El Cronista @cronistacom: Tic-Tac, Tic-Tac…

Tic-Tac, Tic-Tac…

La presentación que el ministro Martín Guzmán hizo frente a los gobernadores oficialistas la semana pasada no sirvió para despejar todas las dudas que rodean la negociación con el FMI. Lamentablemente, fue una exposición muy general, casi sin contenido cuantitativo, con omisiones significativas y, por lo tanto, insuficiente para elaborar un diagnóstico completo sobre la calidad del programa y su viabilidad.

El ministro sinceró que la falta de un acuerdo obedece a las diferencias que subsisten respecto del sendero fiscal (esto es, las proyecciones de déficit fiscal), pero informó que sí habría acuerdo respecto de la trayectoria de acumulación de reservas internacionales y de financiamiento monetario del déficit fiscal. Lo cual despierta dudas, por cuanto no parece posible que exista acuerdo sobre estas trayectorias cuando no hay acuerdo sobre la tercera en discordia, la cual, por cierto, es determinante para el comportamiento de las otras dos.

Según los dichos del ministro Guzmán, refrendados por el presidente Alberto Fernández esta semana, el FMI exigiría un nivel de ajuste fiscal mayor que el propuesto por la Argentina. En los gráficos que usó en su presentación, el ministro mostró un nivel de déficit primario del orden del 3% del PBI para 2022. Es probable que el FMI razone que si Argentina propone un 3% es porque en realidad está pensando en un 4% de déficit, y por lo tanto quiera exigir algo menos (digamos un 2%) para que el resultado se aproxime finalmente al 3%.

Tomando en cuenta el desequilibrio fiscal correctamente medido de 2021 (sin el ingreso extraordinario del aporte solidario ni el maquillaje contable de los DEG recibidos del FMI), el «ajuste» que propondría el Gobierno sería de menos de un punto del PBI. Pero, tal comparación no es del todo correcta, por cuanto de mantenerse la inercia que trae el gasto público, el déficit (potencial) de 2022 se ubicaría en el orden del 5.5% del PBI, lo que pone de manifiesto que el objetivo del 3% propuesto por el titular de Economía requiere un esfuerzo mayor que el implícito en el análisis de los pocos números brindados en su presentación.

Lamentablemente, el ministro no dijo cómo se propone llegar a ese resultado fiscal: no sabemos ni la inflación, ni el aumento salarial, ni el aumento de tarifas que está detrás del sendero propuesto. Tampoco sabemos si las diferencias que existen con el FMI no obedecen a diferencias sobre la trayectoria que seguirán alguna de (o todas) estas otras variables.

Es probable que el Gobierno flirtee con la posibilidad de hacer su ajuste fiscal haciendo uso del viejo recurso de la licuación inflacionaria, esto es, haciendo que el gasto crezca por debajo de la inflación (y de la recaudación). Pero el riesgo que correría -si ese fuera el caso- no es trivial, sobre todo si el programa descansa en una corrección inicial de los precios más atrasados. Cuantos más precios se corrijan o se sinceren, el ajuste fiscal que se necesita para anclar expectativas y evitar un descontrol inflacionario no sólo tiene que ser más fuerte si no que tiene que ser también de mayor calidad. No puede ser sólo el resultado de «jugar» con la inflación, tiene que ser pro-activo y debería descansar en medidas concretas de control del gasto.

Paradójicamente, ambas partes se habrían puesto de acuerdo en un sendero de acumulación anual de reservas del orden de los u$s 3000 y u$s 4000 millones a partir de 2022. Amén de lo difícil que se hace aceptar que se hayan puesto de acuerdo en esto sin un acuerdo en materia fiscal, la ausencia de números concretos hace aún más difícil emitir juicio sobre este punto. ¿A qué tipo de cambio se prevé esta acumulación? ¿Hay una depreciación inicial? Una vez más, el ministro Guzmán sólo habló de que se mantendría un tipo de cambio competitivo que asegure el superávit comercial y la acumulación de reservas, pero no presentó ningún sendero sobre la trayectoria del tipo de cambio ni sobre la de la inflación, lo que deja todo en un terreno muy especulativo.

Haciendo cuentas, es casi imposible que Argentina pueda acumular reservas con un tipo de cambio que arranque en los niveles actuales. No está claro si es que el ministro relativiza la urgencia de un Banco Central que se ha quedado sin reservas o si está intentando trasmitir que no hay de qué preocuparse en materia de disponibilidad y precio de las divisas, cuando en realidad sí hay de qué preocuparse y mucho.

En efecto, según datos del balance semanal del BCRA, las reservas líquidas (las brutas menos los encajes de los depósitos en dólares, el swap chino, las obligaciones con organismos internaciones como el BIS y los DEG) cayeron por debajo de los u$s 1000 millones. Una cifra que en relación con los vencimientos de deuda en moneda extranjera de corto plazo o con los pasivos del BCRA en pesos resulta tan exigua (o más) que las que existían cuando se desataron episodios de correcciones cambiarias e inflacionarias históricas en la Argentina de la segunda mitad del siglo pasado.

Así las cosas, con suerte tendremos «un programita» con el FMI, que cuanto mucho servirá para zafar del default con el organismo. Todavía no se limaron diferencias importantes en materia fiscal y a partir de ahí lo más probable es que subsistan diferencias también importantes sobre la trayectoria de otras variables nominales y monetarias fundamentales.

Por tal motivo, tal vez más relevante que lo que presentó Guzmán es lo que no presentó. Porque no dio números ni de inflación, ni de tipo de cambio, ni de tarifas, ni de salarios. Ni tampoco dio precisiones de cómo piensa alcanzar la meta de déficit fiscal, cuando viene lanzado como consecuencia de un gasto que en la segunda mitad de 2021 creció a tasas desorbitantes de unos 30 puntos por encima de la inflación. El Gobierno se mueve como si no hubiera ninguna urgencia, pero el tic-tac de las reservas que se agotan se hace oír insistente e imperturbable.

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