La Voz del Interior @lavozcomar: Altricidad, otro efecto de la pandemia

Altricidad, otro efecto de la pandemia

La especie humana se destaca por una alta eficiencia reproductiva, en comparación con otros mamíferos. A diferencia de algunos que eligen épocas de apareamiento a fin de asegurar el nacimiento de las crías durante los meses cálidos, los humanos no diferencian climas ni momentos.

Otras especies aumentan el número de crías por gestación para asegurar la pervivencia, mientras que la humana “se da el lujo” de parir una cría por vez (las gestaciones múltiples siguen siendo esporádicas: una cada 42 nacimientos).

Y en la actualidad el embarazo humano dispone de acompañamiento profesional que asegura el objetivo obstétrico: que nazcan bebés a término y con buen peso.

No obstante dichos factores de eficiencia, la fragilidad aparece en la madurez del resultado. Nueve meses no son suficientes para que el recién nacido logre capacidades que le permitan vivir de modo estable fuera del útero. Como ejemplos, no puede regular su propia temperatura ni logra adoptar posturas físicas o desplazarse por sí mismo, ni alimentarse de manera autónoma, como lo hacen otras especies.

Tal inmadurez al nacer se denomina “altricidad”, concepto que define a toda cría que, debido a su ineptitud inicial, requiere de un tiempo posterior al parto para completar el desarrollo gestacional.

Bajo este enfoque, el embarazo humano estaría conformado por dos períodos: uno dentro del útero y otro afuera, ambos unidos (no separados) por el parto. Y todo esto como consecuencia de la evolución anatómica de la pelvis humana, que determina que el feto debe abandonar el útero antes de que el diámetro de su cráneo supere el del canal de parto.

Inmadurez prolongada

Resulta tentador aplicar el concepto de altricidad a muchos niños y niñas que culminan el ciclo lectivo este año, ya que representan una multitud de preescolares y escolares que esperaban –por costumbre previa a la pandemia– haber alcanzado ciertas madureces acordes con su edad o con el nivel académico cursado, y a partir de ello avanzar al período siguiente. Pero no lo lograron.

Las marchas y contramarchas impuestas por los confinamientos, por las pérdidas y por los masivos temores durante la pandemia fueron condicionando crecimientos desiguales, retrasos e inmadureces que afectaron –y lo siguen haciendo– la conducta de chicos y chicas.

Aunque se presupone transitoria, la masiva altricidad que perturba a gran parte de la población infantil está asociada a la discontinuidad educativa, tanto familiar como escolar.

Lo comprobaron los docentes en el aula y vuelven a comprobarlo al final del año, cuando deben decidir quién aprendió y quién no, quién alcanzó criterios para avanzar a la siguiente sala, grado o año, y quién debería reforzar aprendizajes para hacerlo.

Madres y padres, en tanto, se debaten en la confusión de lidiar con hijos que no terminan de definirse como bebés o como niños, y con adolescentes que sorprenden cada día con gestos que van desde la inmadurez irritante hasta el reclamo de autonomía.

No sería aconsejable usar las vacaciones para completar tales maduraciones, ya que todos, sin excepción, esperan tener días libres de obligaciones y no tareas de reparación.

No obstante, para el inicio del próximo ciclo lectivo, podría pensarse un período de nivelación que considere la altricidad, así como se aplica en universidades para los alumnos ingresantes.

Pero quizá lo más desafiante sea saber cómo acompañarán padres y madres la recuperación de conocimientos, habilidades y destrezas en quienes parecen, en algunos aspectos, recién nacidos inmaduros frente a un desafiante 2022.

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