La lógica de «apoyar al que nos ayuda» no vale igual con guerra de por medio
Ningún aumento en el precio de los cereales o la soja va a compensar todo el daño que un conflicto bélico en pleno continente europeo puede generar al resto del mundo. No hay nada bueno para la Argentina en el escenario actual, y por esa razón, el Gobierno enfrentó reclamos por no haber condenado con más firmeza, desde el primer momento, la invasión rusa a Ucrania. Está claro que Vladimir Putin le extendió una mano a Alberto Fernández en un momento crítico de la pandemia, aportando el primer envío de vacunas contra el Covid, y que en el pasado reciente se pronunció a favor de aumentar las inversiones (todavía resuena la oferta presidencial de ser la puerta de entrada de Rusia en la región). Pero hay límites.
Es cierto que la vara de las grandes potencias no siempre mide igual al resto de los países, ya que históricamente Estados Unidos ha hecho uso de la fuerza militar con justificativos más ajustados a su lógica de poder global que al derecho internacional.
Ese pasado, no obstante, no habilita al resto de las naciones poderosas del planeta a imitar ese comportamiento. Que el mundo es imperfecto no es una novedad para nadie. Pero apelar a la lógica de «apoyamos al que nos ayuda o apoya» y «enfrentamos al que nos perjudica o no nos apoya» equivale a licuar los valores que guían las relaciones diplomáticas. La guerra no debe tener ningún tipo de justificación. Acá no hay equidistancia posible. Rusia no invadió Ucrania en defensa propia. Ucrania tampoco desafió militarmente a sus vecinos. Y sin embargo, los tanques y aviones de Putin asedian Kiev con la intención de tomar su control.
El mundo está tratando de sacarse de encima un virus que causó casi 6 millones de víctimas fatales. Frente a esa amenaza, no hubo barreras que evitaran la cooperación. No importó la política, ni el idioma, ni la historia presente o pasada. Pero ahora que la ciencia ayudó a controlar ese miedo, las balas vuelven a recuperar todo su poder. Parece mentira que la racionalidad sea tan frágil frente al individualismo de los líderes autoritarios. Pero es una asignatura que el mundo debe trabajar para evitar otras guerras más silenciosas, que matan todos los días sin aparecer en los medios.
Pedir que las diferencias entre países se resuelvan de manera pacífica, sin conflictos bélicos de ninguna naturaleza, no puede ser un reclamo atado a la especulación política. Ese principio tiene que ser ratificado en la ONU todas las veces que sea necesario. Y la Argentina debería ser partícipe de la solución, del modo más activo posible. Ejercitar cualquier forma de abstención equivale a asumir que los problemas del resto del mundo nos resultan ajenos.
En la huella que dejan los tanques no crece nada. La humanidad ha visto demasiadas guerras para tener que seguir pensando si hay algo de razón en disparar un arma.
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