Universalizar la educación superior, un objetivo inminente
La evolución hacia las sociedades del conocimiento coloca a las universidades en el eje para alcanzar aprendizajes significativos y creativos, con el objeto de que el planeta sobreviva y prospere.
En un mundo complejo y de cambios acelerados, nuestra Universidad tendrá que tener en cuenta el “salir de la caja” para dar respuestas a las demandas sociales que nos interpelan, y lograr así una real universalización educativa.
Esta necesidad imperiosa surge de que la mayoría de chicos y chicas argentinos, independientemente de su contexto socioeconómico, cursan la escuela primaria, pero la secundaria se les hace cuesta arriba, sobre todo a quienes viven en contextos vulnerables. Porque aunque el acceso en ese nivel sea masivo, muchas veces abandonan por necesidad de asumir roles adultos, como trabajar fuera o dentro del hogar, cuidar a hermanos menores o afrontar otras cuestiones. También, como en otros segmentos socioeconómicos, por no poder lidiar con las pautas institucionales, escasa posibilidad de desplegar intereses personales y baja confianza en sus capacidades de aprendizaje, según especialistas en educación.
Dificultad de acceso
Este escenario es más desalentador si se considera que más de la mitad de los estudiantes argentinos no termina el secundario en el tiempo esperado. Pero es mucho más grave cuando se observa lo que sucede en el mundo universitario. Para jóvenes que viven en la pobreza, acceder a una casa de altos estudios puede resultar una utopía, porque existe marcada desigualdad en el acceso a la educación universitaria. En quienes llegan a la universidad, la representación de los sectores más acomodados es extremadamente mayor que la de los vulnerables. En el decil de menores ingresos familiares, tan sólo lo logra uno cada 10, mientras que del decil de mayores ingresos lo hacen cinco de cada 10.
Las desigualdades crecen a medida que se avanza en la carrera: en los últimos años, hay mayor concentración de estudiantes de sectores de mayores ingresos.
Los datos surgen del informe “Desigualdad educativa en el nivel superior”, del Observatorio Argentinos por la Educación, que analiza desigualdades en la educación superior.
Desde hace décadas, la educación argentina está en deuda con niños y jóvenes de perfiles socioeconómicos más bajos, que con gran esfuerzo, y quizá con fuertes desniveles de calidad, ingresan a la educación superior. La mayoría abandona por no poder superar en los primeros años los ‘filtros’ institucionales, curriculares y sociales en una universidad pública, gratuita y sin fuertes limitaciones de ingreso. Este grave problema requiere debatir alternativas político-educativas, reformas institucionales y pedagógicas, y una mejor formación docente.
Estas inequidades, que se dan en uno de los sistemas universitarios más accesibles del mundo en términos de ingreso y gratuidad, son similares a las de décadas atrás, cuando el sistema público tenía la mitad de universidades que hoy y era muy excluyente. Algo no se ha visto en términos de política universitaria y esto ratifica lo que diversas investigaciones observan hace años: la universidad argentina es un camino de darwinismo social.
Fallas múltiples
Múltiples razones explican esta desigualdad y se pueden sintetizar en dos preguntas: ¿por qué llegan tan pocos jóvenes de sectores desfavorecidos a la universidad? ¿Por qué la universidad no puede sostenerlos hasta el final de sus carreras?
La primera pregunta apunta a la razón más evidente y determinante: la falla de la secundaria en asegurarles una formación básica tanto para una salida laboral como para proseguir estudios superiores. La política educativa de las últimas décadas no supo enfrentar este problema y primó la solución de posponerlo.
Por otra parte, siempre costó abordar esta problemática, ya que se realizan innumerables acciones para quienes llegan a cursar a las universidades pero cuesta mucho poner atención puertas afuera de la universidad y pensar medidas innovadoras, flexibles y accesibles para los nueve de cada 10 jóvenes que no acceden al conocimiento superior, al igual que la población laboralmente activa que requiere perfeccionarse o adaptarse a nuevos empleos. Y ni pensar en regiones que necesitan imperiosamente contar con recursos humanos capacitados para afrontar la instalación o el desarrollo de industrias.
Pero poco se habla de la segunda pregunta, de la capacidad de las universidades para atender a una población socialmente más diversa, que tiene expectativas de formarse en ella. Becas y tutorías, en las que se invierten muchos recursos, al parecer no alcanzan. Tampoco las propuestas de nuevas propuestas universitarias que nacieron hace una década para atender a esta diversidad poblacional. Los incrementos presupuestarios, cuando existieron, no se reflejan en mayor inclusión.
La universidad es primera opción para quien quiere seguir estudios superiores. Hay una historia que lo explica, y hay que asumirla. Pero esa universidad no cambia en tres aspectos clave: tipos de carrera, planes de estudio y modos de enseñar. Parece que la universidad argentina se quedó en ese tiempo que le dio gloria. Carreras que demandan más de 40 horas semanales durante siete o más años, apretadas en planes de estudio aprobados para irreales cinco años.
Materias superpuestas, ordenadas de forma acumulativa, que recién cuando avanza la cursada se acercan al perfil profesional que pretenden formar. Carreras cortas poco actualizadas, que no permiten seguir estudiando. Clases magistrales de muchas horas, que suponen una atención permanente. Este modelo funcionó cuando la universidad era para pocos estudiantes con tiempo disponible y condiciones materiales para formarse.
El mundo llama a formar de manera más flexible; con foco en los intereses del estudiantado –cada vez más diversos en lo social, etario y cultural–; con posibilidades de entradas y salidas así como de diferentes recorridos, tal lo impulsado por nuestra actual gestión rectoral encabezada por Hugo Juri en la UNC, mediante el sistema de créditos académicos y reconocimientos de competencias adquiridas, y la puesta en marcha del Campus Virtual que es tomado como modelo en el país.
Si bien costó instalar estas iniciativas en el complejo de universidades, hoy existe disposición para repensar cómo se está formando, asumir que las carreras pueden ser momentos de formación no continuos, que se necesita más articulación y flexibilidad, más relación con el mundo del trabajo y más preocupación por entusiasmar y motivar a jóvenes cada vez más diversos en intereses y necesidades.
Esta transformación educativa, basada en los nuevos paradigmas educativos, debe ser profundizada con acciones que garanticen universalizar la educación superior para socializar el acceso al conocimiento en post del desarrollo económico, social y cultural de nuestra sociedad, consolidando así la educación pública, gratuita y de excelencia, entendida como derecho humano, bien social y deber indelegable del Estado.
* Ingeniero agrónomo, exdecano de Ciencias Agropecuarias UNC
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