitud bíblica y no creo que el próximo presidente, cualquiera que sea, se anime a intentarlo. Equilibrar el presupuesto es un buen paso, pero no es suficiente.
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Dado el brutal nivel de gasto público, la presión fiscal al sector privado impide crecer. Aun con déficit cero, Argentina tendría una economía agobiada por impuestos. Desde los ’80 el problema fue siempre igual: «el gasto» y, en lugar de corregirlo, lo incrementamos una y otra vez, sin pausa.
En medio de estos avatares que rondan la locura, mucho mensaje opositor nos dice: «El déficit fiscal no es tan grande, podemos corregirlo». Ese es un mensaje con populismo oculto. Argentina debe reducir su gasto en varios puntos del PBI y no escucho a nadie que esté diciendo cómo y cuánto. La mayoría del gasto son planes y sueldos.
Y, en esto contexto de un gasto descontrolado, cuando las paridades de los bonos empiezan a ser todas iguales sin importar la maturity del bono en cuestión, como viene ocurriendo en la Argentina, la duration deja de impactar las cotizaciones. Estos eventos solamente ocurren cuando Wall Street anticipa un default inminente.
Precisamente, cuando todas las paridades de una curva se comienzan a parecer es porque el mercado anticipa un default cercano, el cual eventualmente podría no ocurrir porque en definitiva el mercado no es otra cosa que un juego de expectativas, pero nos viene dando una señal respecto a qué tan amigable estaría el financiamiento externo para con la Argentina de caras al próximo presidente en 2024.
Los bonos argentinos valen en torno a 25/30 dólares. Algunos analistas dicen que Argentina puede pagarlos sin inconveniente porque la última reestructuración redujo sustancialmente el perfil de vencimientos, lo cual es una realidad. Si este fuese el caso, bonos de 25 se irían a 100 al acercarse los vencimientos de los más cortos, lo cual significaría un 300% de retorno aproximado, muy extremo y hasta «delirante».
La esperanza: Vaca Muerta es la nueva chance que le da la suerte a Argentina para instrumentar un motor de crecimiento que puede ser verdaderamente formidable. Bien utilizado, es la gran oportunidad que tendríamos para destrabar nuestra falta de crecimiento. Mal utilizado es la chance para financiar mil años nuevos de populismo. Y ahora, voten.
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