Una oportunidad para encarrilar la economía
Finalmente, el Gobierno y el Fondo Monetario Internacional (FMI) hablaron el mismo idioma, como reclamábamos desde esta sección el 10 de enero pasado.
Si en una negociación la demanda de una de las partes es incompatible con la respuesta que recibe de su contraparte, no hay posibilidad de llegar a un entendimiento, advertimos.
En el cauto lenguaje del FMI, esto es lo que ha ocurrido: hubo un “entendimiento sobre las políticas claves”. Aunque el Gobierno haya dado por sentado que ya se alcanzó el acuerdo, y sin ningún tipo de condicionamientos, la realidad es que aún falta bastante para firmar la carta de intención y que las autoridades deberán ajustar su esquema económico.
Ahora, el razonamiento compartido reconoce que el país necesita de un programa de estabilización monetaria y fiscal. Eso implica, por ejemplo, que en 2025 contemos con equilibrio fiscal; que se reduzca considerablemente la emisión monetaria –no así la emisión de deuda– entre este año y el próximo para que sea igual a cero en 2024; que haya tasas de interés positivas en breve para desalentar la demanda de dólares y para que la financiación en pesos esté en consonancia con la realidad; y que se fije un programa de liberación progresiva de las tarifas de los servicios públicos para “mejorar la composición del gasto público”, lo que significa que se reducirán los subsidios.
Ese planteo está objetivamente más cerca de la demanda original del FMI que de la propuesta que hizo el Gobierno, y a sideral distancia de las pretensiones kirchneristas. Aún resta encontrar un punto de entendimiento respecto de la reducción de la inflación y del acortamiento de la brecha cambiaria. Entonces, el ajuste podría ser mayor.
Otra diferencia a saldar es que el ministro Guzmán describió el “acuerdo” como un plan para los próximos dos años y medio, mientras que el FMI está pensando en un plan de diez años. En cualquier caso, el Gobierno quedaría obligado a revisiones trimestrales de todas las variables macroeconómicas para demostrar que no se desvía de los objetivos fijados.
Con todo, es el mejor escenario al que han podido arribar ambas partes después de dos largos años de desencuentros. Y paradójicamente lo han diseñado reivindicando, a su manera, el gradualismo de Macri, que fue quien contrajo la deuda con el FMI en 2018, motivo por el cual fue demonizado por el oficialismo –de hecho, pocos días atrás, Cristina Fernández calificaba la situación como “la pandemia macrista”. La paradoja es que ahora es el oficialismo quien se endeuda con el FMI, que inyectaría varios miles de millones de dólares en el Banco Central para reconstituir las reservas. ¿Lo que antes fue malo ahora puede ser bueno?
Así y todo, este primer paso resulta positivo. Los mercados liberaron tensiones. La oposición, que ahora sí debiera ser convocada para la redacción de la carta de intención, se manifestó favorablemente.
Si se concreta, podría representar un punto de inflexión de nuestra crisis y, en consecuencia, una oportunidad para encarrilar nuestra economía.
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