Nacida para preguntar
Un TDK prolijamente rotulado abre las compuertas de una catarata de recuerdos que invitan a ser contados: “Laura. Notas Bs.As. 11/07/95″.
Un carné con mi foto junto a la leyenda “Yo soy periodista de Ceicos” y una gorra con el logo institucional me transportan a la infancia y a los inicios de una vocación que abrazo hasta hoy.
Aquellas grabaciones en casete conservan intacta la emoción de una niña que quería ser periodista y que había empezado a ensayar en un espacio pensado para incursionar en principios básicos del oficio con fines lúdicos.
“Estamos en un taxi viajando al Planetario”, introduce una voz infantil que da inicio a una concatenación de relatos sin desperdicio en los que se cronica un día de puro asombro: un grupo de niños y niñas, que no habíamos terminado aún la escuela primaria, nos encontrábamos en un viaje relámpago a Buenos Aires con fines periodísticos.
Entrevistas soñadas
En esas 24 horas de aventura organizadas por el profe Luis pasamos por canales de televisión y estuvimos frente a frente con nuestros por entonces ídolos preadolescentes de la telenovela del momento, Amigovios. Actores a disposición y grabador en mano, sólo había que sacarse las ganas de preguntar y preguntar, y tomarse algunas fotos.
Vimos grabar escenas de novela, armar y desarmar ambientes de una casa o de una colonia de vacaciones, un mundo de ficción imposible de imaginar a partir de lo que la pantalla de televisión nos devolvía. Pura fantasía.
El registro condensa el relato de pequeños actores y pequeñas actrices que cuentan cómo compatibilizan una vida “de novela” con una vida real, en la que hay escuela, tareas, exámenes y amigos, ante la atenta escucha y repregunta de miniperiodistas con tonada cordobesa.
Otra de las paradas de aquel paseo fue para presenciar la transmisión en vivo del programa Nico, dónde Nicolas Repetto iniciaba llamados telefónicos con los televidentes al ritmo de “Decime cuál, cuál, cuál es tu nombre?”, mientras una tribuna de personajes hacía gestos y bailes a cámara (Lo leíste con ritmo, ¿verdad?).
Los últimos dos años de mi escuela primaria pasé cada sábado en Ceicos y luego sumé una participación en una radio de barrio Alberdi los domingos.
Después vino aquel viaje a Buenos Aires que afortunadamente “sobrevivió” plasmado en una cinta de casete que, junto al grabador de mano, le pusieron Play a este relato memorable.
Lo que no fue
Además de un entrañable recuerdo de la pequeñez, esta historia podría haber sido una oda al amor romántico, un guiño a la idea del enamoramiento a primera vista, una concesión al flechazo de cupido. Pero todos esos clichés de romanticismo, en los que no creo, se desvanecen cuando mi escasa –casi nula– capacidad de recordar rostros y nombres juega su partida.
Resulta que a poco de haber empezado mi pasantía en La Voz, allá por 2006 y más de una década después de mi paso por la escuelita de periodismo para niños, un joven colega –también pasante– insinuaba (ponía en evidencia, a decir verdad) conocer aquella etapa de mi infancia en la que yo jugaba a hacer notas. Algunos de esos recuerdos, divertidos retrospectivamente, hasta resultaban vergonzosos a los ojos de una adulta.
El nivel de detalle en aquellas memorias me advertiría que solo podría recordarlas quien hubiere participado de ellas. Sin excepción. Y así fue como supe que con ese joven colega compartíamos no solo la profesión, sino la precoz vocación por el periodismo. Aunque mi memoria no pudiera recordarlo.
Hoy, 27 años después de mis inicios en el universo de preguntar, escuchar y escribir, puedo decir que con el (todavía joven) colega nos unen, además, la vida, los sueños y la mapaternidad.
Moraleja
Si este Días Contados fuese una fábula, no dudaría en buscar una alegórica moraleja en la que padres y madres acepten, estimulen y acompañen aquellos intereses y curiosidades que se despiertan en la infancia.
Porque, quién te dice, lo que soñabas a los 12 años se puede cumplir. Un añejo TKD me lo recordó.
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